Las uvas de la suerte se adelantan a la Nochevieja
La subida de las temperaturas acelera la maduración de las uvas de Navidad, que sufren el ataque de plagas que se propagan en ambientes cálidos y húmedos
En el Valle del Vinalopó ya no estrenan abrigo para Todos los Santos. Ahora pasean en manga corta, porque cuentan los lugareños que finales de octubre ya no es lo que era. Que el calor cada vez se estira más en el calendario, que las lluvias caen cuando no toca y que a menudo, las uvas de Nochevieja se echan a perder. Este valle es el único hábitat natural de Europa en el que las uvas de la suerte, las de las doce campanadas, encuentran una temperatura y humedad únicas, que les permite sobrevivir aferradas a la cepa hasta bien entrado el invierno.
Pero las uvas de Nochevieja son seres delicados que viven expuestos durante meses a todo lo que venga del cielo y las que el creciente desbarajuste climatológico no les sienta nada bien. El Vinalopó, como el resto del Mediterráneo encaja con dificultad el calentamiento del planeta, acelerado por el consumo frenético de combustibles fósiles y al que los mandatarios mundiales tratarán de poner coto este mes en París. Allí hablarán de cifras globales y de objetivos a cumplir dentro de medio siglo. Aquí, en el Vinalopó el cambio climático es presente y ataca a una de las tradiciones más singulares de España.
A pie de viña, Ismael Pastor, agricultor, no alberga dudas de que algo está pasando. Lleva 40 años pateando estas tierras, pero ha sido últimamente cuando ha empezado a detectar síntomas que le preocupan. “El cambio del clima este ha sido fatal; nos trae de cabeza”, arranca. “Las calores le sientan mal a la uva, madura antes y tenemos que aguantarla hasta Navidad con abonos y otros productos. Luego llegan lluvias fuertes y con el calor pudren las uvas. Llevamos unos años gastando el doble en pesticidas y fungicidas. Este año, muchas cosechas se han echado a perder”.
No se trata de que este año haya sido especialmente malo y de que ya vendrán años mejores. Se trata, según los estudiosos del clima, de cambios propios de un patrón de calentamiento bien definido desde hace décadas y que según las proyecciones no hará sino empeorar de aquí a fin de siglo, si los humanos no paramos de escupir gases a la atmósfera.
En los despachos, los investigadores ponen cifras a lo que los agricultores observan. Jorge Olcina dirige el Laboratorio de la Climatología de la Universidad de Alicante y asegura que “los efectos del cambio climático en el Mediterráneo están siendo muy llamativos desde los noventa”. Explica que en los últimos 20 años han registrado un desplazamiento de las temperaturas y las lluvias. Los rasgos del verano se prolongan hacia la primavera (junio) y el otoño (septiembre) y llueve menos. Pero sobre todo llueve de manera diferente. “Las lluvias se concentran”. Los datos que maneja Olcina hablan de entre uno y cinco grados más de aquí a 2100 y hasta un 10% menos de lluvias.
Estamos en la finca la Serreta, un mar de vides y plásticos de la empresa Uvasdoce entre los que se desenvuelve con soltura Pastor. Aquí experimentan con 45 variedades capaces de adaptarse a nuevos climas y gustos. Ahora, a finales de octubre, las de la variedad Aledo, las de Navidad cuelgan aún de las ramas en bolsas de papel. Fue en los años 20 cuando Manuel Bonmatí se le ocurrió recubrir con bolsas de papel las uvas, para que no se las comieran los pájaros y de paso vio que se retrasaba la maduración.
Unas hileras más allá, habita la uva roja, que para volverse rojiza necesita un fuerte contraste entre el día y la noche, que cada vez es menor. Ahora tarda en coger color y retrasa los compromisos con los supermercados o se estropean si llegan las lluvias.
Los cambios no solo afectan a la uva de mesa. El sector del vino hace tiempo que investiga vías para capear la tormenta climática. Numerosos estudios indican que variedades legendarias podrían verse obligadas a emigrar a regiones más al norte, en busca de latitudes más frescas.
Empecemos por el verano. Aquí son ahora más cálidos y con frecuentes golpes de calor. Los granos de uva se deshidratan y la planta muere “Mi parcela tiene 35% de uva siniestrada por golpe de calor de este julio. Antes esto pasaba ocasionalmente y ahora es más frecuente. Cada año lo notamos un poco más”, cuenta José Antonio Rico un agricultor ecológico de Hondón de las Nieves.
“Las lluvias se concentran”, indica Jorge Olcina, catedrático de la Universidad de Alicante.
Luego llega el otoño y con él las lluvias, que caen sobre las parras sedientas, “con estrés hídrico”, explican en el Consejo Regulador de Denominación de Origen Protegida de la Uva de Mesa Embolsada Vinalopó. “Cuando no refresca por la noche, las plantas sufren estrés. Las plantas son como las personas, necesitan descansar por la noche. Cuando llega la lluvia, las plantas absorben mucha agua y la piel no cede y se raja. Después, se pudren. Si las temperaturas no bajan, la podredumbre se propaga”, detalla José Bernabé, presidente del Consejo. No duda de que el cambio climático está dañando a la uva, pero reconoce que les faltan datos precisos para evaluar la gravedad del problema.
Y por fin llega el invierno, cada vez más suave. “Hay más plagas porque las larvas no mueren por las heladas como antes. No hay un control natural. Hace 40 años teníamos dos o tres plagas, ahora cinco o seis. Utilizamos más pesticidas y gastamos más dinero. Para los ecológicos es aún más complicado”, cree José Antonio Rico. Muestra en sus terrenos racimos comidos por los hongos. El mosquito verde ha fulminado este año el 15% de su cosecha.
En el Vinalopó, como en toda España hay agricultores a los que el cambio climático les suena muy lejano, que creen que siempre ha habido cambios y plagas y que siempre han salido adelante de una manera u otra. Otros, que confían en las nuevas variedades y en los avances tecnológicos para burlar las ofensivas del clima. Rico tiene claro que el cambio es global y que ha llegado para quedarse. Su fe en la innovación es además algo más limitada. Teme que las uvas de navidad, con las que convive desde hace décadas dejen de existir tal y como las conocemos: frescas. “A esta velocidad, no sé si el ser humano va a ser capaz de adaptarse. Los costes son enormes”.
Prohibido aparcar en las ramblas
lncremento de episodios extremos. Esta es la coletilla que usan los climatólogos para referirse al aumento de sequías, lluvias torrenciales e inundaciones que prevén traerá el cambio climático. “Como el agua del Mediterráneo se calienta, las tormentas de otoño son más intensas”, advierte Jonathan Gómez Cantero, climatólogo experto en riesgos naturales.
“Los agricultores ahora tienen que adaptarse a la sequía, pero también a las inundaciones”, apunta Antonio Rico, profesor de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante. Gómez Cantero defiende medidas sencillas pero que cree pueden salvar vidas. “Hay que educar a la gente por ejemplo para que no compren casas en zonas inundables o que no aparquen ni instalen mercadillos en ramblas, como ocurre ahora”.
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