Sobre todo, era viernes
Los diputados abandonan a la carrera con sus maletas la fallida sesión de investidura
“Solicito de nuevo la confianza de la Cámara”, dijo Mariano Rajoy sin mucha convicción. Sus diputados se levantaron a aplaudirle. En la tribuna de invitados, un hombre hecho y derecho, de traje y corbata, se mordía las uñas como si no hubiera mañana, como si el resultado del partido no estuviera escrito con antelación. En la entrada del Congreso habían quedado aparcadas un montón de maletas. Menos de dos horas después, los equipajes salían corriendo detrás de sus señorías. Porque ayer era el final de la penúltima semana crucial desde las elecciones y el día de la segunda votación del debate de investidura, pero, sobre todo, era viernes y los diputados tenían trenes que coger, otros sitios en los que estar.
Quizá por eso los diputados estaban ayer mucho más alterados que en la votación del miércoles pasado y la presidenta del Congreso tuvo que llamarles más de una vez la atención. Los suyos, además, eran los más revoltosos, y Pastor tuvo que amenazar a tres diputadas del PP que comentaban a grito pelado cada jugada con decir en voz alta sus nombres para que se callaran.
El líder del PP quiso justificar el no de Pedro Sánchez como un pecado de juventud. “Usted ha llegado recientemente, pero desde que yo tengo memoria hasta hoy, el aliado habitual de mi grupo, para todo lo que afecta a las grandes decisiones sobre España, ha sido siempre el PSOE y viceversa”, le dijo. También el portavoz popular en el Congreso, Rafael Hernando, pidió al líder socialista que escuchara a sus mayores, entre los que citó a Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. Sánchez insistió en que no era él el culpable de “la derrota parlamentaria” de Rajoy, “el presidente peor valorado de la democracia”.
Pablo Iglesias se llevó un susto descomunal cuando pasó, pese a todo, algo inesperado: El PP le dio la razón. “¡A usted no le preocupa que gobierne el PSOE, le preocupa que gobierne el PSOE con nosotros!”, le dijo a Rajoy. “¡Pues claro!”, le contestó una voz desde la bancada popular. El líder de Podemos fue elevando el tono y terminó hablando a gritos en frases sin puntos ni comas hasta que las paró un sorbo al vaso de agua. Mientras, Hernando movía la cabeza de un lado a otro como un péndulo descontrolado.
“Después de la tempestad viene la calma”, dijo Albert Rivera con una media sonrisa, al subir a la tribuna varios decibelios por debajo de Iglesias. Era su segunda investidura fallida en seis meses (en marzo con Sánchez, y ayer, con Rajoy). Con la voz, el líder de Ciudadanos pidió “perdón” a los españoles por no haber logrado desbloquear la situación, pero con el dedo señaló, a izquierda y derecha, a los que cree que son los verdaderos culpables. No es seguro que Sánchez le oyera. Dedicó casi toda la intervención de su exsocio a consultar su móvil.
Gabriel Rufián, de ERC, se salió del guión y aprovechó el debate de investidura para leer una serie de preguntas que llevaba escritas de casa. Se dirigió a sus señorías y a un “señor Ibex”. Pero ni él consiguió que Pío García-Escudero, en el palco que le corresponde como presidente del Senado, moviera una pestaña. Sí provocó un ataque de risa del ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, y que Celia Villalobos se encogiera de hombros en su escaño cuando Rufián recordó su episodio con el candy crush”.
Sabía que no iba a aprobar el examen de ayer, pero el registrador de al propiedad más joven de España (Rajoy aprobó la oposición con 23 años) abandonó el Congreso encogido por el suspenso.
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