El Madrid que frecuentó Francisco Franco
Un recorrido por los edificios madrileños que tuvieron relación directa con el dictador
Cuatro décadas han pasado desde la muerte del dictador Francisco Franco Bahamonde (Ferrol, 4 de diciembre de 1892-Madrid, 20 noviembre de 1975). Su relación con la capital, a la que acosó y bombardeó a lo largo de casi tres años de guerra, terminó en Madrid en el Hospital de La Paz por él inaugurado, donde su familia pugnó por mantenerle con vida en una prolongada agonía. Tras ser expuestos tres días en el Palacio Real, sus restos fueron llevados al Valle de los Caídos, a 58 kilómetros al noroeste de la ciudad. Allí permanecen sepultados desde entonces, pese a no ser él mismo caído en la contienda.
Una lápida de 1.500 kilos de granito sella su sepulcro, de tres metros de profundidad, interiormente revestido con relieves de bronce estampados con el escudo nacional y situado no lejos de una subterránea estación sísmica. Muchos años después de su muerte, una señora de edad sufrió un infarto al creerle resucitado, tras confundirle con un operario que salía semi agachado de la instalación subterránea. En vida, él mismo había dirigido las obras de construcción de la enorme basílica, a 250 metros de hondura en roca viva perforada con explosivos, sobre la que se erguiría una cruz de 150 metros de altura y 46 de anchura de brazos, rodeada de enormes estatuas, en un conjunto monumental fruto del trabajo forzado de miles de presos políticos. Hasta el año 1985 siguieron depositándose restos en los enterramientos de Cuelgamuros, que se cifran en pertenecientes a más de 40.000 personas. Uno de los libros más caros de la historia de España, repujado en oro, mandado hacer por el alcalde de Madrid Carlos Arias Navarro, recoge los nombres de algunos centenares de los caídos, solo de combatientes del bando franquista, allí enterrados.
Su relación con la capital terminó en el Hospital de La Paz por él inaugurado, donde su familia pugnó por mantenerle con vida en una prolongada agonía
No obstante, Franco poseía un panteón familiar, abovedado, decorado por el escultor Santiago Padrós, en el cementerio del paraje madrileño de Mingorrubio, donde desde 1988 está enterrada su esposa, la ovetense Carmen Polo Martínez-Valdés. En su interior, de unos 500 metros cuadrados, hay espacio para una decena de sepulturas más. Este cementerio, donde fueron sepultados los más altos dignatarios de su régimen -su leal vicepresidente Luis Carrero Blanco entre otros- acoge asimismo los restos de personajes como Leónidas Rafael Trujillo, dictador dominicano; se encuentra enclavado a las afueras de El Pardo, a siete kilómetros del centro madrileño. Allí se alza el palacio del siglo XIV, rodeado de un foso y habilitado los reyes de la Casa de Austria, en el que desde el 15 de abril de 1940 Franco, receloso siempre hacia Madrid y los madrileños, por su resistencia militar y cívica a lo largo de la Guerra Civil, decidió instalarse después de la contienda tras pasar algunos meses alojado en el castillo madrileño del Soto de Viñuelas, perteneciente a la poderosa familia del duque del Infantado. El palacio de El Pardo, visitable, muestra un lóbrego dormitorio con tarima y cama de dosel, al igual que otras habitaciones, donde puede verse un vetusto aparato de radio Telefunken, y un televisor autovox Marconi, con un tubo de rayos catódicos especialmente fabricado para ese aparato, así como una salita de cine con proyector y pantalla, entre otras estancias. Allí residió desde 1940 hasta su muerte, hace ahora 40 años.
La vida civil madrileña de Franco, en medio de sus destinos castrenses en Toledo, África, Asturias, Zaragoza y Canarias, se había iniciado en el paseo de la Castellana, 28, esquina a la calle del Marqués de Villamejor, 1, donde a finales de los años veinte del siglo XX, alquiló un tercer piso en el que residiría intermitentemente durante algunas temporadas entre aquellos cambios. La casa entera había sido proyectada por el arquitecto gallego Antonio Palacios Remilo, autor, entre otros edificios madrileños, del palacio de Correos, en Cibeles, y del Círculo de Bellas Artes.
