¡Franco, presente!
Al abrigo del 20-N, los presuntos detractores del caudillo, del nacionalismo a Podemos, no hacen otra cosa que evocarlo y hasta imitarlo
No habrá este 20-N misa por el sufragio del alma de Franco en el Valle de los Caídos porque el parque temático cierra los lunes, ni podrán peregrinar hacia la megalómana cruz de granito sus explícitos partidarios, aunque la memoria del caudillo está más viva entre los indepes, los nacionalistas y Podemos de cuanto sucede en la marginalidad de la extrema derecha.
Tardà, Iglesias, Puigdemont, Rovira, parecen obsesionados con la reaparición del franquismo. Y no hacen otra cosa que añorarlo y banalizarlo. Han vaciado de contenido y de significado la tragedia del preso político, la emergencia del exiliado y hasta la memoria de las hemorragias fratricidas. Marta Rovira osó mencionarlas no ya con la acostumbrada frivolidad de estos delirios revisionistas, sino como una obscena maniobra de encubrimiento. Trata de inculcarnos que el repliegue de la estrategia soberanista, la apostasía hacia la Constitución, la sumisión al 155 y la disciplina hacia unas prosaicas elecciones autonómicas, provienen de la doctrina gandhiana. Y se atienen a un escrúpulo pacifista que subordina la tierra prometida a la amenaza del baño de sangre. Impresiona la desfachatez con que se convoca el cainismo telúrico. Y desconcierta que un discurso tan oportunista e improvisado -las manos caídas para evitar los tanques- convenza, si es que lo hace, a la grey del pueblo oprimido, sometido a la ferocidad del neofranquismo.
Franco está vivo porque se obsesionan en reanimarlo sus teóricos detractores, no solo responsables de relativizar la gravedad de 40 años de dictadura y de ejercer una pedagogía perversa entre los españoles que no la vivieron, sino que son también promotores de iniciativas políticas que evocan o imitan precisamente los peores comportamientos del régimen franquista.
Un buen ejemplo consiste en la transformación del parlamento en un espacio decorativo y partidista. Los indepes han abolido a la oposición como han desdibujado la separación de poderes. Han amañado el plebiscito del 1 de octubre. Han inculcado el fervor excluyente a la bandera y los mitos fundacionales. Han recurrido a la más flagrante metodología de la propaganda, de la tele al Barça. Han suspendido la separación de poderes y despojado de credibilidad la democracia.
La tentación autoritaria del procés, la mímesis de algunos resabios franquistas en la política independentista, convierten en inverosímil la aspiración de exhibir a Rajoy como un caudillo resurrecto. Piensa Rovira que el líder popular esconde los carros de combate al ralentí. O no lo piensa, pero sí lo dice, muy consciente, mucho, de que el imaginario soberanista necesita placebos para escapar al desengaño que han urdido sus líderes. Franco, más vivo que nunca en la demagogia instrumental, es un escudo magnífico, polifacético, para esconderse de la propia negligencia, igual que “facha” y “fascistas” se han convertido en expresiones huecas y en señuelos dialécticos blasfemos para abortar la profundidad de los debates incómodos.
El mayor peligro de semejantes estrategias e irresponsabilidad consiste en la tergiversación del franquismo mismo. No sería tan malo el régimen si pueden habitarlo a su antojo Rufián y Monedero, podría decirse. Y hasta podría afirmarse que es mejor este franquismo contemporáneo que la democracia a la que pretende conducirnos Pablo Iglesias.
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