Rita, sé fuerte
La exalcaldesa de Valencia pide explicaciones en lugar de darlas, convirtiendo su rueda de prensa en un ejercicio de arrogancia y victimismo
Más que irritar, enternecía la arrogancia, la chulería, con que Rita Barberá ha comparecido esta mañana entre sus convecinos, ahorcada simbólicamente en un collar de perlas. No parece haberse percatado del proceso mutante o degenerativo en que se encuentra: "nuestra Rita" se convertirá en "esa persona por la que usted me pregunta".
Es la convención de PP. La solidaridad termina cuando empieza el tormento judicial. Le ocurrió a Luis Bárcenas. Le sucedió a Rodrigo Rato. "Esa persona por la que me usted me pregunta" es la distancia que Rajoy adopta con las ovejas descarriadas del rebaño.
Y Rita Barberá forma parte de ellas, aunque todavía no se haya percatado, sobre todo porque el juez comparte ahora el criterio de la Fiscalía Anticorrupción respecto a la inducción de una trama de blanqueo de dinero. Y porque resulta inverosímil que la"jefa", así llamaban a Barberá sus propios subordinados, fuera ajena al milagro del agua y el vino: dinero negro convertido en dinero puro con el prosaísmo del pitufeo.
Barberá, se supone, comparecía para dar explicaciones. Y no dio explicaciones, se las exigió a los demás. Pasó revista al PSOE, a Compromís, a Podemos. Se recreó en colocar el ventilador en otras direcciones, amañando un ejercicio de victimismo indecoroso. No era una rueda de prensa, era un ejercicio de condescendencia. Con el juez en primer lugar, porque aceptaba "voluntariamente" declarar en un plazo de 20 días. Y le daríamos las gracias si no fuera porque la oferta del magistrado, representa para ella, de momento, una solución preferible, cautelar, informativa, al trámite del suplicatorio que la pondría, como aforada, en manos del Tribunal Supremo.
La corrupción valenciana era cultural y capilar. Y también creativa en sus necesidades evolutivas. Lo demuestra la audacia del microblanqueo a gran escala. Los concejales y los afiliados, por ejemplo, hacían donaciones de 1.000 euros que luego se cobraban bajo manga en billetes de 500. Era la manera de pasar a limpio el dinero sucio, tantas veces aportado por los empresarios y constructores favoritos de "sistema" a cambio de la concesión de obra pública, de contratos municipales o de recalificaciones.
Quiere decirse que los concejales se corrompían desde el primer momento, como un rito iniciático, obligatorio, en la liturgia de saqueo del PP. Se prestaban a un delito embrionario, mucho más grave en sentido cualitativo que cuantitativo, pero descriptivo inequívocamente de la actitud depredadora hacia el servicio público.
El pecado original del microblanqueo no contradice la corrupción megalómana y opulenta que ha proliferado en el modelo valenciano. Más bien demuestra una cierta versatilidad, un trabajo no de fontanería sino de orfebrería. O de lavandería delicada, toda vez que las pequeñas aportaciones y retribuciones distraían la impresión de una financiación irregular sistematizada. El PP valenciano, en fin, se blanqueaba con "binladens", billetes de 500 difíciles de fiscalizar y fáciles de esconder.
Dijo Barberá esta mañana que eran cantidades ridículas. Y que era "increíble" pensar que un partido pudiera financiarse como una hucha, pero esa es la razón por la que han sido imputados nueve de sus diez concejales. Y el motivo porque Rita Barberá, regentando la lavandería, no sabía, por lo visto, a qué se dedicaba el negocio.
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