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Hijos del pujolismo, maestros en autoindulgencia

Cuando llega la hora de reconocer errores y pecados, el procesismo no puede dejar de sacudirse de encima las culpas

Jordi Pujol participa en la ofrenda floral ante el monumento a Rafael Casanova durante la Diada de 2001.
Jordi Pujol participa en la ofrenda floral ante el monumento a Rafael Casanova durante la Diada de 2001.Tejederas
Lluís Bassets

No hay dudas sobre la filiación, basada en tres principios: el primero, es la ley del embudo (sólo se cumple la ley cuando va a favor); el segundo, es que la culpa siempre es ajena; y el tercero, que el país y los intereses propios son todo una y misma cosa (riman bandera y cartera, Pujol y Cataluña). Así funcionó el pujolismo y así lo transmitió a sus herederos, que desbordan ampliamente el estricto marco familiar y partidista de Convergència y de su continuación en el PDCat.

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Francesc Trillas lo formuló muy bien: el procesismo es la fase superior del pujolismo. Se puede explicar con nombres y apellidos, en una auténtica genealogía de los dirigentes, los intereses y las empresas independentistas. Se puede explicar también muy claramente en la continuidad de las ideas, especialmente la reserva de desconfianza hacia España que Pujol mantuvo siempre en toda su política de pactos.

Pero también hay una continuidad en términos morales, que se resume en una sola palabra, autoindulgencia, en la que se resumen los tres rasgos de la filiación: protegidos por la noble causa de la nación catalana, estamos autorizados a moldear las leyes a nuestro gusto, a perseguir los intereses particulares protegidos por el patriotismo y a endosar siempre al enemigo exterior todos los errores y todos los males que nos sobrevengan.

Ahora nos encontramos en la apoteosis de la autoindulgencia. Justo cuando comienza —obligadamente, todo hay que decirlo— el reconocimiento de los propios errores y pecados, hay que hacerlo siempre excusándose en los errores o los pecados de los demás. "No estábamos preparados para la independencia", dice la frase que todo lo resume, pero inmediatamente añade que "no estábamos preparados para hacer frente a un Estado autoritario sin límites a la hora de aplicar la represión y la violencia".

Fijémonos que el independentismo ha hecho tres descubrimientos desde el 1-O, tres descubrimientos que para muchos ciudadanos eran evidencias pero que el independentismo se empeñaba en ocultar, haciendo uso de todo tipo de malas artes, incluidas las mentiras más descaradas. La insuficiencia de su pretendida mayoría social, que contrasta con el despertar de un sentimiento de identidad fuertemente español en una mitad hasta ahora oculta de la sociedad catalana. El rechazo de los mercados y del mundo empresarial en general a un proyecto sin garantías respecto a la continuidad en la zona euro. Y la extraordinaria fuerza coercitiva de todos los Estados, radicalmente renuentes a dejarse trocear y dividir con rotura o abuso de ley.

Mintieron y ocultaron, y ahora lo reconocen, aunque es congénita, debida a la filiación moral pujolista, la dificultad para admitir sus errores, suyos y únicamente suyos. Errores que son, en principio, de análisis de la realidad; pero en todo caso de explicación mentirosa a la ciudadanía. Ante el surgimiento de la mitad de Cataluña cómodamente española, se esgrime la serie de palabras fetiche: fascismo, franquismo, extrema derecha... Ante la reacción del mundo económico, las excusas de mal pagador que atribuyen a Rajoy las instrucciones para marchar o el espanto producido en los mercados por la violencia policial del día 1-O. Ante la fuerza del Estado, la increíble explicación de que no lo habían tenido en cuenta y decidieron evitar la violencia.

En resumen: nunca hay responsabilidades propias. Nada se ha hecho mal en estos cinco años en que se contaban las cosas al revés de como después se han producido. Un excelente ejemplo de la autoindulgencia pujoliana al uso nos lo da este martes el editorial "autocrítico" del diario independentista de referencia, que es el Ara, donde tras reconocer los errores de percepción de la realidad y el pecado de ocultamiento de la verdad a los ciudadanos termina el artículo con un párrafo de antología: "El independentismo empieza a hacer autocrítica. Y esto lo fortalece. Algún día, esperamos, también deberá ser el turno del unionismo". Se supone que este generoso y simétrico consejo no será para conseguir también que el unionismo se fortalezca.

Hay que decir, en su descargo, que estos hijos del pujolismo y maestros en la autoindulgencia han triunfado en toda regla, aunque en su éxito, si acaba plenamente confirmado en las urnas, llevarán la penitencia. Su triunfo popular ha sido tan abrumador, que sus seguidores, auténticos creyentes de esta fe demostradamente falsa, siguen como si nada y se preparan a revalidar los errores y los pecados en las elecciones del 21-D: credo quia absurdum, dice dicha clásica sobre el catolicismo (creo porque es absurdo). En premio a sus mentiras y sus ocultaciones, en lugar de enviarlos a la oposición, si atendemos a las encuestas que hay ahora a nuestra disposición, los quieren volver a llevar a gobernar, y por tanto a repetir los mismos errores y pecados, quizás un poco más prudentemente y más despacio.

Yo espero que no sea así, si atendemos sobre todo a aquel sabio y famoso dicho dudosamente atribuido a Abraham Lincoln: " Se puede engañar a todos durante algún tiempo, se puede engañar a algunos siempre, pero no se puede engañar a todo el mundo siempre". No importa de quien sea la frase si sirve de consuelo ante la terca persistencia de este casi dos millones de catalanes que han creído y siguen creyendo con la fe del carbonero en el santo y gratuito advenimiento de la Purísima Independencia de Cataluña.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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