Campaña permanente no revisable
La frontera del PP con Ciudadanos es ahora mismo un campo de batalla muy encarnizada.
Rajoy, tras el desgaste del procès en Cataluña que ha enviado al PP a la nada allí, parece haber entendido el error histórico de las políticas de apaciguamiento y quizá de su aislamiento en la Moncloa, y ha decidido ponerse las pilas saliendo a pelear… contra Ciudadanos. Lo de este fin de semana ha sido una carga a degüello. No hay que alarmarse particularmente. Al cabo, en política una cosa son los contrincantes y otras los enemigos: los primeros son rivales ideológicos, desde el otro extremo del arco; y los enemigos son rivales electorales, quienes te disputan tus votos. La frontera del PP con Ciudadanos es ahora mismo un campo de batalla muy encarnizada. Asumido que Rivera le está restando espacio electoral, aunque el CIS temple algo el miedo, Génova se ha lanzado contra sus aliados sin miramientos.
Rajoy ha entendido que la prisión permanente revisable es una ventana de oportunidad. Aunque la inseguridad sea un asunto muy secundario en el listado del CIS, hay momentos en que sube la temperatura del caldo de cultivo de los instintos primarios de venganza cuando se producen crímenes o detenciones sensibles. Y ese momento está servido con la campaña de los padres de Diana Quer o la niña Mariluz asesinada hace años en Huelva. Rajoy –o Arriola– ha visto la rentabilidad. Y debe de ser verdad, porque Ciudadanos ha rectificado abruptamente; aunque la propia rectificación se ha convertido en la baza para acusarles de ser poco fiables: “ni tienen las ideas claras ni los principios muy firmes”. Para el PP, la prisión permanente revisable es el punto de partida, a cara de perro, de una campaña permanente no revisable.
No, no es alarmante que el PP decida pelear duro, eso es la política. Pero sí es alarmante que trate de recuperar oxígeno usando el derecho penal. Díez Ripollés lo explicaba bien aquí: “La cadena perpetua se crea 150 años después de su desaparición y cuando España tiene las tasas de criminalidad más bajas de su historia. Los políticos tratan de sacar rédito electoral de decisiones políticocriminales”. No se trata de estadística creativa; hay que insistir pedagógicamente en que España es uno de los países más seguros del mundo. Aquí mueren por homicidio o asesinato unas 300 personas al año –última cifra, 2016– y eso significa un 30% menos que en los ochenta, cuando se consumaba la Transición. El dato de 0,6 homicidios por cada 100.000 habitantes, aunque cada caso sea un drama, es un dato realmente excepcional. Sólo Irlanda, Holanda, Austria y Singapur tienen una tasa menor. España es Top5 en el mundo.
Plantear esto como una prioridad es tramposo. Rajoy, un campeón de la procrastinación, capaz de responder “no nos metamos en eso” sobre la desigualdad de salarios entre mujeres y hombres o de posponer la financiación autonómica; parece, sin embargo, urgido con este asunto. El viernes irá al Consejo. Claro que buscar eslóganes de campaña en el código penal es una práctica peligrosa, aunque, eso sí, rentable. Todos los populismos han explorado el caladero del populismo punitivo, excitando la venganza en lugar de la calidad del orden social. Que Arenas califique la prisión permanente en el siglo XXI como “conquista social” podría provocar carcajadas de no ser un aviso de la estrategia. Y además ésta funciona, tanto que han logrado achantar a Ciudadanos, hasta el punto de afligirse, como dicen los toreros ante el peligro. Poco importa la realidad social o que España tenga una de las tasas de encarcelamiento más altas de Europa, que duplica o triplica a países del entorno. Es duro pero así va esto: en el PP parece dispuestos a hacer un país peor si en las encuestas a ellos les va mejor.
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