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30º ANIVERSARIO DE LA FIRMA DE LA ADHESIÓN DE ESPAÑA A LA UE
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La larga marcha de España hacia Europa

Desde que Felipe González firmó la adhesión, el PIB se ha triplicado

Claudi Pérez

Las informaciones recientes sobre la muerte de la UE, parafraseando a Mark Twain, son ligeramente exageradas. La confianza en las instituciones europeas se desplomó durante la crisis, en especial en los países periféricos, pero las últimas encuestas muestran una ligera recuperación en paralelo con la reactivación económica, según un informe de Pew Reserch de la semana pasada. Pero quizá la historia de amor de España con la UE —un europeísmo demasiadas veces acrítico tras 40 años de franquismo— fuera también algo peliculera en las décadas precedentes a la crisis. La larga marcha de España hacia Europa es un éxito si la UE se toma como sinónimo de modernidad, o si se pone el foco en fríos datos: el PIB per cápita español se ha triplicado desde aquel día en el que un joven Felipe González firmara el acta de adhesión. Desde el inicio de la crisis, sin embargo, la convergencia entre España y la UE ha desaparecido, en parte por las políticas económicas dictadas desde Bruselas.

“Los últimos 30 años cuentan las idas y venidas de una historia extraordinaria”, afirma Javier Solana, uno de los españoles que más alto ha llegado en Bruselas. “En los primeros años todo fluía: se juntaban los deseos de un país que quería abrazar a Europa con los de un club que se benefició del soplo de aire fresco que procedía del Sur. La crisis ha sido un duro golpe. Pero con sus luces y sombras, con sus contradicciones, parálisis y dudas, Europa sigue siendo una apasionante aventura política”.

El malestar actual con la UE se ha manifestado con una cierta desafección: cunde la percepción de que las decisiones para luchar contra la crisis se imponen desde Bruselas y Fráncfort, con un claro déficit democrático que subrayaron aquellas cartas del BCE al Gobierno en 2011. Del amor incondicional se ha pasado a cierta caída del mito europeo.

Frente a la narración esquemática de la historia que resume la relación entre España y la UE como una suerte de prodigio —el “unanimismo”, que denunciaba Charles Powell en 2007—, las voces críticas han ido tomando protagonismo. “La UE es un invento en fase de fracaso crítico”, donde Berlín y el BCE “han sustituido de facto a la Comisión Europea en el proceso de toma de decisiones” (Felipe González, Mi idea de Europa). Ignacio Sánchez-Cuenca, de la Universidad Carlos III, recuerda que el europeísmo fue siempre para España “en primer lugar, una forma de generar y después de conservar, un modelo social único en el mundo”. “Durante unos años, las ventajas fueron evidentes. Pero con la llegada de la crisis ese relato quedó completamente desdibujado (...) Europa ha quedado como un bastión para protegerse de lo que pueda venir. Pero una aventura como la europea no puede construirse sobre la base del temor, del miedo: la gente así lo ha visto ya, y ha dejado a las élites descolocadas”.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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