Debate de trincheras
El duelo a cuatro ha sido un reflejo perfecto del frentismo que hay entre todos los partidos
Estamos inmersos en una campaña polarizada, centrada en posiciones políticas absolutas más que en los matices y en las soluciones. El debate ha sido un reflejo perfecto del frentismo. Pedro Sánchez insistió en culpar a Iglesias de la falta de Gobierno, pero no podía alienar en exceso a su votante perdido ni tampoco olvidarse del que, se supone, es su principal enemigo. A la vez, Iglesias era capaz de rentabilizar cada golpe del socialista hacia la derecha porque, según todas las encuestas, él es el líder de la oposición.
El candidato de Podemos, por su parte, lleva semanas con una estrategia de movilización aguda de su base de izquierdas precisamente para lograr el sorpasso, pero si quiere ganar necesita algo de lo que parece incapaz: moderarse para que el voto del cambio se coordine alrededor suyo. Rivera, por último, lanzaba reproches a derecha (por inmovilismo) e izquierda (por radicalidad), pero lo hacía ante unos votantes que saben que solo sobrevive si pacta con quien se preste. Los tres recitaron posiciones conocidas por los votantes, atrapados en los mismos dilemas que hace meses. Rajoy solo sufrió en las pocas ocasiones en las que se enfrentaba a un ataque coordinado. El resto del tiempo cabalgaba la ola del crecimiento económico y de su particular socarronería conservadora.
Los debates se ganan cuando los focos se apagan. En ese momento, las maquinarias mediáticas de las candidaturas se accionaron para colonizar el debate sobre el debate. Todos dieron como ganador a su candidato, insistiendo en ello desde todos los ángulos imaginables, convencidos de que vencieron y por tanto convencerán. Pero el efecto predominante de los debates es el de reforzar opiniones previas a través de las gafas partidistas de cada uno. Así, el resultado es el de un empate a cuatro, una guerra de trincheras: poco se ha movido, nada se ha aprendido.
Cuando llovía en las trincheras, el debate se quedaba atrapado en el barro. Cuando no, la lucha se resumía en disparos en la distancia y arenga a las propias tropas. Las cuatro formaciones principales están en una guerra de movilización del votante afín. La volatilidad es menor que en diciembre: hay menos indecisos y pocos tránsfugas. El debate, igual que la crónica posterior, se resume en dos palabras de Rajoy: “¿Yo? Nada”. Porque cuando nada cambia, suele salir mejor parado quien ya estaba quieto.
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