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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Europa se coló: ¡bravo!

Los candidatos de los cinco grandes partidos retan a los primeros ministros

Xavier Vidal-Folch

Contra pronóstico, y contra el designio de todos los nacionalismos cutres, Europa se ha colado en el debate europeo. Bravo. Se coló en el diálogo de los cinco cabezas de lista, que casi nadie vio en España (un 0,9% de la audiencia: vergüenza), pero sí en otras provincias (también mal llamadas Estados-nación) menos maleducadas.

Se coló por el brío con que todos los candidatos se expresaron. La grácil verde (Keller), el contundente izquierdista (Tsipras), el liberal federalista (Verhofstat), el sutil socialcristiano (Juncker) y el rotundo socialdemócrata (Schulz) desmintieron en una hora la especie de que enviamos a Bruselas solo desechos de tienta, elefantes agónicos, o jubilados.

Todos demostraron ser mejores que sus colegas nacionales. Mejores: abajo leyendas. Si esto no interesa aquí, el problema no es de ellos. Es de “aquí”. Lo pagaremos, porque “allá” interesa. Por eso “allá” influye más. Manda.

También se coló porque los cinco plasmaron una gran conspiración. La conjura va de convertir la próxima votación parlamentaria del 25-M de una propuesta recomendada de segundo grado, para elegir al presidente del Ejecutivo, la Comisión, en su elección automática. O semiautomática.

Los candidatos de los cinco grandes partidos retan a los primeros ministros

Establece el Tratado de Funcionamiento de la Unión (Lisboa-II) que la cumbre de líderes, o sea, el Consejo Europeo, “propondrá al Parlamento Europeo, por mayoría cualificada, un candidato” a encabezar la Comisión. Y lo hará “teniendo en cuenta los resultados de las elecciones” al hemiciclo de Estrasburgo (artículo 17.7).

Angela Merkel insinuó que eso no significa que el Consejo Europeo deba nombrar al vencedor, o a uno de los mejor colocados, siempre que sea capaz de articular una mayoría. Los cinco candidatos se plantaron. Si los jefes de Gobierno no eligen a uno de ellos “estarían violando el Tratado”, advirtió Keller; no sería “permisible”, añadió Verhofstat; sería un “delito democrático, nadie iría a votar la próxima vez”, enfatizó Juncker; “sería desastroso para Europa”, concedió Tsipras. A lo que Martin Schulz añadió una amenaza atómica: “Nunca habría mayoría en el Parlamento, porque ningún eurodiputado apoyaría a ese candidato” extraño, advirtió. Sabe de lo que habla.

El desafío marca un antes y un después en la UE. Pocas veces hemos visto un plante democrático como este. El de hacer cumplir las leyes en su sentido más expansivo, menos restrictivo. Cosas de la democracia. Y del debate.

Europa se coló también de rondón en el debate local, que fue algo más que una pelea sobre las herencias, ese dicterio de los decadentes. Y no porque el sublime agrarista Cañete destilase tanta excelencia en leer, cabizbajo, las respuestas dictadas por “el interés nacional de España” y no por el europeo: ese nacionalismo, ese éxtasis del envés de un fresco e improvisado combate de ideas.

Sino porque su rival Valenciano desbordó en ocasiones el corsé endogámico del diálogo y lanzó propuestas concretas para el futuro de Europa: triplicar la dotación del programa de empleo juvenil; instaurar un seguro de paro común en toda la UE; aplicar medidas de control a los objetivos de la política social, al igual que con los económicos. Pero muchos prefirieron no escucharlo y barbotear que todo se limitó a un debate nacional: coartada de equidistancia. Qué pereza. Qué inanidad.

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