Paquita López, la Pasionaria de Rabat
El 14 de abril es una fecha especial para la exiliada republicana de 104 años que fue secretaria de Hassan II
Cada 14 de abril Paquita López solía invitar a sus amigos a una copa en su piso de Rabat para conmemorar la II República de España (1931-1939). Ahora, con 104 años, enseña con orgullo un cuadro donde la retrataron de joven envuelta en la bandera republicana. Desde las últimas primaveras ya no le quedan tantos amigos a los que invitar. “Mire el teléfono, con la caja de pañuelos encima. ¿Sabe por qué está ahí la caja? Porque el teléfono nunca suena”. Llegó a Marruecos exiliada en 1939 y con una vaga idea sobre un país que ella solo relacionaba con la guerra del Rif (1911-1927). “No vine por gusto, me obligaron. Nunca he sido emigrante, fui refugiada y después residente”.
En Rabat hay pocos balcones con flores. Y entre esos pocos está el suyo, con unos geranios rojos que llaman la atención desde lejos, en el segundo piso de un edificio desconchado del centro de la ciudad, sin ascensor ni portero físico ni automático. “Una casa sin flores es una casa triste. También tengo un jazmín magnífico, pero no puedo olerlo, he perdido el olfato”.
—¿Y eso?
—Psss… La juventud. Pero no me importa. Yo lo bueno que tengo es que acepto las cosas como vienen. No soy de las que se quejan. Si me duele aquí o me duele allá, yo sé que es lógico. Lo que tiene que pasar pasa.
A las ocho de la mañana llega la señora que la cuida, le cocina y le limpia la casa. A las cinco de la tarde la acuesta y la deja en la cama. Ahí se queda hasta que la levantan al día siguiente. Las horas pasan frente a la tele, que ve con la ayuda de un audífono. Suele mirar el canal de 24 horas de Televisión Española. Cuando hace buen tiempo se entretiene viendo a la gente pasar por la calle desde el balcón. Tiene un hijo de 67 años que se llama Rubí y vive en Praga. Y varias nietas. Dice que la alegría de su vida fue cuando el hijo le comunicó por teléfono el nacimiento de la primera nieta, que tiene ya más de 30 años. “Ahora mi mejor momento del día es cuando estoy en la cama, porque ahí no me duele nada”.
La última vez que la sacaron del piso fue el año pasado, para llevarla a un médico. En las paredes de su salón tiene enmarcados una foto de Ho Chi Minh, otra de Tolstoi y varios reportajes en diarios españoles, incluido un artículo de hace cinco años en EL PAÍS. Nació el 5 de noviembre de 1913 en Madrid. “Fui al primer colegio republicano de España. Y lo primero que me enseñaron es que nadie elige su raza ni su familia. Eso no se me olvida”. Dice que su padre era de profesión millonario. “Y mi abuelo, republicano de toda la vida. Por mi casa pasaba Vicente Blasco Ibáñez y mucha gente ilustre”.
Estudió en el Lycée de Jeunes Filles de París. Se casó en Madrid y se exilió en Francia. Pasó por el campo de concentración de Le Boulou y se instaló con su marido en Marruecos cuando tenía 26 años. Después de 10 años de matrimonio “muy feliz” se separaron porque él “metió la pata”. “Todo lo que ves en mi casa, pobre o rico, me lo he comprado yo con mi trabajo. Soy una mujer muy mujer. Me llamaban la Pasionaria de Rabat. Y todavía me lo siguen llamando”.
Dicen que tiene mucho carácter. “¿Y si no lo hubiera tenido qué habría sido de mí? Yo me crezco en las dificultades. Otros les piden a Dios o a un santo. Yo solo me pido a mí misma”. En los años cuarenta trabajó como dactilógrafa dentro del Palacio Real en Rabat. Y después ejerció de secretaria e intérprete del que entonces era príncipe y después rey Hassan II (1961-1999).
-¿Te tomarías un whisky?
Hassan II no goza de muy buena fama en Marruecos, pero Paquita dice que con ella se portó muy bien. “Para mí será siempre Mulay Hassan. Durante los tres o cuatro años que trabajé para él siempre me consideró como una exiliada”.
-¿Un bombón, quizás?
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