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Un remplazo generacional imposible

La situación económica y la coincidencia del tiempo para asentarse profesionalmente con el de la fertilidad lastran la natalidad en España

Una familia en el jardín de la Isla de Aranjuez.
Una familia en el jardín de la Isla de Aranjuez. Álvaro García

“La crisis de natalidad de los ochenta es la crisis de maternidad de ahora. Para entender lo que está pasando con los nacimientos, hay que comprender lo que pasó hace 30 años”. Antonio Argüeso, subdirector general de Estadísticas Sociodemográficas del INE, es uno de los responsables del estudio sobre la población española que se ha dado a conocer esta semana. Explica por qué los españoles tienen tan pocos hijos con las tablas históricas en la mano. Porque la razón de lo que sucede está en el pasado.

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En 1977, apoteosis del baby boom, se alcanzó el récord de nacimientos en el país. A partir de entonces se produjo un desplome. Y la onda expansiva de esa crisis demográfica llega hasta hoy. La primera razón es evidente: si nacieron menos niñas entre la década de los ochenta y los noventa, hoy habrá menos mujeres en edad fértil. La segunda razón es que muchas parejas se plantan con el primer niño. No es solo que cada vez haya menos nacimientos, es que quienes sí tienen hijos no pueden permitirse tener más de uno.

Por eso demógrafos como Carlos Ferrás, de la Universidad de Santiago de Compostela, sostienen que esta crisis de natalidad es todavía más profunda que la de los años de La Movida (principio de los ochenta). “Entonces la fertilidad estaba en dos hijos por mujer, en 2,2 en 1980 concretamente. Hoy está en el 1,3. El problema es que para asegurar el remplazo generacional se requieren más de dos”.

En esta tendencia al hijo único pesa la falta de estabilidad económica, la inseguridad laboral y la dificultad de acceder a una vivienda. Pero también influye la incertidumbre sentimental. El psicólogo clínico Esteban Cañamares lo ve cada día en su consulta: “No saber qué va a pasar en el trabajo es una de las causas, pero también no saber qué va a pasar con nuestras relaciones a cinco o diez años vista. Es como para pensárselo antes de ser padres”.

Esa es una de las circunstancias que no se daba en la España de primeros de los setenta, la de la bonanza de la natalidad. Otro parámetro que ha cambiado es la edad a la que los españoles se plantean formar una familia. Si en 1975 las mujeres tenían su primer hijo a los 25, la edad ha subido actualmente hasta la treintena. “Eso significa que tienen mucho menos tiempo para tener hijos después. La naturaleza juega su papel”, explica Argüeso.

Desfase laboral

Los jóvenes tienen que esperar más para independizarse, para asentarse profesionalmente y para tener descendencia. Pero esos nuevos plazos de la estabilidad personal chocan con los de la fertilidad. “Hay un desfase entre la vida laboral y las capacidades reproductivas de los hombres y de las mujeres”, apunta la antropóloga del grupo de investigación AFIN de la Universidad Autónoma de Barcelona, Bruna Alvarez. “Te pasas toda tu vida fértil tomando anticonceptivos, esperando que llegue el momento adecuado y, cuando llega, tienes que invertir en reproducción asistida”. Y no siempre funciona.

Alvarez lleva años estudiando la relación de la maternidad con el mercado laboral y las diferencias de género. En su trabajo de campo se ha encontrado con otro motivo que frena a las mujeres: el grado de implicación de los hombres en los cuidados. “Es uno de los factores que dificultan que las mujeres decidan ser madres. Lo que pasa es que no lo dicen así”. Explica Alvarez que en los estudios de corresponsabilidad encontraron que hasta los hombres que más participan en las tareas del hogar cambian cuando llegan los niños. “Se acentúa una división sexual del trabajo. Las mujeres acaban asumiendo toda la gestión. Además, cuando un hombre quiere dedicarse a la crianza, el mercado laboral le penaliza más que a nosotras. Porque se supone que siempre hay una mujer para hacer esas tareas”.

A las dificultades que encuentran las mujeres para compatibilizar los niños con el trabajo y la brecha salarial, Alvarez añade otro factor: la imagen que la sociedad tiene de las madres. Y recuerda la reflexión que la socióloga israelí Orna Donath compartió con ella en un seminario en Barcelona. “Las mujeres le decían: ‘Yo no me arrepiento de haber tenido hijos, me arrepiento de ser madre’. Porque una mujer con hijos se significa como madre”, explica, “se presupone que va a ser la principal cuidadora”.

Alvarez no es optimista sobre el futuro de la natalidad en España. Como no lo es el demógrafo Ferrás: “La sociedad española camina hacia un proceso de envejecimiento e incapacidad natural para asegurar el relevo generacional. Sin inmigración, con más fallecimientos que nacimientos, perdemos habitantes. Las cuentas no salen”, remacha.

Argüeso no quiere caer en el catastrofismo, pero con los números en la mano, las proyecciones de futuro no son demasiado halagüeñas: “El año 96 fue el que menos nacimientos registró. Eso significa que si le sumamos 32 años —la edad media para la maternidad— en 2028, si nada cambia, nos vamos a encontrar con un número de nacimientos mínimo”. Lo confirman las curvas y sus tendencias: España no es país para niños, ni parece que lo vaya a ser.

Socializar la crianza

Dicen los expertos que la solución está en el Norte. En los planes de promoción de la natalidad que adoptaron con éxito los países escandinavos. Y tienen claro que esos planes no pasan por gratificaciones puntuales. “Los nórdicos son ejemplo de equidad y desarrollo social y revirtieron el envejecimiento, pero también Irlanda”, explica el demógrafo Carlos Ferrás, “todos tienen políticas demográficas centradas en la crianza y no tanto en la natalidad”.

La antropóloga Bruna Alvarez coincide en que hay acabar con la idea de que los hijos son solo responsabilidad de quien decide tenerlos y propone una mayor implicación de la sociedad. “Los niños por ejemplo, ya no van solos por la calle, que sería una manera de socializar la crianza. Antes si no sabías cruzar cualquier adulto te podía ayudar. Ahora eso no pasa. Si todo estuviera organizado de otra manera nadie se tendría que sacrificar tanto”.

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