Thriller
Descartado Rajoy de la competición tras su espantada de la investidura, la partida ha quedado reducida a un mano a mano entre el protagonista Pedro y su antagonista Pablo
Descartado Rajoy de la competición tras su espantada de la investidura, la partida ha quedado reducida a un mano a mano entre el protagonista Pedro y su antagonista Pablo. Y lo que está en juego no es tanto la investidura de aquel sino el pulso por ver quién le carga al otro la culpa por el fracaso del pacto. Un duelo que en la era de la política teledirigida no se juega en el foro del debate argumental sino en el escenario del enfrentamiento melodramático. Y lo más paradójico es que ambos actores, como si se hubieran puesto de acuerdo, se han repartido los papeles del héroe y el villano.
El storytelling de Sánchez es un thriller de manual: una historia de suspense donde el protagonista es un falso culpable que emprende una carrera contrarreloj para salvarse de la persecución a la que le someten tanto la justicia como las fuerzas del mal. Y el ejemplo que mejor viene al caso es Con la muerte en los talones (Hitchcock, 1959), pues el viaje de huida que emprende el héroe termina precisamente en el presidencial monte Rushmore, metáfora de la inaccesible investidura que debe escalar Sánchez mientras es acosado por su taimado rival, el malévolo Gobierno y los desleales barones de su propio partido.
Sin embargo, para que el espectador se identifique con el bueno hace falta que el malo resulte temible, y por eso el éxito de un thriller depende de la maldad del villano. Bien, pues lo más extraordinario de la película es que Pablo está contribuyendo al guion de Pedro al aceptar caracterizarse como un auténtico villano. ¿Por qué lo hace? Debe influir su propia cinefilia, que le lleva a identificarse con los malvados al estilo Tarantino. Y también lo exige el personaje que se ha construido de tribuno de la plebe o vengador justiciero, que le obliga a caracterizarse como un despiadado tipo duro. Un narcisista bad boy.
Pero habría otra explicación, y es la de que Pablo se esté haciendo el malo para disimular lo malo que es como líder político, profesionalmente hablando. Este es un pecado común a casi todo el personal de Podemos, que parecían buenos como activistas del 15-M pero que están demostrando su chapucera incompetencia en cuanto han desembarcado en las instituciones para okuparlas con más pena que gloria, como en los Ayuntamientos de Madrid o Barcelona. Aunque el colmo de la incapacidad política es el engendro presentado por Iglesias como Programa de Gobierno, técnicamente inviable y lleno de aberraciones jurídicas que contradicen las más elementales reglas de la democracia.
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