¿Quién era el soldado griego enterrado en la Málaga fenicia?
El misterio envuelve al primer enterramiento descubierto en la península con un ajuar mortuorio
Era un varón con una estatura de entre 1,75 y 1,78 metros. En algún momento de su vida sufrió un golpe contundente en el hombro derecho y un traumatismo en la cabeza, causado por un objeto romo. Logró curarse. De complexión fuerte, vivió en el siglo VI antes de nuestra era, murió cuando tenía entre 40 y 45 años y fue enterrado extramuros de la ciudad fenicia de Málaga. El cuerpo de este hombre, sin identidad y rodeado por varias incógnitas aún por despejar, reposaba en la conocida como Tumba del Guerrero, el primer enterramiento descubierto en la península con el ajuar mortuorio y la indumentaria de un soldado griego.
Esta pieza es una de las más valiosas y llamativas de la sección de Arqueología del Museo de Málaga, inaugurado en diciembre pasado. “Lo especial es el contenido, más que el continente”, explica David García, el arqueólogo que dirigió los trabajos de excavación encargados a la empresa Arqueosur. El hallazgo se produjo en 2012, durante la construcción de una promoción inmobiliaria en un solar ubicado entre las calles Jinetes y Refino de la capital malagueña. Bajo niveles con estructuras del siglo XIX y de un barrio de época almohade, afloraron los sillares de la sepultura, a solo 30 centímetros de un bloque de viviendas anexo.
¿Quién era ese guerrero griego enterrado en la ciudad fenicia de Malaka? Se desconoce. Podría tratarse de un mercenario o simplemente de una evidencia de las relaciones comerciales y políticas entre esta urbe y las ciudades helenas del Mediterráneo. Málaga era en esa época “un crisol”, recuerda el arqueólogo, en la que incluso habitaban “indígenas” que habían adquirido hábitos fenicios, pero que seguían manteniendo sus tradiciones antiguas.
El ajuar localizado alrededor de los restos óseos, un esqueleto que miraba hacia el oeste, incluía elementos que se identifican con la armadura de un soldado hoplita, además de otros de carácter ritual y simbólico, vinculados a los enterramientos fenicios, que denotarían un elevado nivel social del individuo. Lo primero que apareció fue un anillo revestido de oro con una piedra tallada (escarabeo) con la representación de la diosa egipcia Sekhmet, joya que García tacha de “fascinante”. Junto al cráneo, en la parte izquierda, había un plato de plata, y en la derecha, trozos de marfil que todavía no han sido definidos.
A los pies del cuerpo descansaban dos varillas de plata con remates cónicos y a la derecha se halló la punta de una lanza doblada. En la tumba había fragmentos metálicos que podrían haber sido parte de un escudo, hipótesis que está en investigación, y un objeto de cerámica, posiblemente para la quema de esencias, encontrado junto a la que es sin duda la mejor pieza del conjunto: un casco corintio de bronce con un programa decorativo muy completo que ha sido datado en el siglo VI antes de nuestra era. Para llegar a esta conclusión se han revisado los 2.000 yelmos griegos documentados en el Mediterráneo. El casco, restaurado por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH), tiene labradas una gran palmeta central, unas serpientes sobre las aberturas de los ojos y cuatro águilas.
Hasta el momento se sabe que el hombre tenía un estatus social alto. “No todo el mundo podía permitirse un ajuar de esas características”, subraya García. “¿Podría ser alguien que mandara sobre un grupo de personas relacionadas con la defensa de la ciudad? Pues a lo mejor”, añade. Malaka comenzó a amurallarse en el mismo siglo al que se remonta la sepultura del soldado. El arqueólogo recuerda lo difícil que resulta aventurar una teoría sobre el ocupante del yacimiento porque “no hay paralelos”. Fuera quien fuera el guerrero, su tumba y las mejores piezas de su rico ajuar se pueden contemplar ahora en el Museo de Málaga.
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