Muere el forjador del gran pacto
El Rey reivindica el legado de Adolfo Suárez, la “unidad y solidaridad” entre españoles El expresidente logra en su fallecimiento el aplauso unánime que le faltó en la Transición Gallardón: “Nos sorprenderíamos de lo que todos dijimos de él entonces”
Adolfo Suárez falleció este domingo a los 81 años y una página de la historia española murió con él. Para ser, inmediatamente, resucitada y reivindicada. El piloto de la Transición —era un franquista, fue un demócrata—, el presidente bajo cuyo mando se fraguó el consenso que enterró la dictadura, falleció a las 15.03 en la clínica Cemtro de Madrid por las complicaciones neurológicas del Alzheimer que padecía desde hace 11 años. Un torrente de elogios prácticamente unánime acompañó, en su muerte, a quien en 1981 dejó el Gobierno entre durísimos ataques, también casi unánimes, de compañeros y adversarios políticos.
El Rey, en un mensaje grabado, mostró su gratitud a Suárez y reivindicó la labor del expresidente y de sí mismo para dar forma a la reconciliación: “La Transición que, protagonizada por el pueblo español, impulsamos Adolfo y yo”, dijo. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, decretó tres días de luto oficial y deslizó, en su discurso de pésame, una lectura para 2014: “El mejor homenaje que podemos hacer es esforzarnos por seguir el camino del entendimiento, la concordia y la solidaridad entre españoles, para lograr la España que él quiso”. También el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, aludió al “compromiso con la libertad, la democracia y el orden constitucional” que Suárez encarnó y que los ciudadanos “mantienen vivo”.
La familia de Suárez lo veló ayer en la intimidad. La capilla ardiente será instalada este lunes a las 10.00 en el salón de Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados, y allí permanecerá durante 24 horas para que los ciudadanos que lo deseen den su adiós al expresidente (la capilla será abierta al público a partir de las 12.00 aproximadamente). Antes, un Consejo de Ministros extraordinario le concederá a título póstumo el Collar de la Real y Distinguida Orden de Carlos III. Suárez será enterrado el martes bajo el claustro de la catedral de Ávila, adonde también serán trasladados los restos mortales de su esposa, Amparo Illana, fallecida en 2001. La semana próxima —probablemente el día 31— se celebrará en la catedral de La Almudena de Madrid un funeral de Estado en memoria del expresidente.
“Adolfo Suárez González ha fallecido”, anunció lacónico el portavoz de la familia, Fermín Urbiola, pasadas las tres y diez de la tarde a los periodistas apostados frente a la clínica Cemtro. En su habitación de la primera planta de la clínica, donde llevaba ingresado desde el pasado lunes, acababa de morir el primer presidente de Gobierno de la reciente etapa democrática española. El viernes, su hijo, Adolfo Suárez Illana, comunicaba el agravamiento de su enfermedad y auguraba un “desenlace inminente”. Dio entonces un horizonte de 48 horas, que se cumplieron ayer.
Los médicos que lo atendieron explicaron que la muerte se produjo a causa de un “deterioro neurológico severo” y de “la evolución natural de la enfermedad”, al Alzheimer en el que Suárez se fue apagando a lo largo de la última década. La dolencia que le impidió escuchar, o entender, las palabras de reconocimiento que en estos años, ya fuera él de la vida pública, le dedicaron políticos de uno y otro signo. Y que culminaron ayer en un consenso general de reivindicación de su figura. El expresidente murió “muy sereno, rodeado de su familia”, subrayaron los facultativos de la clínica Cemtro.
Al centro hospitalario se desplazaron dirigentes del PP, el PSOE y la extinta UCD para abrazar a los hijos de Suárez y expresar públicamente su pésame. Lo hicieron, además del presidente Rajoy, el expresidente José María Aznar y su esposa, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella —que llegaron antes que Rajoy y no coincidieron con él—; el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba; Rodolfo Martín Villa, que fue ministro con Suárez; y Fernando Abril Martorell, hijo del vicepresidente del Gobierno de UCD.
Los expresidentes Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero enviaron sendos comunicados. “Adolfo Suárez ha sido el presidente de la transición democrática de España. El paso de una dictadura a una democracia pluralista, tantas veces frustrada en nuestro país, se debe a su tarea”, escribió González. El socialista, látigo de Suárez cuando este era presidente y González jefe de la oposición, aseguró que entabló con él una “amistad” por encima de “las discrepancias lógicas en el pluralismo de las ideas”. Zapatero ensalzó la “hazaña” realizada por Suárez al liderar “el cambio de una vieja y desgarrada nación a un país democrático y reconciliado consigo mismo”. Aznar señaló, en la puerta de la clínica Cemtro, que el expresidente de UCD merece “un puesto de honor” en la historia de la democracia.
