El pueblo que el polvorín de Paco arrasó
La explosión del almacén ilegal de pirotecnia en Tui deja un saldo de dos muertos, dos huérfanos, 37 heridos, 20 casas destruidas, 60 con daños estructurales y cientos de destrozos
Eran las cuatro y veinticinco de la tarde del miércoles cuando los enchufes de la casa de Manuel Fernández salían disparados de las paredes como proyectiles. Las persianas y cortinas de Amelia Pérez echaban a volar. El pelo y la espalda de la hija de Sonia Alén empezaban a arder como por combustión espontánea. Y el corpulento Fernando Alonso retrocedía empujado por una fuerza invisible que lo aupaba un metro del suelo. Una lluvia de tejas inundaba las calles. Una tormenta de cristales rotos se clavaba en los muebles mientras se desplomaban los tabiques y caían las flores de los árboles. Los perros que podían huían al monte despavoridos. Barras de hierro y postes de cemento surcaban el aire en todas las direcciones para caer a cientos de metros multiplicando los destrozos. Algunos pensaron que era un atentado, la mayoría creyeron que un avión de los que despegan del aeropuerto de Peinador había caído como una bomba en medio del pueblo. Una patrulla en barco por el Miño retrataba el hongo blanco que se levantaba en la ladera española del puente internacional. Y el fragor de lo que también parecía un terremoto reventaba ventanas en Valença (Portugal). Bajo las paredes desplomadas de una pequeña casa yacían Sora y Abdlal, esposa y marido, que han dejado dos niños huérfanos en Galicia, tan lejos de sus parientes en Marruecos.
Manuel estaba descalzo, preparándose para ir a trabajar al taller de coches que regentaba al lado de su vivienda y que ahora ha perdido porque "la estructura se ha derretido como mantequilla". "¿Cómo voy a hacer con mis clientes? Allí había unos 20 coches que estaba reparando. Es algo inexplicable: reventaron de dentro afuera", lamenta mientras hace guardia fuera del cordón de seguridad por si en algún momento le dejan entrar a buscar entre los restos los papeles del seguro. El taller tenía menos de una década y la casa que habitaba con su esposa y sus hijos la había construido con sus manos. "La pila de años de trabajo que me dio", solloza.
Cuando todo salió volando, entre el humo buscó unas botas para poder abandonar la casa sin cortarse, mientras seguían retumbando explosiones menores detrás de la gran, "espantosa", detonación. Nadie sabía nada, nadie entendía cómo en un segundo el apretado barrio de A Torre (Paramos, Tui, Pontevedra) había saltado por los aires hasta que entre el humo negro de los eucaliptos y las casas que ardían y el fuerte olor a pólvora empezaron a vislumbrarse montañas de varillas de fuegos pirotécnicos, y después infinitos cartuchos. Entonces todos pensaron en Paco. Francisco González Lameiro, residente en Baldráns, a unos tres kilómetros; propietario de una pirotecnia, La Gallega, que ya había heredado de sus padres y que ahora estaba precintada por orden judicial.
La familia de "Paco, o fogueteiro" (el del negocio de los cohetes) poseía en el corazón de A Torre una larga nave industrial construida para la fabricación de vigas de hormigón armado. Aunque él vive en Baldráns, a unos 200 metros de esas instalaciones que ayer por la tarde explotaron (y borraron del mapa varios grupos de viviendas) habitan dos casas vecinas una hija y un cuñado del empresario de los fuegos de artificio. Pero eso no atemorizaba a Paco, que acumulaba no se sabe desde cuándo un polvorín de momento en cantidad imprecisa de bombas para las fiestas del verano. La gran mayoría de los vecinos aseguran que lo veían entrar con su furgoneta pero que no sospechaban nada, que creían que solo guardaba las varas, aún sin montar con el explosivo. Una pequeña parte comenta, sin embargo, que "últimamente" al llegar al pueblo "olía a pólvora". "Aquí lo conocemos todos. Hasta hoy lo teníamos por buena persona. Llevaba desde siempre trabajando en ese mundo y quizás le habría perdido el respeto a los cohetes", comenta un vecino. "Ese hombre no tiene amor a la vida", protesta otra mujer, "si tuviera dos dedos de frente no se le pasaría por la cabeza semejante barbaridad". Pese a todo, en A Torre apenas se palpa el resentimiento: "En la zona varias familias tienen algún pariente al que Paco le dio trabajo algún día".
Pero el polvorín de O Fogueteiro ha devastado la vida en A Torre, la parte alta del pueblo de Paramos, muy poblada y con muchos niños, algunos escolarizados en un Colegio Rural Agrupado que también ha sufrido evidentes daños. Sora y Abdlal murieron sepultados y carbonizados bajo los escombros de la casita que habitaban justo en la acera de enfrente del almacén clandestino, donde también se apiñaban varias viviendas de alquiler de otros compatriotas de las que ahora no quedan más que hierros retorcidos, colchones y enseres humeantes, tejas y ladrillos desmoronados. El hombre había llegado de Marruecos hace unos 18 años y, encabalgando trabajos temporales, logró traer después a su compañera. El matrimonio tenía dos hijos, los que más han perdido en la tragedia, de 14 y ocho años, que fueron evacuados entre los heridos y ya en el hospital vigués Álvaro Cunqueiro alertaron de que faltaban sus padres. Después de que este jueves por la mañana fuese localizado ileso otro hombre que en principio se creyó desaparecido, los servicios de emergencias consideran que ya no hay que buscar más cadáveres en este paisaje de guerra, todavía minado de cartuchos de pólvora que no llegaron a arder.
El balance definitivo cifra en 37 los heridos, aunque ninguno con riesgo vital. Con la explosión de este arsenal se desintegró por completo la nave que usaba el pirotécnico detenido; 20 casas a pocos metros del enorme cráter que ha dejado en su lugar han quedado totalmente destruidas. Tras la visita del arquitecto municipal, se sabe que al menos 60 casas sufren daños estructurales que ponen en riesgo su estabilidad, por lo que sus moradores no van a poder regresar. En este recuento no se incluyen las fincas que han perdido los muros; las viviendas que han quedado sin ventanas ni puertas, arrancadas de cuajo por la violenta onda expansiva que se abría paso por los caminos de A Torre cargada de metralla; los tejados que han salido volando de casas situadas incluso a más de un kilómetro de distancia de la zona cero; ni los destrozos en el enorme santuario para retiros espirituales que tras recibir una herencia decidió construir en Paramos don Celso, el viejo párroco. Tampoco un montón de coches que aguardan sobre el asfalto aplastados o reventados, como en el taller de Manuel Fernández, "de dentro afuera".
La atención a las víctimas se centraliza en el Centro Cultural de Guillarei, muy cerca del desastre. Allí, a lo largo del día ha llegado ropa para los adultos y los niños que quedaron con lo puesto, toallas, mantas, comida y hasta el ofrecimiento de varios hoteles para realojar a quien no tenga parientes. Una tienda de fotografía se ha brindado a hacer álbumes con retratos a todos los que han perdido los recuerdos familiares en la explosión. La suerte no acompaña a este pueblo segado por la pólvora. El 15 de octubre, cuando Galicia empezó a arder por los cuatro costados, el eucaliptal que crece peligrosamente arrimado a las casas de A Torre también ardió. Los vecinos estuvieron trabajando "toda la noche" para sofocar las llamas que amenazaban las viviendas y ahora se preguntan si ya entonces Paco acumulaba cohetes en la nave y se lo calló.
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