Franco fue receloso siempre hacia Madrid y los madrileños, por su resistencia militar y cívica a lo largo de la Guerra Civil
Precisamente en el paseo de la Castellana inauguraría su mandato madrileño con el llamado primer Desfile de la Victoria, que durante su vida celebraría anualmente a partir de entonces. En aquella parada militar Franco se hacía escoltar por la llamada Guardia Mora, un escuadrón de a caballo de hasta un centenar de miembros, en su mayor parte de origen norafricano de las llamadas Tropas Indígenas Regulares de Marruecos, ataviados con vistosas capas azules, lanzas y gumías, que tenía sus reales en el Cuartel del Conde Duque. Con motivo de la guerra de Ifni, tras ser apedreado, el escuadrón fue disuelto en 1958 y, previamente desarmado, enviado a Marruecos vía Algeciras.
Divinización
No lejos del arranque de la Castellana, en la iglesia de Santa Bárbara de la calle de Bárbara de Braganza, al poco de concluir la Guerra Civil, Franco recibiría en ese templo un homenaje sacralizado por los más altos dignatarios de la Iglesia, el cardenal primado y 20 obispos, y de su régimen, en el que fue identificado como “César visionario, elegido por Dios para salvar España”, según la Prensa de la época, amordazada por la censura pero jaleada para la adulación al poder. De Santa Bárbara Franco saldría bajo palio, distinción eclesial que le fue atribuida a partir de entonces. De allí arrancarían los reiterados intentos por asignarle una divinización carismática, persistentemente buscada por sus más leales, pero que casaba mal con su presencia, su talla y su semblante, caracterizados por una evidente medianía. Es preciso destacar que la Cruz Laureada de San Fernando, la máxima condecoración militar de la España de entonces, le fue concedida a Franco a petición de los concejales del Ayuntamiento de Madrid.
El acceso a la Ciudad Universitaria mantiene el hito más destacado de la presencia de Franco en Madrid: un arco de piedra que conmemora el desenlace de la Guerra Civil
También en el paseo de la Castellana, que sería bautizado como avenida con su auto-adjetivo de “Generalísimo” -el poeta Rafael Alberti lo trocaría por el de “funeralísimo”- Franco fue objeto de sus más codiciados baños de masas como los que se organizaron en el estadio Santiago Bernabéu, en las llamadas “demostraciones sindicales” del 1 de Mayo, Fiesta del Trabajo, fecha que la Iglesia católica denominaba festividad de San José Obrero. Jóvenes trabajadores de ambos sexos, cooptados para la ocasión, escenificaban sobre el césped tablas gimnásticas y distintas florituras en loor del régimen.
Flota de vehículos suntuosos
Ya en el centro de Madrid, algunas joyerías cercanas a la plaza Mayor registraron temidas visitas de Carmen Polo, esposa de Franco, que a ellas acudía en uno de los suntuosos automóviles de los que disponía su esposo, el Jefe del Estado. La flota móvil entera, de una docena de vehículos, se expone en El Pardo en un cuartel de la Guardia Real, que los custodia. Junto a varios modelos de Rolls Royce se encuentra allí un Mercedes Benz de tamaño gigantesco, regalo del régimen de Adolf Hitler, que más que automóvil parece un camión por sus descomunales proporciones. Casi todos ellos estaban blindados, pero sus potentes carrocerías rebajaban la velocidad, hecho que suscitaba un fundado temor ante la necesidad de huir tras un posible atentado.
Precisamente, en predios cercanos al palacio de El Pardo, ricos en caza, mientras Franco paseaba una tarde, un cazador furtivo que por allí merodeaba fue ametrallado por la guardia del dictador, según contaría años después el entonces jefe de Prensa del palacio, quien, descompuesto ante aquella escena, fue inmediatamente cesado. En la cercana Puerta de Hierro, Franco solía practicar el golf y, ante paisajes campestres próximos a su residencia, acostumbraba pintar al óleo.
