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Columna
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Sagaz, inteligente, generoso

Suárez llegó al centro de la escena política justo cuando España entera ansiaba vivir una libertad dramáticamente aplazada

El Rey Juan Carlos abraza a Adolfo Suárez, durante la entrega del premio Alfonso X el Sabio en el teatro Rojas de Toledo.
El Rey Juan Carlos abraza a Adolfo Suárez, durante la entrega del premio Alfonso X el Sabio en el teatro Rojas de Toledo.Manuel Escalera

El 17 de enero de 1995, en el Teatro de Rojas de Toledo, entregamos a Adolfo Suárez el Premio Alfonso X El Sabio. Fue, según dijo, el primer reconocimiento público desde la izquierda. Mis palabras de entonces siguen vigentes.

“No necesitas homenajes. Al aceptar el nuestro, nos das tanto como recibes. Tu presencia es un acicate para la reflexión, porque para abrir las puertas al futuro es necesario no olvidar la historia.

Suárez llegó al centro de la escena política justo cuando España entera ansiaba vivir una libertad dramáticamente aplazada. Con su nombramiento en 1976 se abría paso aquella libertad sin ira de la que hizo un lema político.

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No teníamos confianza en el poder establecido. Abundaba la incertidumbre y el miedo colectivo a que se repitiesen los peores episodios de nuestra historia.

Tres fueron tus cualidades: sagacidad, inteligencia y generosidad.

Sagacidad para esquivar las andanadas de quienes se creían propietarios del Estado y de España y entendían que cualquier hilo que condujera a la soberanía popular significaba la perdición.

Una sagacidad compuesta de astucia y prudencia, de atrevimiento y mesura. Adolfo Suárez supo desenvolverse con soltura. Se atrevió a dar pasos decisivos en el día preciso. El sábado de gloria en que legalizó el Partido Comunista, el día que envió un avión para el regreso de Tarradellas y con él la recuperación de la Generalitat, su planta erguida el 23 F.

Inteligencia para conocer el punto de vista de los adversarios políticos que ni fueron pocos ni siempre fuimos templados.

El presidente Suárez tuvo la inteligencia suficiente para abrir paso a su reforma en medio de aquellas "ambigüedades calculadas". Fue el que más fruto pudo sacar de éstas aunque, a la postre, también fue el que personalmente más pagó por ellas.

Esquivaste, es decir, burlaste a maniqueos y a dogmáticos. Hiciste, en definitiva, del arte de lo posible el recurso para alcanzar lo que parecía, si no imposible, muy improbable.

Generosidad. Es decir, poner antes el decoro y la dignidad que los intereses personales.

Una generosidad que no es el contrapunto sino el complemento de una gran y legítima ambición política: la de identificar tu persona y tu trabajo con la superación de aquella predicción que definía a España como un perpetuo motín de Esquilache.

Con Suárez se fraguó un nuevo modo de estar juntos. Y aquel epitafio que había escrito Larra durante nuestra primera guerra civil "Aquí yace media España, murió de la otra media", dejó de ser una exacta predicción.

No somos pocos los que pensamos que a Suárez le costó muy caro el atrevimiento de librarnos de los salvadores de siempre. Unos, hay que confesarlo, no le reconocíamos su tarea de innovador por razón de su origen. Otros lo rechazaban, precisamente, por no haberse encadenado a él.

Lo cierto es que fue apartado de su espacio político ante los atónitos ojos de aquellos españoles que presintieron una conjura en las sombras del poder. Muchos no nos percatamos de ello hasta la investidura de su sucesor, en febrero del 81.

Sólo quiero finalizar invocando el derecho de la juventud española a conocer su historia. Que la avalancha cotidiana de noticias no sea anestesia para el olvido”.

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