El “estigma de Ermua”
La localidad vasca fue durante muchos años el símbolo de la lucha ciudadana contra ETA
El jueves 10 de julio de 1997 se perdió el rastro de Miguel Ángel Blanco. A media tarde, una llamada en nombre de ETA comunicó que el concejal del PP en el Ayuntamiento de Ermua (Bizkaia) había sido capturado por los terroristas e iba a ser ejecutado en 48 horas, como así sucedió. Veinte años después del cruel asesinato del joven de 29 años, su municipio vive hoy bajo “el estigma de Ermua”, sostiene su alcalde, el socialista Carlos Totorika. En las calles cuesta recordar aquellos momentos tan trágicos. Ermua fue durante muchos años el símbolo de la lucha ciudadana contra la banda terrorista, pero han pasado dos décadas y el pulso es otro: “Los vecinos participaron entonces masivamente en los actos contra ETA, pero durante estos años hemos sufrido las malas caras y notado el odio acumulado en la sociedad vasca. Ese es el estigma de Ermua”, comenta el regidor.
La figura de Miguel Ángel Blanco se ha quedado en la intimidad de las casas. Su recuerdo solo es visible en las banderas a media asta que ondean en la Casa Consistorial y en los carteles colocados en edificios públicos anunciando la exposición del asesinato de Miguel Ángel Blanco y de la movilización ciudadana por la libertad. En las paredes de las calles hay más carteles, muchos más, que denuncian el “aislamiento” que sufre en la cárcel Aintzane Delgado, histórica dirigente del comando Madrid, detenida en 2000. Ermua está dividida, como el resto de la sociedad vasca, entre quienes quieren pasar página y quienes quieren recordar a las víctimas del terrorismo. “A mí me cuesta hablar de aquello. Fue muy triste, pero ha pasado mucho tiempo...”, afirma con resignación Mari Carmen, una jubilada que estuvo entre los miles de manifestantes que encarnaron el conocido como espíritu de Ermua.
En el mismo asiento que ocupaba Miguel Ángel en el salón de plenos cuando era concejal se sienta ahora Fernando Lecumberri. Este edil del PP comía en un restaurante de Vitoria cuando el telediario informaba del secuestro. “Tuve que encararme con el dueño, que era muy batasuno, porque se negaba a subir el volumen de la televisor”, recuerda. Lecumberri llegó al consistorio vizcaíno en 2007 y desde entonces, asegura, trata de “hacer honor a lo que significó Miguel Ángel en vida y tras su asesinato: la lucha por la libertad”. Las movilizaciones contra la banda que se dieron a partir de la captura de Miguel Ángel Blanco fueron el principio del fin de ETA, logrado hace algo más de cinco años. En esto coinciden la clase política y también varios vecinos: “La presión sobre el mundo abertzale fue muy fuerte y eso nació aquí, pero ahora las cosas han cambiado, sobre todo desde que no hay tiros”, afirma Alfredo. “Eso es así, la gente tiene mucha facilidad para olvidar las cosas”, le apostilla Juan Antonio.
“No ha sido fácil recibir algunas miradas, convivir con el nosotros-vosotros, la división entre los ciudadanos, que aún existe y un problema muy grave de la sociedad”, remarca Totorika, quien admite que el gesto del alcalde de Rentería (Gipuzkoa), Julen Mendoza, de EH Bildu, al pedir perdón en un homenaje que promovió recientemente a tres asesinados por la banda. “Es un paso adelante, pero insuficiente. Si no se dan más gestos de este tipo, las generaciones futuras no sabrán nada de Miguel Ángel Blanco y sí de los héroes que lucharon contra los traidores españoles”, dice el alcalde que tuvo que ponerse al frente de su pueblo en 1997 para protestar civilizadamente contra el terror de ETA.
El “odio acumulado” y “la ideología totalitaria y excluyente” persisten en Euskadi, a su juicio. Por eso, Totorika opina que en Ermua casi nadie quiera hablar del pasado, del pasado más negro del terrorismo etarra. “A muchos les cuesta reconocer aún que lo que hicieron fue una monstruosidad. Ellos decían defender a la patria, pero asesinar por la política es inconcebible. Ellos sabrán cómo se lo quieren explicar a los presos, a sus hijos o a la historia, pero las víctimas necesitan que se les pida perdón”.
El busto de Miguel Ángel Blanco que suele estar en el Ayuntamiento preside estos días una exposición de fotografías de Ignacio Pérez que transmiten el dolor que se vivió en Ermua aquellos cinco fatales días de julio de hace dos décadas y “la impresionante reacción de la gente que le perdió el miedo a ETA”, dice Lecumberri. A partir de entonces, “muchos que vivían de perfil empezaron a dar la cara y supuso un punto de inflexión”.
Pero con el paso del tiempo la lógica política de “unos son héroes y otros enemigos a batir” ha acabado imponiéndose en Ermua, asegura Totorika. Por eso, el silencio es lo común en sus calles. Dice el alcalde de que la mayoría adopta una actitud defensiva: “Yo, por si acaso, no hablo. Eso de critico rotundamente a ETA no se oye aquí. Es algo que está sin superar”.
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