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Columna
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La foto

Al aceptar la vía legal e individual, los presos reconocen que la salida de la negociación está cegada

Hacia finales de los ochenta o por ahí se habló mucho en el País Vasco de “la foto”, en referencia a la que se harían los miembros más conocidos de ETA tras anunciar su disolución (y quitarse las capuchas, puño en alto). Sería su último gesto triunfal, consentido por la democracia. La foto del pasado sábado en Durango no tiene nada de triunfal: es la de unos derrotados con aspecto entre patibulario y triste que seguramente sienten que han perdido media vida y cuyas justificaciones, que antes encontraban irrefutables, ya no les convencen ni a ellos mismos. Junto a esos viejos militantes, en la foto aparece la abogada Arantza Zulueta, miembro del llamado “Grupo de Intermediación” del colectivo de presos, detenida ayer, junto a otras siete personas. Esa entidad fue la convocante del acto de Durango, según figura en el auto del juez Pedraz, lo que había sido señalado por sectores de las víctimas como motivo para prohibirlo.

 Desde hace más de 30 años la idea de triunfo ha estado asociada en el mundo de ETA a la de negociación. En su anterior declaración, en junio pasado, el colectivo de presos aún la reclamaba a los Gobiernos de España y Francia: negociación de las consecuencias del conflicto que abriera paso a otra entre partidos sobre sus causas. Lo importante no era el contenido sino la negociación misma: que dos Estados de la UE aceptaran negociar con ellos su retirada significaba un reconocimiento de que había habido motivos para la violencia. La batalla por la memoria que quede de ETA se libra en torno a la negociación. Pero la referencia a ella ha desaparecido de los comunicados recientes de presos y excarcelados. Al aceptar someterse a la legalidad para acceder a beneficios penitenciarios, se está reconociendo que la vía de la negociación está cegada. Resta ver si en el esperado pronunciamiento de la dirección en respuesta a las recomendaciones del Foro Social, básicamente asumidas ahora por los reclusos, ETA asume ese cambio de orientación.

Tras su pulso con Batasuna, que fue decisivo en el cese de la violencia, la dirección trata seguramente de evitar un conflicto con sus presos. Estos están interesados en salir, y de momento en mejorar su situación penitenciaria. Pero ya saben (porque se lo han dicho los de Sortu) que el Gobierno no va a dar ni un paso en esa dirección sin la disolución de ETA. El paso que los presos no se han atrevido a dar, la exigencia a su dirección de que entregue las armas y se disuelva, difícilmente podría ser ignorado por sus jefes teniendo en cuenta que el 90% de los miembros de ETA están hoy en prisión.

No habrá foto triunfal, pero la disolución definitiva e incondicional crearía las condiciones para que la opinión pública considere que ni siquiera los asesinos de ETA merecen pasarse el resto de sus vidas en la cárcel. Y sin que se abra paso ese sentimiento en la población, ningún Gobierno cambiará la política penitenciaria, ni, en particular, las condiciones de acceso a procesos individuales de reinserción.

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