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La difícil tarea de preparar el día después de la salida de la OTAN

Militares españoles instruyen al Ejército afgano para que combata solo a los talibanes "Nos jugamos la vida", advierte el comandante Fajardo a un mando afgano

Miguel González
Un militar español charla con unos niños durante una patrulla conjunta con el Ejército afgano en Zargar.
Un militar español charla con unos niños durante una patrulla conjunta con el Ejército afgano en Zargar.CLAUDIO ÁLVAREZ

En el bazar de Moqur, el mulá del batallón del Ejército afgano intenta tranquilizar a los comerciantes, temerosos de que la aparente calma que se respira desaparezca cuando se vayan los soldados españoles, a principios de 2013. “Los talibanes no vendrán porque nosotros estamos aquí”, le dice el capellán, con uniforme de campaña y galones de comandante. “Pero vosotros no tenéis aviones ni helicópteros”, replica el vendedor. “Tenemos cañones. No tienes de qué preocuparte”, insiste el religioso-militar.

En apariencia, la patrulla de los soldados españoles es un paseo relajado a pie, que incluye visitas a dos aldeas vecinas. Pero la operación ha sido minuciosamente preparada. Las piezas de artillería de calibre 122 del Ejército afgano apuntan a la zona donde se realiza la patrulla, igual que los morteros del contingente español. Un helicóptero medicalizado está en alerta por si hubiera que evacuar a algún herido e incluso se dispone, durante una hora, de la cobertura de dos aviones de combate de la OTAN. Un Raven –similar a un aparato de aeromodelismo—sobrevuela la zona vigilando. No hay lugar para imprevistos. O sí.

El comandante Alberto Fajardo descubre horrorizado que la columna de militares afganos con la que deben encontrarse los españoles se ha equivocado de ruta y que no hay forma de avisarles porque las transmisiones no funcionan. El teniente coronel al mando del kandak (batallón) del Ejército afgano se lleva una bronca monumental. “Las transmisiones hay que comprobarlas el día antes. Esto no puede volver a ocurrir. Nos jugamos la vida, un día nos van a pegar un tiro. Si el oficial al mando de las transmisiones es un incompetente hay que cesarlo”, le suelta Fajardo. Su interlocutor aguanta el chaparrón sin perder la sonrisa.

Como muchos mandos del nuevo Ejército afgano, el teniente coronel es un militar profesional que combatió contra los muyahidin durante el régimen prosoviético de Nayibulah. Ahora lleva un fusil M-16 y viaja en un Humvee estadounidense, pero resulta difícil que olvide las tácticas que aprendió en su juventud: política de tierra quemada y destrucción de núcleos rurales para privar a los insurgentes de su medio natural. Justo lo contrario de lo que los militares españoles intentan inculcarle ahora: acercarse a la población, ganarse sus corazones.

Por eso, se hacen acompañar por militares afganos cuando acuden a los colegios a repartir juguetes o se reúnen con los notables de una aldea para tomar nota de sus necesidades: agua, grano, mantas para aguantar el invierno que se anticipa durísimo. Pero, como dice un refrán local, “los afganos no se venden, solo se alquilan”. La lealtad tiene fecha de caducidad.

Tiene razón el comerciante del bazar. Hasta ahora la OTAN ha conseguido contener la presión de los talibanes gracias a la superioridad aérea. Cuando una patrulla se ve en apuros, acuden en su auxilio aviones de combate o helicópteros de ataque que ponen en fuga a los agresores. Aún así no se ha logrado derrotar a la insurgencia, solo mantenerla alejada de las ciudades y las principales vías de comunicación. Lo mismo que los soviéticos antes de retirarse.

Cuando una unidad del Ejército afgano se ve atacada, también pide apoyo aéreo. No lo hace directamente, sino a través de los mentores asignados a cada unidad; entre ellos los españoles. Pero los afganos carecen de controladores sobre el terreno para guiar a los bombarderos hasta sus objetivos (TACP) y la OTAN desconfía de su escaso cuidado con los daños colaterales, así que los aviones raramente disparan. Prefieren dar algunas pasadas disuasorias.

Tras los IED (artefactos explosivos improvisados, en sus siglas en inglés), los talibanes infiltrados en el Ejército son la principal amenaza para las tropas internacionales. Más de medio centenar de bajas en lo que va de año. En la terminología OTAN, se denominan “green on blue” (verde en el azul), cada uno que lo interprete como quiera. Los españoles tuvieron el suyo cuando, en agosto de 2010, el conductor del jefe de Policía mató a dos guardias civiles y un intérprete en Qala-i-Naw.

El capitán Modesto Muñoz es uno de los mentores del Ejército afgano en Moqur. Su tarea le exige trabajar codo con codo con los militares afganos. Ellos no pueden entrar armados en las bases de la OTAN, aunque él sí puede hacerlo en los cuarteles afganos. Además, lleva siempre escolta y si algún militar afgano le infunde sospechas, es inmediatamente trasladado. Pero nada le garantiza que alguno de sus tutelados no se revuelva un día contra él. Su fórmula: “Fiarte de tu intuición, establecer vínculos personales con ellos, mostrarte respetuoso con sus costumbres y no obsesionarte demasiado”.

Si la OTAN llegó a Afganistán con el propósito de instaurar un régimen homologable a los occidentales, hace tiempo que ha renunciado. En Moqur, las viudas y huérfanos del accidente del Yak-42 (en el que murieron 62 militares españoles) financiaron la construcción de un colegio, que abrió sus puertas en 2006 para niños y niñas. Hoy solo acuden los varones. El subteniente Ángel Ortega no reconoce que sea una concesión a los talibanes. “Es preferible que la escuela siga abierta y, al final, quizá regresen las niñas”. Si la transición para la OTAN está cerca de su fin, para los afganos no ha hecho más que empezar.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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