Junto a los políticos hablaron —a través de comunicados, declaraciones o mensajes en las redes sociales— banqueros, directivos de empresas y de equipos de fútbol, sindicatos, intelectuales, periodistas. Todos, o casi todos, para ensalzar la figura del expresidente, con distintos adjetivos, con distintos títulos. El “artífice de la Transición”, su “arquitecto”, su “motor”, el “piloto” —o el “maquinista”— del cambio, el “rostro” de la reconciliación, el “muñidor de los pactos”... El “símbolo”, en fin, de un experimento —la Transición española, la mutación de una dictadura en democracia— que, con sus luces y sus sombras, fue insólita en la historia contemporánea.
También hubo, no obstante, en las redes sociales ciudadanos que recordaron el origen franquista de Suárez —era ministro secretario general del Movimiento cuando en 1976 fue designado por el Rey presidente del Gobierno— y las carencias de su gestión; y otros muchos que destacaron la contradicción de que quien tuvo que dimitir en 1981 tras quedarse en total soledad haya sido convertido en un referente colectivo. El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, lo resumió así en declaraciones a la Cadena SER: “Nos quedaríamos sorprendidos de las cosas que decía el PSOE de Adolfo Suárez cuando era presidente, y que decíamos nosotros, entonces Alianza Popular. Nos quedaríamos sorprendidos y quizá avergonzados”.
Diferentes líderes europeos —el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso; los candidatos socialista y conservador en las elecciones de mayo, Martin Schulz y Jean-Claude Juncker; el expresidente portugués Mario Soares; los ministros de Exteriores francés y británico— alabaron el papel de Suárez en la recuperación de la democracia en España, y el espíritu de concordia que encarnó. El Gobierno de EE UU, a través de su Embajada en España, lamentó el fallecimiento y describió a Suárez como “el gran líder que puso a su pueblo antes que a él”.
Tanto el Rey como el presidente Rajoy introdujeron en sus discursos de pésame mensajes en clave de política española. “El ejemplo que nos deja es muestra de que juntos, los españoles somos capaces de superar las mayores dificultades y de alcanzar, con unidad y solidaridad, el mejor futuro colectivo para todos”, afirmó don Juan Carlos. Rajoy animó a los ciudadanos y a sus representantes a “seguir el camino” que Suárez “marcó”. “El del entendimiento, la concordia y solidaridad entre españoles para lograr la España que él quiso y que entre todos debemos hacer posible”, dijo.
Si en esas palabras se escondía una referencia a la crisis territorial abierta por el desafío independentista de la Generalitat de Cataluña, fueron rápidamente respondidas desde esa comunidad. El presidente catalán, Artur Mas, comparó los “grandes riesgos” asumidos por Suárez con los que él mismo está tomando al apostar por una consulta independentista no autorizada por el Estado. Y el diputado de ERC Alfred Bosch afirmó que “un segundo Adolfo Suárez” abogaría hoy por saltarse “las imposiciones de leyes anticuadas y estáticas”.
La memoria de Adolfo Suárez empezó a desdibujarse hace años en manos del Alzheimer, al tiempo que crecía hasta agigantarse, en la memoria colectiva, el legado de su paso por el poder. Apenas cuatro años y medio de Gobierno turbulento —1976-1981— en los que quedó enterrada definitivamente una dictadura de cuatro décadas y se pusieron los mimbres de la democracia parlamentaria. La Ley para la Reforma Política —el harakiri del régimen franquista que dio paso a las primeras elecciones—; la legalización del PCE ante la incomprensión de muchos, la Ley de Amnistía de 1977, los Pactos de la Moncloa, el impulso a reformas sociales como la Ley del Divorcio... Y después, tras la caída en desgracia, el abandono de todos y la dimisión, el golpe de Estado del 23-F. La última imagen de la resistencia del poder civil —el presidente Suárez, su adversario durante años Santiago Carrillo y el general Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Ejecutivo, sentados en sus escaños— frente al militar. La prueba de fuego de la incipiente democracia.
Un hombre que llegó al mando en una dictadura, ganó dos elecciones democráticas y se quedó sentado ante las balas de un golpe de Estado murió ayer. El Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional, le despide hoy en Madrid.
Con información de Fernando J. Pérez, Francesco Manetto, Anabel Díez y Natalia Junquera.
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