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Elecciones autonómicas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un caramelo para Cristina

Cifuentes le llegó a afear a Gabilondo que hubiera sido ministro, del PSOE y de Zapatero

Juan Cruz

Le regalé un caramelo de café a Cristina Cifuentes, a la que me encontré por casualidad saliendo de la tele nacional. Y a Ángel Gabilondo le regalé luego caramelos del mismo sabor. Ella me dijo que le gustaban los caramelos de café; Gabilondo no me dijo nada. No me constan muchos rasgos del carácter de Cristina Cifuentes, de la que sé lo que se sabe mucho más que lo que se le intuye. De Ángel Gabilondo sé algo más, porque es hombre que busca por dentro de las palabras, escribe libros sobre ellas y está acostumbrado a enseñar sobre esos contenidos.

De Ángel Gabilondo sé algo más, porque es hombre que busca por dentro de las palabras

Por decirlo así, de la candidata madrileña del PP sé la física, mientras que Gabilondo me llegó por la metafísica y ahí me mantiene, aunque él ahora practique la gimnasia electoral cuya comprensión necesita pasión política y mucho café. En este tiempo en que cabalgan por lados separados hacia una misma meta los he escuchado mucho, pues esta lucha que los enfrenta a ellos, y a muchos más, trata de palabras, de hacerse escuchar por otros, y uno los escucha aunque ellos y sus colegas tiendan a decir mayormente lo mismo.

Antes de que se produjeran estos enfrentamientos que constituyen lo que llaman campaña me dio la impresión de que la señora Cifuentes iba a encontrarse con su oponente del PSOE con sus propias armas, las de su verdadero ser, igual que a Gabilondo se le advertía que pretendía ir por su cuenta aunque cabalgara sobre unas siglas.

En el debate que tuvieron Cifuentes y Gabilondo con Pepa Bueno este martes en la SER, después de haberse sentado cada uno por su lado en el chester televisivo de la propia Pepa, me di cuenta de que iba errado al menos en un 50% de mi adivinanza. La candidata popular lleva en la boca la palabra herencia como si fuera un caramelo pegajoso; le llegó a afear a su oponente que hubiera sido ministro, del PSOE y de Zapatero, como si todo junto fuera un mal entero, la muerte misma de la democracia. Caramba. Como Gabilondo no le afeaba nada no me sorprendió que ella insistiera en picarle.

En el terreno extremo gana más quien habla más alto; de ahí nacen las tertulias, que son nuestro pan malo de cada día. Cuando el metafísico trató de aterrizar en el terreno medio, es decir, en el que se hace de diálogo y de persuasión, ella volvió a la física; le recordó a Gabilondo sus ancestros inmediatos y malísimos y aquello se tornó tan desigual como los trajes de los pobres de Azcona. Ella atacaba con la física, él se situaba en el campo de la metafísica, ayudado de la ironía. Pero ella lo pinchaba.

Ella atacaba con la física, él se situaba en el campo de la metafísica

Era un combate entre la física y la metafísica, entre el caramelo y el agua, en el que ella saboreaba como si quisiera hundir al otro. Éste se resarció: no me imagino yo a un metafísico ahogándose fácilmente. Pero ella siguió tratando de hundirlo por los hombros. Él sobresalió porque ella insistió demasiado. No conoce, quizá, algunos de los principios elementales de la física. Me dio la impresión, y que Dios me perdone si me equivoco, que en el banquillo de la candidata del PP había un entrenador diciéndole que la mejor manera de hacer callar a un contrincante es diciéndole que es uno y muchos a la vez, todos malos malísimos.

Le faltó decirle, por ejemplo, a Gabilondo que no sólo era Zapatero sino que también era Rubalcaba o Pedro Solbes o Alfonso Guerra o, incluso, Manuel Azaña. Era sólo Ángel Gabilondo; ella, en cambio, me pareció que era muchos más que Cristina Cifuentes. Debe ser la fuerza física que da el caramelo. O que te da un entrenador avezado en las artes de la lucha libre.

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