Otro de los regalos de Adolf Hitler a Franco fue el de cuatro parejas de carpas doradas de Baviera, Cyprinus carpis especulum, peces muy cotizados allí, enviados en 1942 por vía aérea desde Berlín a Madrid, envueltos en una sarga humedecida. Comoquiera que los responsables de Protocolo de El Pardo no supieran qué hacer con las carpas, fueron depositadas no lejos de allí en un estanque de 40 por 20 metros, del hoy Instituto de Investigaciones Agronómicas, en la Ciudad Universitaria. Con el paso de los años, se reprodujeron velozmente: lo hicieron en tan gran progresión que, hasta 7.000 de ellos, tuvieron que ser desalojados de la piscina que ocupaban y esparcidos por pantanos y ríos de la provincia, que de aquella manera y desde entonces, repoblaron.
Estatuaria áulica
El acceso a la Ciudad Universitaria mantiene aún hoy el hito más destacado de la presencia de Franco en Madrid: un arco de piedra erigido para conmemorar el desenlace de la Guerra Civil. Un frontispicio, en latín, en su facies suroriental, incluye la palabra “duce” reservada al autócrata. Precisamente, sobre la parte superior del arco hoy llamado de Moncloa y entonces de la Victoria, se pensó instalar una estatua ecuestre del dictador que no se llegó a elevar y que hoy permanece varada en unos almacenes del antiguo Ministerio de Obras Públicas, junto a la autopista de Barajas. Otra estatua del general ferrolano, esculpida en bronce por Juan de Ávalos -que, como regalo a Franco, el vicepresidente franquista Carrero Blanco se proponía supervisar en la mañana del mismo día de su muerte en atentado, el 20 de diciembre de 1973, para ser instalada ulteriormente en un patio del madrileño Palacio Real-, se encuentra desde su culminación en una casona-desván junto al llamado mar del palacio de La Granja.
El Palacio Real sería testigo de sus mayores aclamaciones en 1948 y de su más patética presencia en octubre de 1975, poco antes de la prolongada agonía,
Como quiera que el Gobierno de El Salvador fue de los primeros en reconocer al régimen surgido del golpe de Estado contra el Gobierno legítimo de la República, protagonizado el 18 de julio de 1936 por Franco y por el general Mola, golpe que desencadenó la Guerra Civil, el dictador, ya instalado en el poder, adquirió un piso en la calle de los Hermanos Bécquer, apenas a un suspiro de la legación diplomática salvadoreña y a menos de cien metros del acceso a la Embajada de Estados Unidos por la calle de Serrano. El anticomunismo del general ferrolano fue la garantía del apoyo estadounidense brindado por Washington, cuyas fuerzas aéreas contaron, durante décadas, con la base madrileña de Torrejón de Ardoz, entre otras instalaciones militares en Aragón, Mallorca y Andalucía. La alianza con Washington fue sellada por el abrazo que le fue dado a Franco por el presidente Dwight D. Eisenhower junto al edificio Capitol de la plaza del Callao en diciembre de 1959, en honor del cual el cercano edificio de la torre de Madrid en la plaza de España, hoy ahuecado y vacío, sería iluminado con la palabra Ike, apodo del general norteamericano de cuatro estrellas, según testigos del abrazo.
Antes, sin embargo, el régimen franquista había sufrido la condena internacional de Naciones Unidas, por su sintonía con -y sus apoyos de y hacia- el nazi-fascismo de Hitler y Mussolini, que al concluir la Guerra Mundial granjearon a su régimen en 1946 un aislamiento que le llevó a temer por su continuidad en el poder. Por esta razón, Franco se hizo construir un búnker subterráneo que aprovechaba una galería de tiro de un antiguo cuartel de Artillería situado en las inmediaciones del palacio del Senado, en la plaza de la Marina Española, cerca asimismo del Palacio Real. Esta gran mansión regia sería el lugar favorito de sus escasas visitas al centro de Madrid, desde cuya balconada principal, la que mira hacia la Plaza de Oriente, pronunciaría Franco algunas de sus principales arengas. El lugar sería testigo de sus mayores aclamaciones en 1948 y de su más patética presencia en octubre de 1975, poco antes de la prolongada agonía, inducida artificialmente, que culminaría en su muerte, el 20 de noviembre de aquel año, hace ahora cuatro décadas.
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