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Qué tiene de bueno (y de malo) la consulta popular de Madrid

Los referéndums locales aumentan por todo el mundo, pero sus beneficios dependen de condiciones que la capital de España no siempre cumple.

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La ciudad de Madrid ha hecho su primera consulta popular con urnas. El Ayuntamiento sigue una tendencia global: hay cada vez más referéndums. Los políticos consideran que preguntar más a los votantes es bueno. Algo de eso hay, pero es un proceso no exento de trampas y agujeros. España tiene aún poca experiencia. Hay otros países y regiones —Suiza y California son los dos modelos— con un ritmo de consultas alto. Esto es lo que podemos aprender de ellos, y no son solo cosas buenas.

1. Hay países que hacen muchas y la participación es baja, pero no tanto. En Madrid se han fijado en la democracia directa de tres países: Suiza, Estados Unidos y Alemania. Desde 1990 todas las regiones alemanas han introducido mecanismos de democracia directa. En Baviera, la región más activa, se han votado 2.000 iniciativas ciudadanas y 1.500 referéndums iniciados por la administración.

El país con mayor tradición es Suiza. Allí se han votado más de 800 iniciativas ciudadanas desde 1970, según datos del Centre for Research on Direct Democracy. Los suizos votan con frecuencia y afluencia: la participación media supera el 40 por ciento. En Madrid no ha llegado al 8%.

Sus puntos fuertes son dos, según el profesor Bas Denters, de la Universidad de Twente: “Añade oportunidades para que la ciudadanía sea escuchada y permite une mejor correspondencia entre decisiones públicas y opinión pública”, dice. 

2. El reto de la relevanciaPara que una consulta sea útil debe plantear un interés genuino: “Solo debes organizar un referéndum si tienes un problema creíble y una solución creíble. Tiene que ser importante. Si no hay interés, malgastas la energía política de la gente”, dice Matt Qvortrup, profesor de la Coventry University. En Madrid solo una de las cuestiones cumplía esto: la peatonalización de la Gran Vía. Desde diciembre, la ciudad se pelea por este asunto. 

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Finalmente ha votado solo el 8% del censo. ¿Es suficiente para impulsar un proyecto así? Yanina Welp, codirectora del Centro Latinoamericano de la Universidad de Zurich, cree en principio que sí: “El sistema debe hacer que se escuchen las voces. Luego es su derecho y no su obligación participar”. Pero no hubo en realidad una campaña con un debate en la calle: “¿No había gente haciendo campaña por el no? Debería haberla”, dice Welp. Los porcentajes extraordinarios de la victoria en las dos preguntas ciudadanas —94% a favor del billete único y 89%, de un Madrid sostenible— reflejan también esa falta de polémica. Otra pista: el Ayuntamiento retrasó la publicación de resultados una semana sin que nadie se impacientase. 

Madrid tenía esta vez el interés de la novedad. A cambio tenía un handicap: la inexperiencia de los ciudadanos. “La gente lo irá tomando cuando confíe en las instituciones. Ahora desconfía. Es normal que si se hace una votación no participe la mitad de la población.”, dice Soto. 

3. Cómo es una pregunta ideal y por qué las de Madrid no lo son. El texto de una consulta debe plantear un dilema verdadero y ser neutral. Pero tres de las cuatro preguntas sobre Gran Vía incluían la palabra “mejorar”. ¿Quién iba a votar en contra de mejorar cosas? Además en las cuatro preguntas la opción del “sí” ratificaba el proyecto del ayuntamiento. Ninguna ofrecía otra alternativa, ni señalaba los costes de ese sí. Los resultados han sido los esperados: se han ratificado las cuatro propuestas con hasta el 92% de votos a favor. 

4. Hay dos tipos de consultas y no son iguales. La consulta de Madrid tenía 4 temas: 2 eran propuestas del Ayuntamiento y 2, de ciudadanos. Los dos gubernamentales eran las reformas de Gran Vía y Plaza España. Para el concejal de Participación, Pablo Soto, “esos no son ejemplos de democracia directa, porque debe ser la gente que impulse de abajo arriba los temas, los debates y la decisión”. 

Para Soto, la iniciativa ciudadana y la gubernamental no tienen nada que ver. Es una distinción importante: “Las dos son muy diferentes”, dice Shaun Bowler, profesor de la Universidad de California. “En los plebiscitos, el poder de marcar la agenda se mantiene en manos de los políticos”, añade. 

Para las iniciativas ciudadanas, la ciudad tiene una web —Decide Madrid— que permite plantear las propuestas: “Cualquier persona (sin necesidad siquiera de estar empadronada en Madrid) puede crear una”, se dice en la página. 

Las iniciativas ciudadanas no son una varita mágica: suelen perder y el apoyo del gobierno es una de las claves para su éxito. 

Los datos de Suiza dicen que se aprueban más iniciativas si las apoya el gobierno. Pero no es una garantía total: en Suiza se rechazan un 27% de las iniciativas apoyadas por el gobierno, y se aceptan el 19% de las que recomienda rechazar. Las iniciativas son en el fondo un contrapoder. La democracia directa sirve, como dice Soto, para “poner un control de la mayoría de la sociedad sobre los gobernantes”. 

5. En las iniciativas ciudadanas el equilibrio entre lo deseable y lo posible es difícil. En la ciudad de Los Angeles, cuya población es algo superior a Madrid, las iniciativas ciudadanas pasan por un funcionario para que haga un resumen aceptable y aséptico. Luego deben conseguir un número de firmas superior al 15% de votos en las últimas elecciones a la alcaldía: en esta legislatura son más de 61.486 firmas (y no pueden ser electrónicas). Solo entonces va a votación. 

