Amor y pasión en tiempos de censura
Olvidada la moción, la jornada fue un tobogán emocional para Iglesias, de la pelea con Rivera a tirar los tejos al PSOE
Cuando ayer se despertaron para continuar el debate, Rajoy ya no estaba allí, aunque sí que quedaba algún dinosaurio. Apareció al final de la mañana. Parece increíble que su presencia, con su pachorra, fuera motivo de tensión. Sin él, todos se olvidaron de la moción de censura. Si el día anterior se impuso el aburrimiento, la mañana de ayer fue una montaña rusa de amores y odios. Primero, Pablo Iglesias y Albert Rivera se dieron leña durante hora y media. Estuvo divertido. El líder de Ciudadanos llamó al candidato viejuno, vago y decimonónico. Para avisarle de que se acababa el tiempo, Ana Pastor le apretó la luz naranja unas cuarenta veces, como una vecina pesada al interfono, y es que ponía la misma cara. Luego por fin pudo pronunciar esas palabras que tanto le debe de gustar oír al líder de Unidos Podemos estos días: "Tiene la palabra el candidato a la presidencia del Gobierno, el señor Iglesias Turrión".
Salió de cabeza al ataque personal. Cómo se odian, parecen celos por ver quién es más nuevo. Acusó a Rivera de hacer citas pedantes de libros que no ha leído y vender productos bancarios. El otro le llamó embustero y cínico. Luego Iglesias le puso de facha e inútil. El clima se cargó mucho y aquello fue más fuerte que Celia Villalobos, que se metió también. Hasta el punto de que Ana Pastor le llamó la atención: "¡Se le oye lo que usted dice aquí!". "Cómo habrá sido lo que ha dicho para que hasta la presidenta le llame la atención", picó Iglesias a Pastor. Luego Rivera le pilló a él cuando le recordó que Jordi Solé Tura no se dice "Turá": "¡Que no es un jugador de fútbol!". Al final, tras las tortas, le tendió la mano, pero ahí se quedó. Lo suyo es imposible.
Luego siguieron mareas y confluencias, y de repente, a las 10.40, huy, Alberto Garzón. Es verdad, también él tenía un partido. Resultaba tan ausente como Rajoy o Pedro Sánchez, con el inconveniente de que él si estaba allí. El que había ido por Sánchez era José Luis Ábalos, que aún te lo encuentras en el metro y no sabes quién es. Ayer se estrenaba. Al principio había muchos huecos en los escaños del PSOE. Uno de ellos, al lado de Ábalos, que así parecía más solo. Luego llegó su compañero, otro señor. Es que en la bancada del PSOE ya casi no te suena ninguno, con tanto movimiento de banquillo.
A las 11.20 llegó el turno del PSOE y ellos enseguida se pusieron a aplaudir. Por fin, día y medio después, podían aplaudir a alguien, aunque fuera a Ábalos. El nuevo portavoz estuvo muy grave, algo fúnebre. Todo lo que le dijo al PP ya se lo había dicho antes Iglesias y con más gracia. Con más mala leche por supuesto, eso ya es patrimonio de Podemos. En el PSOE no están los tiempos como para ver quién es el gracioso, todavía tienen que encontrar al serio. Los diputados socialistas seguían aplaudiéndose, casi como terapia curativa. Ábalos estuvo mejor cuando se giró hacia Iglesias. No había sacudido al PSOE ni una vez, pero él se permitió arrearle, un poquito nada más. Aunque le agradeció que esta vez le tratara bien. Iglesias le escuchaba ceñudo, que no se le escapara nada que pudiera denotar sarcasmo, para hacer ver que de verdad ahora lo suyo va en serio. Al final Ábalos dijo lo que había venido a decir. Anunció a los españoles: "¡Somos el nuevo Partido Socialista Obrero Español!".
Iglesias le contestó suave como un banco de medusas. Hasta insinuó que aún podrían arreglar un acuerdo allí mismo en unos recesos si se ponían. Pero Ábalos no se dejó seducir, se volcó en la autoestima y los 138 años de historia, y se fue soltando, aunque con retranca de barrio, como la del carnicero mientras te corta los filetes. Despejado el peligro de mordedura del PSOE, Iglesias les pasó un poco más la mano por el lomo y al final se acercó sin miedo a dársela al portavoz. Foto del día.
La curva del amor volvió a bajar con el portavoz del PP, Rafael Hernando. Empezó de perfil bajo, pero le dio rápido otra acepción al término. Mezcló la defensa de las donaciones del dueño de Zara con un cáncer que anunció allí mismo y el héroe del monopatín de Londres. Acusó a Unidos Podemos de querer montar "checas y cárceles del pueblo". Luego leyó a Iglesias la lista de pufos de su partido, como si alguna del hemisferio norte pudiera empatar con la suya, y, se veía venir, no pudo evitar bromas sobre la "relación" con Irene Montero. Volaban gritos e insultos y la bancada del PP se enzarzó a voces con un chico del público. Perdida la serenidad, el pobre Moragas se confundió y votó sí a la moción de censura.
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