Dos meses después... y cuatro antes
Camino del 26-J, se debilita el liderazgo de Rajoy, crece el de Sánchez, Iglesias juega con dos barajas y Rivera hace de árbitro
El escenario político y parlamentario no ha variado en términos aritméticos dos meses después de las elecciones, pero el periodo de negociación ha introducido grandes novedades camino de otras hipotéticas elecciones el 26 de junio. Porque el liderazgo de Rajoy agoniza. Porque Sánchez ha resucitado. Porque Rivera ha afinado su papel de árbitro. Y porque Iglesias especula en su posición de narrador omnisciente: le conviene cogobernar como le convienen unos comicios anticipados.
Mariano Rajoy. La pasividad del presidente y los escándalos de corrupción en los graneros populares, Valencia y Madrid, han deteriorado la credibilidad de su liderazgo. Descontada la rebeldía de Esperanza Aguirre incitando a la retirada de Rajoy por alusiones, el líder del PP contiene con tenacidad la lealtad de su partido, aunque la bravuconada de intentar una investidura después del hipotético fracaso de Pedro Sánchez se antoja un escenario subordinado al interés de unas elecciones anticipadas, tal y como el propio jefe del Gobierno confió a David Cameron en Bruselas.
No cabe en los planes de Rajoy un apoyo implícito al líder socialista. Y sí cabe entre sus expectativas la intención de volver a presentarse a unos comicios adelantados, concediéndose una salud política y electoral de la que dudan incluso sus más allegados. Rajoy quiere sucederse a sí mismo, ajeno al guirigay de la corrupción y a la torpeza con la que ha gestionado las fechas posteriores al 20-D. Ninguna tan elocuente como la que implicó ceder el escenario a su principal adversario.
Pedro Sánchez. No es fácil hacer más con menos. La precariedad del resultado electoral (90 diputados), encubierto con adjetivos insólitos (“histórico”, dijo Sánchez), predisponía a un sacrificio ejemplar, pero el líder socialista se recrea en su papel de protopresidente del Gobierno, cuando menos para sofocar la resistencia original de su propio partido.
Pedro Sánchez ha afianzado su liderazgo, contenido las baronías, neutralizado incluso las ambiciones de Susana Díaz. Y ha superado el escenario maximalista que amenazaba su posición: o presidente o nada. El camino intermedio consiste en que Sánchez corteja en el alambre el respaldo de aliados incompatibles (Ciudadanos y Podemos), no ya para lograr una investidura poco verosímil, sino para afirmarse como líder del PSOE en la inminencia del congreso y de unas elecciones anticipadas. Sánchez llegaría a ellas admitiendo que al acuerdo con Rivera le faltan los números y que el pacto con Iglesias desnaturalizaría el PSOE, siempre y cuando no se relajen los dogmas.
Pablo Iglesias. Los dos meses transcurridos desde el 20-D han servido para comprobar que Podemos es un partido menos homogéneo de lo que parecía —Compromís se desmarcó enseguida— y que sus intenciones políticas han incurrido en una posición temeraria, desde la intoxicación de la separación de poderes al dogma del referéndum de autodeterminación. Pablo Iglesias no necesita ser presidente porque las atribuciones de su vicepresidencia sobrepasan el techo de La Moncloa, aunque la oferta de co-gobierno al PSOE no parece tanto aspirar a un consenso como escenificar un desencuentro.
Pablo Iglesias gana si gobierna infiltrado en el Ejecutivo de Sánchez y gana si hay elecciones anticipadas, tal y como desprenden casi todos los sondeos.
El “derecho a decidir” ahuyenta el pacto con el PSOE, pero es un argumento integrador, aglutinador, de las confluencias. Y una manera de poder liderarlas camino del 26-J en la ambición del sorpasso. El primer enemigo de Podemos no es el PP. Es el PSOE en la hegemonía de la izquierda.
Albert Rivera. El resultado de Ciudadanos no fue malo (40 diputados) ni fue bueno. Es el motivo por el que Albert Rivera necesita exagerar su papel de árbitro más allá de cuanto se lo permiten los números, pero también significando la conveniencia de una gran coalición (PP-PSOE-Ciudadanos) concebida para resolver las emergencias políticas, entre ellas, el sistema electoral, el pacto educativo, el desafío soberanista y las reglas de transparencia contra la corrupción. Semejantes ambiciones se han resentido de la aversión personal que distancia a Rajoy y Sánchez. Y han permitido a Rivera recrear su papel de hombre bisagra samaritano, redundando en la reputación de político sensato, ecuánime. Pero no está claro que un escenario polarizado beneficie las posibilidades y la abnegación de Rivera en la eventualidad de unos comicios el 26 de junio.
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