Teatro, política y legalidad
Artur Mas tiene solo dos opciones: seguir con el proceso o irse a casa
En tiempos de tensión política, es fácil confundir los deseos con la realidad. Este verano cundió la idea de que el soberanismo en Cataluña iba a la baja. El 11 de septiembre demostró lo contrario. Ahora, la última moda es la ruptura inminente entre Convergència i Unió y Esquerra Republicana. Me parece que esta vez tampoco será. Después de la V de Barcelona, Artur Mas sólo tiene dos opciones: o seguir con el proceso o irse a casa. Se ha comprometido demasiado como para pulsar el freno, cambiar las agujas y adentrarse por el raíl de las terceras vías.
En la medida en que el soberanismo no se ha debilitado, el margen de negociación se estrecha
Estamos en una fase decisiva: convocatoria, prohibición y anulación de la consulta, que toca algo esencial: el voto. Es un momento de teatralidad política en el que cada actor busca gustar a los suyos y endosar al otro el papel de malo. Toca, por tanto, discurso del miedo por parte del Gobierno, con el ministro de Asuntos Exteriores como sorprendente ariete, como si Cataluña fuera ya un problema internacional (el inconsciente también traiciona a los políticos más impasibles).
Y toca, en Cataluña, un forcejeo para preparar el momento que marcará los próximos meses: la respuesta ciudadana y política a la prohibición de la consulta. Rechazar una petición de voto es una negación de reconocimiento y, por tanto, un factor de irritación e indignación, que el bloque soberanista tendrá que administrar con finura. Ni consulta ni desobediencia, pero ofreciendo una salida a la ciudadanía.
Hoy las apelaciones al diálogo suenan a música celestial. Pasada la pantalla de 9-N, tarde o temprano habrá una negociación para un cierto reencuentro, para una fórmula de separación amistosa o para una claudicación. En la medida en que el soberanismo no se ha debilitado, el margen de negociación se estrecha. Rajoy se ha parapetado en la legalidad, como si desde el principio no se sintiera capaz de ganar por otra vía que la coacción. Pero como un unionista canadiense, Stephane Dion, recordó en estas mismas páginas, “no es muy útil parapetarse detrás de una Constitución” porque hay problemas que requieren política y fundamentos morales y no sólo argucias jurídicas.
Ahora Rajoy está pagando las consecuencias de desoír las voces que venían de Cataluña, de responder a sus aspiraciones con el desdén, porque sólo ha conseguido que el soberanismo se reafirme. La ley es fundamental en el Estado de derecho, pero es un instrumento, no un fin (que en democracia es la libertad y la equidad). Y convertir el instrumento en fin es un fraude a la propia legalidad y a la democracia. Rajoy renunció a la política. Hoy su posición es más débil que en 2012, cuando tuvo oportunidad de tomar la iniciativa aceptando el desafío del referéndum. Cada día que pasa estamos más cerca de que cuando llegue la negociación ya sólo sea una simple transacción.
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