“Ninguna sociedad ha fracasado por educar demasiado a sus ciudadanos”
"España debería tener una docena de universidades en el 'top", dice el único español al frente de un campus en EE UU
Ambos cayeron en la cuenta mientras paseaban en el pueblo de su abuelo en Guadalajara. “Mi padre me preguntaba qué habría pensado mi abuelo, cuando se marchó a Madrid de adolescente sin un duro en el bolsillo, si alguien le hubiera dicho que un día un nieto suyo sería rector de una gran universidad americana”. Ángel Cabrera, el único español que dirige una universidad estadounidense, recordó ayer a su familia en el estrado del Paraninfo de la Politécnica de Madrid al ser investido doctor honoris causa. Antes, el principal responsable de la Universidad George Mason (Virginia) habló con EL PAÍS.
Pregunta. Reivindica más presencia española en los grandes rankings universitarios.
Respuesta. Dado el tamaño de España, deberíamos aspirar a tener una docena entre las 200 mejores del mundo. Debería haber un conjunto de universidades con más autonomía y más libertad y un sistema de gobierno diferente, con consejos independientes que nombren a un rector con poder real, que pueda nombrar a sus propios decanos o contratar a los mejores profesores del mundo.
P. ¿Qué le dicen sobre esto otros colegas españoles?
R. Algunos se ponen a la defensiva y me recuerdan los datos buenos que ya conozco. Pese a la baja financiación, España tiene el 2% de la producción científica del mundo, está en el puesto 11 de publicaciones... Pero no es suficiente. Sé que élite en español suena como una palabrota, pero en EE UU el sistema es así. Universidades menos conocidas conviven con el MIT o Harvard, que son las que atraen talento.
P. ¿Qué ventaja tendría un rector externo?
R. La gente se sorprende de que un madrileño formado en la Politécnica sea rector de la universidad pública más grande de Virginia. Yo ni siquiera había vivido allí hasta que me contrataron. Y, sin embargo, no podría serlo en una universidad pública de España. No lo digo por mí. Si quisiéramos traer a la rectora de Harvard a España, ahora que se ha jubilado, no podríamos. España se autoimpone esa limitación, es como boxear con las manos atadas.
P. ¿Por qué le disgusta el término sobreeducación?
R. Se habla de ello como si fuera un problema que, al parecer, habría que arreglar educando menos gente. Mi madre no pudo estudiar porque en España no había acceso a la educación y aún menos si eras mujer. Mi padre tampoco, en su época había que trabajar pronto. Yo tuve la fortuna de ir y veo el poder transformador de la universidad para alguien como yo, de una familia normal y corriente. Quienes escriben ensayos de la sobreeducación —esta es la parte que me enfada un poco— tienen títulos de universidades sofisticadas. Y, si les preguntas qué harán sus hijos, los mismos que dicen que se puede ser feliz siendo fontanero quieren que su hijo vaya a la universidad. Saben que da más posibilidades de trabajo, mejor salud, más años de vida, más dinero. Y, lo más importante, la educación es la base de una sociedad democrática. Todavía no he dado con una sola sociedad que haya fracasado por ilustrar demasiado a sus ciudadanos. No existe.
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