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Elecciones Europeas
Columna
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Más milagros y más deprisa

Urgen nuevas recetas de empleo y bienestar y menos querellas provincianas

Xavier Vidal-Folch

Queridos candidatos: no empecéis la campaña europea igual que la sempiterna querella provinciana. Que si qué mal lo hizo mi rival (en España). Que si cuánto se lo llevan crudo (en España). Que si mañana, tarde y noche, quiero una consulta (en Cataluña). Hablad de Europa: de qué soluciones proponéis para los problemas de los europeos. De las recetas para el continente y de las recetas continentales aplicables aquí. Pero basta ya del autista disco rayado localista, solo hispano-español.

No olvidéis que lo que les quita el sueño a los europeos es el paro, primera preocupación del 78% de los ciudadanos; y del 94% de los españoles, el 97% de los italianos, el 99% de los griegos. Ya sabemos que la UE dispone de pocas competencias para luchar contra el desempleo. Pero cada vez tiene más. Incluso dispone de una (aún exigua) partida presupuestaria de 6.000 millones en siete años (y para 28 países) destinada a la “garantía joven”: ofrecer empleo o formación en los cuatro meses siguientes al final de los estudios. Explicadnos mejor si la queréis aumentar, con el dinero sobrante: hay hasta 60.000 millones disponibles del anterior paquete presupuestario. Hasta cuánto. Cómo. Con qué mecanismos en las oficinas públicas de empleo (que capotan) y en las agencias privadas (tan constreñidas). El empleo depende sobre todo del empuje de la economía. Pero también de esas“políticas activas”, siempre por estrenar.

Y así con lo demás. Con la recuperación de los —declinantes— servicios mínimos del Estado del Bienestar. Con la inmigración interna, rentable como saben los sabios e ignoran los xenófobos. Con el suministro de energía, cara, e insegura como descubrimos con Ucrania. Con la voluntad de seguir siendo alguien en el mundo, o desvanecernos sin remedio.

Brindad respeto a la entereza de la gente en este lustro, a su esfuerzo en impuestos, en salarios, en sacrificios sociales. Muchos profetas auguraban que la UE desaparecería. Que su símbolo, el euro, se rompería. Jugaba a su favor la más letal crisis económica desde nuestros abuelos, la más insidiosa y recidivante: ya de las finanzas de Wall Street (y sus clientes de aquí), de la deuda soberana (sureña), de la economía real (doble recesión), o de la banca (en todas partes). En fases sucesivas o solapadas. O ambas cosas a la vez.

Pero las negras profecías fueron falsas. Sobrevivir juntos costó infinito. Pese al exceso de sesgo (austero) de la política económica, al nacional-chovinismo de los gobernantes y a una intelectualidad y una prensa más bien cenizas, se salvó (precariamente) la recesión. Mientras se cumplían antiguos deberes pendientes de la unión económica que debía completar la monetaria: fondos de rescate, vigilancia presupuestaria, nuevas políticas del BCE, unión bancaria... siempre lentos y justitos.

Aún falta y hay que completar (eurobonos, armonización de impuestos...). Y flanquear el traspaso de competencias económicas a la instancia federal con mejor control democrático. Pero no escupamos sobre el calvario recorrido. Europa se salvó porque los europeos quisieron. Porque ningún electorado optó por romper la baraja. Porque si la UE ha perdido 24 puntos de prestigio entre 2007 y 2012, atesora aún más confianza que los Gobiernos (33% a 27%). Un milagro, vista la apetencia devoradora de la crisis. Toca obrar más milagros. Y más deprisa, si no es molestia.

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