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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cifuentes, un verso suelto en fuego amigo

La presidenta es necesaria para Madrid, pero ha descarrilado en la carrera a la sucesión nacional

Cristina Cifuentes, en el comité ejecutivo del PP de Madrid.
Cristina Cifuentes, en el comité ejecutivo del PP de Madrid.Uly Martin

El silencio con que el PP ha reaccionado a la "crisis académica" de Cristina Cifuentes es la expresión de la consigna de aislamiento que ha establecido Mariano Rajoy. Estaba sola la presidenta de la Comunidad. Expiaba su posición de verso suelto. Y se celebraba en Génova hacia dentro, con toda la munición del fuego amigo, la nueva etapa de su calvario.

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Cifuentes es necesaria para Madrid, pero ha descarrilado en la carrera a la sucesión nacional. Por eso conviene modular el premio y el castigo. Y por la misma razón la anestesia del silencio demuestra que el PP de las alturas no está con ella ni contra ella al mismo tiempo en el tradicional equilibrismo marianista. Rajoy la considera desleal, por haberse atribuido ella misma la lucha contra la corrupción y por haber promovido incluso la iniciativa insólita de unas primarias frente a la naturaleza del partido vertical.

Presumió de una cosa y de la otra en la pasada fiesta del 2 de mayo. Y acudió Soraya Sáenz de Santamaría no está claro si en calidad de vicepresidenta del Gobierno o como testigo presencial de la chulería de Cifuentes, ensimismada en su papel de lideresa transversal.

Parecía que Cifuentes (Madrid, 1964), más que celebrar la victoria sobre los franceses, se recreaba el ensayo general de aspiraciones mayores. Pasaba revista. Organizaba un besamanos. Saludaba a las autoridades eclesiásticas y militares. Y terminaba la jornada en el palco del Bernabéu.

Porque sería una buena candidata. Sus victorias electorales en el eje gravitatorio Madrid se añaden al carisma y a la reputación que ha adquirido en los círculos progres. Por los tatuajes, por las ideas. Por el descaro con que reconoce haberse hecho la rubia en su camino de expansión política. Tinturas al margen, empieza a parecerse demasiado a Gallardón. O al Gallardón pogre, no al reaccionario que sobrevino después con la obsesión antiabortista. Recuérdese el electrón libre, el político que flirteaba con la izquierda. Y que aspiraba a la Moncloa. O que lo hizo hasta que Rajoy interpretó que era un traidor de tanto que Alberto se postulaba en la emulación de Edipo. Cifuentes tiene en su equipo a la misma persona que hizo de Gallardón un presidenciable. Marisa González se llama. Conoce bien la debilidades de la prensa y sabe pulir las aristas desagradables de sus pigmaliones, pero todavía no ha logrado preservarlos del taxidermista.

Rajoy cuelga en su despacho el trofeo de Gallardón —y el de Soria—, y sopesa añadir a la colección el rostro felino de la Cifuentes, cuya última iniciativa rebelde consistió en adherirse a la huelga del 8M desde el celo japonés.

Ha estado cerca la presidenta de La Moncloa, pero está ahora más lejos que nunca, acaso víctima de su propio escrúpulo. Las declaraciones de Francisco Granados atribuyéndole el papel de Lady Macbeth en las corruptelas de Ignacio González más parecen una intoxicación y una venganza que una teoría verificable. La cuestión es que han deteriorado su imagen. Y que la han expuesto al caldero del akelarre genovés.

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