Princesa se llama Fátima
La niña de 11 meses que llegó en patera está con una familia de acogida
Sus rescatadores le llamaron Princesa. Pero su nombre real es Fátima. Es la bebé de once meses que cruzó desde Tánger el estrecho de Gibraltar, el pasado martes, a bordo de una lancha de juguete junto a otras ocho personas (entre ellas otras dos bebés y dos mujeres embarazadas). Pero entre los pasajeros no estaban sus padres.
Tras la repercusión de su caso —las televisiones la han convertido en la cara de esta crisis— las fuerzas de seguridad ya han podido ponerse en contacto con sus padres y ahora tratan de facilitar el reencuentro y acercarla a su madre. Sus acompañantes en la lancha, únicos testigos de lo que sucedió la madrugada del lunes antes de hacerse a la mar en esa playa de Marruecos, aseguran que no fue abandonada sino que sus progenitores no pudieron zarpar en medio de una trifulca a base de pedradas con la gendarmería de Tánger.
Desde que fue recogida en alta mar por los servicios de Salvamento, lo que le sobran a Fátima son padrinos. En la asamblea de la Cruz Roja en Tarifa los dos primeros biberones se los proporcionó María Ángeles que la acunó en su regazo después de una larga siesta de seis horas. Y ese mismo martes pasó la noche en casa de otra voluntaria de la ONG que pide no ser identificada. Jugó hasta cansarse con sus dos hijos de ésta antes de caer rendida. A la mañana del miércoles, bien temprano, sus pequeños amigos lloraron al verla marchar de nuevo camino de la sede de la Cruz Roja en Tarifa. Allí la esperaban tres agentes de la policía autonómica. Sin sirenas ni uniformes. Los tres vestidos de paisano con un coche camuflado para evitar asustarla y ponerla a disposición de la Junta de Andalucía.
La despedida de sus ángeles de la guarda en la península hizo saltar sus primeras lágrimas. De Tarifa, viajó al cuidado de los policías hacia un centro de acogida de la Junta en La Línea de la Concepción. Llegó a las once y volvió a adaptarse sin rechistar, como viene haciendo desde el martes al pasar de mano en mano.
A las cuatro de la tarde del miércoles estaba ya a cargo de una familia de acogida andaluza, de la que no se facilitan datos para preservar la intimidad de la bebé. Ya no quedan rastros de los 38,5 grados de fiebre con que salió temblorosa y empapada de la lancha de Sasemar. En su nuevo hogar, esperará a reencontrarse con su familia de siempre. Las ONG dan por hecho que debe ser su madre la que venga a buscarla. El Gobierno andaluz asegura que la decisión de buscar una familia de acogida provisional obedece a preservar el bienestar de la pequeña.
En el hospital Punta Europa de Algeciras, dio a luz este jueves una mujer procedente de Costa de Marfil que rompió aguas poco después de llegar al pabellón de Tarifa tras ser rescatada en el Estrecho. La embarazada, que lo estaba de ocho meses según comentó a las voluntarias que la atendieron, se puso de parto cuando estaba vistiéndose con el chándal de la Cruz Roja. Una ambulancia la trasladó al centro hospitalario de Algeciras. Madre e hija se encuentran en buen estado. Del padre no hay noticias y por lo que preguntaron en el polideportivo los voluntarios de Cruz Roja, lo más probable es que la mujer decidiese hacer la travesía sola.
Peluches en comisaría
Hay ositos de peluche por todas partes. En comisarías, polideportivos y por supuesto en las sedes de las ONG. Y coches de policía de juguete. Y juegos de madera. Todo “para alejar a los más pequeños de su nuevo entorno”. Oficialmente, están detenidos junto a sus padres.
A bordo de los barcos de Salvamento que los sacaron de las más de 120 lanchas de plástico, llegaron entre el lunes y el miércoles 30 menores al espigón de Tarifa. Algunos, muy pequeños, de meses. “A un niño lo sacas de la patera, les inflas un guante sanitario, lo lanzas al aire, y al rato, ya está disfrutando con su nuevo juguete”, asegura Javier Gil, coordinador de Cruz Roja en Cádiz, cuyos voluntarios se desviven estos días por atender a los menores.
Los niños fueron los primeros en abandonar los pabellones de Tarifa, en compañía de sus madres, para ser repartidos por comisarías. A la de Algeciras llegaron 14, pegados a sus mamás. Allí, los funcionarios cumplieron con los trámites de filiación. “De entre todos los que llegan, ellos son casi unos privilegiados, si se me permite la expresión. Despiertan en todo el que los atiende los mejores sentimientos. No se enteran de nada”. Guardias civiles, policías, voluntarios... Todos repiten bromas con ellos y hacen de la burocracia un juego. Para tranquilidad de los agentes, esta vez todos los que se presentaban como menores, lo parecían. No hubo que practicarles pruebas médicas (las polémicas radiografías de la muñeca que sirven para un cálculo aproximado de la edad).
De las comisarías, los menores acompañados salen hacia casas de acogida con sus madres, que reciben allí clases de español y asistencia jurídica. La estancia puede prorrogarse de tres meses a seis, dependiendo de su vulnerabilidad. Voluntarios y enfermeros han visto mucha en los llegados esta semana a las costas de Cádiz.
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