Los requisitos son mucho más estrictos que en Madrid. Es difícil que una ciudad novata como Madrid llegara de buen principio a ese nivel de sofisticación legal. El concejal Soto pide tiempo: “No hay ningún motivo por el cual la ciudadanía no pueda tomar decisiones en Madrid y sí en Berlín o Ginebra. Aquí la gente no lo conoce todavía”, dice. Si el proceso tiene éxito, parece razonable que las exigencias crezcan. De momento las peticiones ciudadanas tienen poca conciencia de las competencias de un ayuntamiento o son más bien deseos: entre las más votadas en la web de Decide Madrid aparecen “Abonos mensuales de 20€ Para todos los usuarios del transporte público”, “Evitar acosos escolares y abusos sexuales en colegios” o “Los madrileños estamos HARTOS de los/as carteristas del centro y del metro”. 

Las dos propuestas de la ciudadanía que se han aprobado en la consulta madrileña tendrán problemas de aplicación. Para el billete único, las competencias son también de la comunidad de Madrid. En el Ayuntamiento son conscientes del problema y advierten en su web: “En las propuestas que quedan fuera de las competencias municipales el Ayuntamiento no podrá llevarlas a cabo, pero emprenderá actuaciones alternativas dentro de sus capacidades que intenten cumplir con la decisión”. Las 14 propuestas para un Madrid sostenible mezclan medidas concretas con deseos: “Es una batería de propuestas tan amplia que si de aquí a 4 años vamos a ver cuáles se han puesto en práctica, seguro que no todas se han cumplido”, dice Joan Font, director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC. 

6. El riesgo del hackeo de Forocoches. Un 1% del censo madrileño —27.064 personas— pueden llevar cualquier iniciativa a las urnas. Un grupo organizado, serio o no, podría llevar una petición loca a votación: ¿una estatua de Bud Spencer en la Puerta del Sol? ¿Pintar las papeleras de azulgrana? La web Forocoches tiene experiencia en troleos de este nivel. El Ayuntamiento buscaría recursos para hacer perder una votación que en el fondo no es vinculante, pero el cachondeo y daño a la imagen de las iniciativas sería notable. 

7. La democracia directa es desigual aunque no quieras. Las elecciones municipales son cada 4 años. La participación en Madrid en 2015 fue de un 68%, 8 veces más que en esta consulta popular. El concejal Soto no ve un problema en esta distancia: “Si encuentras fórmulas para que la soberanía se exprese más, es la propia gente la que toma decisiones y puede corregir decisiones anteriores”, dice. El problema es el perfil del votante en consultas, que a la fuerza es más activista e informado. Si votar es más costoso —y votar implica siempre tiempo, información, energía—, votará más la gente con mayores rentas y más estudios. Se genera desigualdad. 

Soto ve sin embargo este sesgo en todas las elecciones: “El perfil medio de gente que vota en las elecciones no es una traducción de la población total. Si alguien cede su mandato a los demás electores en unas elecciones, es su decisión”, dice. El uso de democracia directa puede hacer que el mandato de la alcaldesa de turno quede coartado por elecciones puntuales con una participación menor y sesgada por renta, estudios y otros elementos: “Intereses especiales con mucho dinero y recursos pueden controlar la agenda, aunque eso no les garantiza la victoria en las urnas”, dice Edward Lasher, profesor de la California State University. 

Otro problema de las consultas es que ignoran la intensidad de las preferencias de cada ciudadano. Para una persona puede ser muy importante legalizar el matrimonio homosexual —quizás porque quiere casarse—, mientras que otras dan poca relevancia al tema aunque se oponen. En una consulta los votos de ambos cuentan igual. Las elecciones convencionales, con su voto único, obligan a dar más peso a unos temas sobre otros al decidir. Está lógica puede servir a las minorías y también para conciliar entre mucha gente. El problema final no es de calidad: “La democracia representativa es tan democrática como la directa”, dice Angelika Vetter, profesora de la Universidad de Stuttgart. 

8. Qué hay más allá de los referéndums. Una crítica a los referéndums es que los ciudadanos no están informados sobre aquello que votan. “La gente no piensa demasiado antes de firmar una iniciativa”, dice Lasher. Por eso hay defensores de la democracia directa que proponen una alternativa: los procesos deliberativos. Es un mecanismo por sorteo. Un grupo de personas escogidas al azar se reúnen para debatir el asunto de interés —por ejemplo, la reforma de la Gran Vía. Los participantes reciben materiales y dialogan entre ellos, con expertos y con políticos. 

Al acabar los participantes votan sobre el tema en cuestión. Sus conclusiones en teoría representarán las que habría alcanzado la sociedad si todos hubiésemos participado del debate. Es un proceso chocante, pero no muy distinto en verdad a un jurado popular. 

En España se ha celebrado dos veces: en Córdoba y en Bilbao. En Bilbao era sobre los usos del Casco Viejo y acaban de anunciar los resultados. Primero se hizo una encuesta tradicional, a 1.000 personas. Salió que el mayor valor del Casco Viejo era sus bares de pinchos, de largo. Luego enviaron una convocatoria a los encuestados para ir un sábado a deliberar. Solo fueron 88. Tras escuchar a expertos y comentarlo largamente cara a cara, los pinchos cayeron en el olvido. Ahora la cultura se había convertido en el principal rasgo deseado para el barrio. Un largo proceso deliberativo había logrado que los bilbaínos por fin prefirieran la cultura a los bares de pinchos. Es otro modo de usar la democracia directa.

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