Matar al padre
Dada la pirámide de edad española, eso que llamamos juventud se va convirtiendo poco a poco en una minoría de votantes
La manifestación de Albert Rivera sobre el que sólo los nacidos después del 78 pueden en verdad regenerar la democracia refleja algo más de lo que parece a primera vista. Puede tomarse como una boutadeo, por el contrario, como un lapsus freudiano que muestra otros contenidos soterrados.
Porque ahí hay algo más que una crítica a la generación de la Transición. Se esconde también la idea implícita de que en España no se ha sabido gestionar bien el ciclo generacional, que la transmisión del poder y los privilegios no ha encontrado un cauce adecuado. Lo vemos en el mercado de trabajo, en la universidad, en los medios de comunicación y en casi todos los ámbitos sociales. Todo aquello que la generación de la Transición tomó al asalto desde su más tierna juventud lo ha ido conservando a lo largo de los años. Como bien dice Bourdieu, “la juventud y la vejez no son datos, sino que se construyen socialmente en la lucha entre jóvenes y viejos”; son datos biológicos socialmente manipulados y manipulables en el que hay una pugna última por repartos de poder de todo signo.
Todo aquello que la generación de la Transición tomó al asalto desde su más tierna juventud lo ha ido conservando a lo largo de los años
Y en esa lucha los jóvenes van claramente perdiendo. La crisis los ha empujado a la precariedad laboral o los ha llevado a la emigración. Nadie duda de que hoy una de las principales fuentes del conflicto político se asienta sobre el problema de la desigualdad, siendo el conflicto generacional otra derivada de ese mismo problema. Lo malo es que, dada la pirámide de edad española, eso que llamamos juventud se va convirtiendo poco a poco en una minoría de votantes.
Sólo si cobra conciencia de sí, logrará ser algo más que una breve referencia retórica en los programas de los partidos.
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