Pactar incluso la discrepancia
Con Suárez no lo hicimos bien; no le tratamos como se merecía y con ello quisimos enterrar un estilo que nunca hubiéramos debido abandonar
Será imposible separar el recuerdo de Adolfo Suárez de lo que supuso para España el proceso de transición de la dictadura a la democracia. Hoy la valoración de aquella etapa está sometida a una crítica fácil y demagógica que no resiste el mínimo análisis riguroso. Y, seguramente, el fallecimiento de Suárez acompañará un debate mediático sobre esta cuestión. Pero la conclusión no podrá ser muy distinta de la que ya en este momento se impone: Adolfo Suárez fue una figura clave de un momento histórico como fue el de la Transición. Proceso que, por el momento en que se produjo, se saldó con un balance extremadamente positivo y excepcional. Nadie ha conocido de otro momento tan ejemplar en la Historia de nuestro mundo, al transitar en paz, de una dictadura a una democrácia.
Adolfo Suárez no estuvo solo en esta obra. La compartió con muchos y muchos ciudadanos que acompañaron y apoyaron el proceso desde el compromiso anónimo. Pero Suárez ha quedado en el recuerdo de la gente como el símbolo de la Transición. Por algo debió ser. Seguramente, por cómo llegó y por cómo se fue; por un talante amable y en absoluto prepotente; por no esconder su voluntad de pactar, por acercarse a los adversarios, por querer entender y comprender la discrepancia. Para los valores de la transición, la propia manera de ser de Adolfo Suárez era una referencia.
Seguramente, se espera de aquella generación que con Suárez compartió el paso de la Transición, que ahora se expliquen aspectos concretos de la vida o de la actuación de aquél. Pienso, no obstante, que lo más importante fue su estilo, su manera de actuar, su forma de entender la acción política como algo a compartir con los demás. Si alguien entendió que pactar no solo era bueno en aquel momento, sino para siempre como manera de ampliar la base social de cualquier acción política, éste fue Adolfo Suárez. Y esto no siempre se entendió por los suyos, más entusiastas de la disciplina partidista de lo que el propio Adolfo Suárez quiso servir. Era un hombre abierto a todos y a todos pretendió ser útil.
Valdría la pena recordarle así, como presidente más que como hombre de partido. En su despedida como presidente así lo aceptó y, humildemente, dejaba paso a nuevos aires que él no podía practicar. Después la historia nos dirá que los motivos de su retirada han pesado demasiado y no positivamente en el devenir de España.
Sería triste que en los elogios de ahora, los que sin duda van a producirse, no hubiera una parte de autocrítica. Con Suárez no lo hicimos bien; no le tratamos como se merecía y con ello quisimos enterrar un estilo que nunca hubiéramos debido abandonar. La Transición no se agota jamás; siempre transitamos hacia algo distinto y siempre el recorrido tiene sus dificultades. Para superarlas, siempre nos necesitaremos todos. El pacto hace la democracia y Suárez, que la quería servir, lo buscó como garantía de futuro estable. Pactar incluso la discrepancia. Aquello que fue posible no tiene por qué dejar de serlo.
Adolfo Suárez se ha ido; ojalá su estilo no le acompañe en este viaje y permanezca aquí, próximo a todos.
Miquel Roca Junyent es uno de los miembros de la ponencia constitucional. Fue portavoz de CiU en el Congreso.
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