Vieja política, nueva política: “Es lo mismo, no más que diferente”
Vivimos un momento culminante de esa tentación egocéntrica que consiste en despreciar la opinión contraria
En la última medianoche del año 2015 un representante de la nueva política decía en la Cadena Ser, hablando de la transición a este tiempo que se supone mejor o distinto, que lo que distingue lo viejo de lo nuevo es que en los peores tiempos (según se deducía de lo que él iba diciendo) la discusión se centraba en negar al otro sus razones para que prevalecieran las propias. Ahora, según él, ellos, los nuevos, proponen lo contrario. Vaya por Dios con las comparaciones.
La sensación que legítimamente podemos tener es que eso, el desprecio de la opinión contraria, no ha variado nunca, y que ahora estamos en un momento culminante de esa tentación egocéntrica de la política, que permite a unos y a otros (a los viejos, a los nuevos e incluso a los novísimos) mostrar sus propios músculos y desdeñar los músculos ajenos como si estos fueran obsoletos o miserables, nacidos en una cuna bastarda de la mente.
Durante la reciente campaña electoral, en la que participaron, juntos y a veces muy revueltos, los viejos y los nuevos, el desdén de los nuevos por los viejos fue tal que alguno de los nuevos dio por muerto a su discrepante más directo, no en el sentido literal, naturalmente, pero le faltó muy poco para darlo por muerto en ese sentido también.
Como Sánchez no salió muerto del todo de la contienda, en su partido pretenden rematarlo
No pareció entonces, ni ha parecido después, que el núcleo de la discrepancia tuviera como origen una argumentación filosófica, e incluso política, que sustentara un lenguaje verdaderamente distinto o nuevo. De lo que se trataba, como en los tiempos más conspicuos de Fraga, por poner en primera fila al más intransigente, era de derribar al otro, costara lo que costara, incluso aunque costara precipitar la muerte del adversario para que dejara de existir, para que dejara de argumentar, o para que dejara de estar ahí enfrente, simplemente. En el caso concreto de la campaña, ese momento tuvo su esplendor cuando acabó el debate a cuatro; unos instantes después Iglesias, Rivera y Rajoy (que no fue al debate, por cierto) declararon fallecido al candidato Sánchez. En el partido de éste, los que ahora quisieran llorarle bien muerto no dijeron una palabra en su defensa. Y como luego no salió muerto (del todo) de la contienda pretenden rematarlo. Que lo hagan en la plaza pública no disminuye la voracidad de sus dientes.
En fin. Es como antes, lo que pasa es que sucede ahora. A Felipe González también lo trataron de trastabillar los suyos; y luego a Borrell, a Almunia, a Rubalcaba… A Zapatero lo dejaron estar, pero hubiera tenido la misma suerte si dura más. Y que los nuevos, los que ahora se proponen como salvadores de la patria, y han entrado de lleno con su nuevo lenguaje en el lenguaje viejo, que también remojen sus barbas, porque, como decía Blas de Otero, aquí no se salva ni Dios, “lo asesinaron”…
Así pues, por volver al inicio, la nueva política no ha atraído al debate político la frescura que presumía aquel representante de lo nuevo, ni mucho menos. Esa vieja leyenda que le dijo Andreotti a Areilza sobre la falta de finura en la política española se refería precisamente a eso, a que nada es tan nuevo ni nada ha cambiado de veras: el desprecio por lo que el otro ofrece es equivalente al de antaño; apurando las metáforas, este momento es incluso peor, porque antes no se disimulaba y ahora se disimula, hasta que las costuras amanecen.
Andreotti, que era un demonio, arbitró en su país muchas situaciones como la que ahora vive España; amañó lo que pudo, y se alió hasta con su mala sombra para seguir cobijándose. De Gaulle les decía a sus negociadores en Argelia (esto también lo contaba Areilza, por cierto) que pusieran verdes a los contrarios por el día pero que acordaran por la noche.
En España falta hondura intelectual, capacidad emocional de escuchar al otro como si en efecto lo estuvieran escuchando
La nueva política (es decir, el nuevo discurso de los nuevos políticos) incluye tantas babas (babas del diablo, que diría Cortázar) como las que ya tenían y tienen los políticos viejos. En España, por lo que se oye en lo que dicen los nuevos en torno a los viejos, y viceversa, no sólo falta finura política, sino hondura intelectual, capacidad emocional de escuchar al otro como si en efecto lo estuvieran escuchando.
La sensación que produce el debate actual es que las posiciones están tan tomadas de antemano que hablan tan solo por hablar, los nuevos y los viejos. De vez en cuando, además, se producen algunos ramalazos del peor surrealismo, cuando los de un lado (en este caso, los del Partido Socialista, pongamos nombres) se sitúan en la trinchera para ver cómo abaten al propio, cómo lo hacen morir, de modo que en esa renovación apresurada de seres humanos en la que se convierten, en definitiva, los llamados debates internos, caiga en seguida aquel que estorba aunque sea el candidato más reciente.
En este sentido, llama la atención que la argumentación sobre el futuro que esgrime el presente secretario general (a Rajoy ni agua, con Podemos sólo si dice no al referéndum catalán) sea la misma que la que esgrimen los oponentes de su misma acera y sin embargo pareciera que hay que derribarlo antes incluso de que empiece a cruzar dos palabras. No lo quieren y punto, para qué andarse con chiquitas.
En esa acera los hay que han dicho de todo, y luego se han callado un poco, y los hay que han callado como corderos, pero alguien tendrá que salir a decir que el rey (o la reina) está desnudo, o desnuda, porque lo que está pareciendo es que lo que no les gusta es la manera de cazar que tiene Sánchez y que muerto el perro (lo que quería la nueva política, y lo que quería Rajoy, por cierto) se acabó la rabia.
La metáfora no nació hoy; ese final conocido (recuerden el poema de Ángel González, sobre lo que hizo Pilatos al lavarse las manos “habiendo comido entrambos doce nécoras”) que están preparando en el PSOE con tanta alevosía es vieja política, pero a la nueva le va de maravillas, porque por caminos distintos, con lenguajes parecidos, con desdenes similares, dice lo mismo. Como le decía un taxista mexicano a Bryce Echenique cuando el peruano se extrañaba de que la cerveza Corona se anunciara como la cerveza de barril embotellada: “Es lo mismo, no más que diferente”. La nueva política, ese nuevo lenguaje, es, en efecto, “lo mismo, no más que diferente”. Ya lo verán, y si no, me desdigo, que maestros hay en esto de desdecirse.
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