‘Zapping’ populista
El respeto, y no el esperpento, es un componente esencial de los usos parlamentarios
La sesión inaugural del Congreso ha sido rica en enseñanzas. Para empezar, fue posible un acuerdo a tres según el cual un discreto político vasco, Patxi López, ha pasado a presidirlo sin concesión alguna a las ilegalidades propuestas. Después de lo sucedido en los cuatro últimos años, no cabe deducir de ello la exigencia de que el PSOE colabore en el mantenimiento de Mariano Rajoy al frente del país, pero sí de que resulte posible llegar a acuerdos en materias políticas sustanciales, y en primer lugar sobre la postura a adoptar frente a la marcha catalana hacia la independencia.
Algo que será una y otra vez imposible con Podemos. Como a su líder le gusta el ajedrez, es lícito considerar que sus colaboraciones autonómicas y municipales, amén de darle beneficios, fueron una entrega de calidad que permite encubrir los ulteriores movimientos en su maniobra de cerco al rey, en este caso, el PSOE. Pero el precio de esa preferencia por el juego del asalto personal al poder, está siendo alto, y el aislamiento en la designación de la Mesa del Congreso constituye una primera advertencia. Sin que esto signifique acusarle de fraudulento, no hay otro modo de designar la táctica adoptada como la del juego del trile, anunciando y escondiendo a ritmo vertiginoso las propias posiciones para descolocar al adversario (o al presunto aliado): líneas rojas si no hay reformas duras en la política social, nueva línea roja por la autodeterminación catalana, y ahora en la promesa de cambiar la Constitución. Giros constantes.
De momento la solución ha consistido en tapar la derrota de los cuatro grupos mediante un despliegue de propaganda populista, forzando a los espectadores a realizar un zapping que eliminó las cuestiones políticas. Lo importante fue el variopinto espectáculo de la indumentaria de los nuevos diputados, los juegos de palabras en las promesas, las sensibleras lágrimas de Pablo Iglesias, culminadas con el increíble besamanos de Juan Carlos Monedero y, por fin, la novedad de la diputada con niño. Todo un show con algunos pronunciamientos penosos, como que “la gente mande y el gobierno obedezca”, signo del fondo anticonstitucional, y la vocación antisistema.
No se trata de exigir esmoquin, pero sí de fijar mínimos a efectos de evitar que un diputado se presente en bañador o que una congresista lleve en sus rodillas al niño de siete años para hacer sus deberes. Tanto más en cuanto a la fórmula de promesa, que va pareciéndose a las antiguas dedicatorias de las horas del oyente. El respeto, y no el esperpento, es un componente esencial de los usos parlamentarios.
Y de las cuestiones de fondo, Iglesias en blanco. Como Rajoy, prefiere no gastarse. Con telefonear a Carles Puigdemont y mencionar el mantra del diálogo, basta.
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