Ministro de Suárez y premio Príncipe de Asturias
Titular de Educación en el arranque de la Transición, el catedrático de la UAM consolidó uno de los principales bufetes de España
Aurelio Menéndez (Gijón, 1927), cuya vida entera, examinada retrospectivamente, parece haber estado consagrada a la lucha por el derecho, fallecía ayer en Madrid. Ningún campo de batalla ha evitado o rehuido. Mencionaré los más significativos, comenzando por el científico, en el que ha dejado una de las obras más originales y sugerentes en el panorama de la ciencia jurídica española de su tiempo y, a decir verdad, también una de las más paradójicas.
Digo esto porque teniendo la vocación confesada de insertarse en el saber establecido —en el paradigma de lo que él ha denominado “la moderna escuela española del derecho mercantil”—, llevaba metida en sus entrañas la semilla de la superación. En su obra están trazados o, cuando menos, apuntados los caminos que habrían de conducir y están conduciendo al derecho mercantil del siglo XXI. La clave de su impulso anticipador y transformador radica en la proverbial tolerancia o apertura metódica y en la riqueza de cultura argumentativa de que en todo momento hace gala en sus investigaciones. Justamente por este motivo su obra se ha hecho acreedora del más alto galardón a que puede aspirar un hombre de ciencia en el mundo de habla española, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, que obtuvo en 1994.
Pero Aurelio Menéndez no fue solo un hombre de ciencia. Fue también un hombre de acción, y así lo acredita la intensa actividad desplegada en tantos terrenos. La más formidable reforma de la legislación mercantil llevada a cabo en nuestro país desde la promulgación del Código de Comercio no habría sido posible sin la perseverancia e inteligencia de quien ha estado al frente de la Sección de Derecho Mercantil de la Comisión General de Codificación hasta bien entrado el presente siglo. Algo similar ha significado su labor en el ámbito de universitario y de la profesión, en los que he de destacar su decisiva contribución a la puesta en pie y desarrollo de la Facultad de Derecho de la UAM y de Uría Menéndez Abogados, dos instituciones fundamentales para entender el proceso de modernización del derecho y la abogacía en nuestro país. No puede olvidarse tampoco el paso de nuestro hombre por la política. En los primeros y más convulsos momentos de la Transición fue mucho más que un ministro de Educación, cargo que desempeñó entre 1976 y 1977. Su firme compromiso con la democracia y el pluralismo le hicieron jugar un papel clave en la legalización del Partido Comunista, prueba de fuego de la normalización política del país.
Nada de lo que ha hecho en estos frentes es comparable, sin embargo, con lo que ha hecho posible hacer enseñando a otros y cumpliendo con la que ha sido su vocación más genuina o sustancial. “Mientras me quede algún aliento seguiré añorando, seguiré soñando con el magisterio, la captación para una tarea singularmente noble como es la tarea universitaria, porque sé que es fácil superarme y superándome hacer fácil aquello que no he sido capaz de hacer”. De las muchas páginas que ha dedicado al tema, elijo estas palabras porque resumen con especial fuerza la moralidad y la felicidad —el ethos y el pathos— del magisterio de Aurelio Menéndez. Me refiero a la moralidad de la propia superación, y al imperativo que impone de resistir la tentación de moldear o reproducir siempre al acecho del maestro. La actitud de Aurelio Menéndez en este aspecto, dirigida a fomentar la individualidad de sus discípulos, a ayudar que salga fuera lo mejor de cada uno, ha sido siempre ejemplar. El progreso, pensaba con razón, se detiene cuando las escuelas se convierten en iglesias.
Y la felicidad... No hay duda de que la universidad ha sido el refugio más profundo, más seguro, más dulce que ha encontrado Aurelio Menéndez para abrigarse de los rigores y los azares de la vida. Él mismo lo confesaba al recordarnos que en ella “están buena parte de las horas más felices que he vivido”. Nada de esto pasaba desapercibido. Cuando se le veía en el aula o en el seminario o cuando se le adivinaba en la penumbra del estudio, frente al papel en blanco, escribiendo poco importa si es sobre el ánimo de lucro en la sociedad anónima, sobre la importancia de las escuelas en el progreso científico o sobre la enigmática relación que media entre lo justo y lo jurídico (por citar algunos de los temas de sus últimas publicaciones), uno le veía gozando, y ese es el goce que transmitía a quien le escuchaba o a quien le leía. Sus discípulos lo sabemos bien. E igualmente lo supieron bien sus alumnos, para quienes una lección de Aurelio Menéndez era siempre una lección sobre la lección.
La edad le había hecho más frágil, pero nunca desmayó en sus empeños. Otra gran lección.
Cándido Paz-Ares es catedrático de Derecho Mercantil en la Universidad Autónoma de Madrid.
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