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Tribuna
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Cuando baje la marea

Resistir hoy la presión ambiental es condición para que el PSC sea alternativa mañana

Si la adhesión a la independencia puede pasar en tan poco tiempo del 20% al 50% también puede desinflarse con relativa rapidez en cuanto las dificultades de la vida real, incluyendo las que encuentre el procedimiento puesto en marcha por Artur Mas, nublen el actual clima de exaltación patriótica en Cataluña. Artur Mas sabe que para seguir con su plan soberanista no le basta el 51% de los votos; necesita una mayoría reforzada, cuantitativa y cualitativamente. Por una parte, contabilizando a su favor a votantes partidarios del derecho a decidir, aunque no lo sean de la separación. ¿No es llamativo que haya casi 30 puntos de distancia entre el 84% que quiere un referéndum de autodeterminación y el 55% que votaría a favor de la independencia? Por otra, necesita, sobre todo de cara a Europa, contar con el apoyo de partidos no nacionalistas o de sectores de los mismos.

Por eso es importante que el PSC consiga mantener su segundo puesto y que lo haga con un programa de alternativa al independentismo. Un programa basado en los poderosos argumentos que hacen que sea más integradora una solución autonomista o federalista a una secesionista.

Es comprensible que durante la dictadura muchos antifranquistas catalanes y vascos identificasen la defensa de su singularidad con la independencia o el reconocimiento de la autodeterminación, pero no lo es en el actual sistema democrático y descentralizado. Como recuerda la famosa sentencia del Tribunal Supremo de Canadá, el derecho a la separación solo es aplicable en principio a situaciones de dominio colonial o de opresión manifiesta.

Es cierto que tras la caída del muro lo que se consideraba imposible, la creación de nuevos Estados, ha dejado de serlo en determinados territorios y circunstancias. Pero lo que habría que demostrar en cada caso es que sea la mejor salida. En general, en países democráticos y sociedades plurales, hay soluciones más satisfactorias (capaces de satisfacer a más personas) que la separación: la autonomía o el federalismo. En Cataluña, incluso en este momento de exaltación, si bien el 34,1% está a favor de un Estado independiente, el 53,1% de los catalanes prefiere una relación con España de tipo autonómico (27%) o federal (26,1%), según la encuesta que publicó El Periódico el 11 de septiembre.

Lo cual refleja a su vez el pluralismo respecto a la propia identidad: el 32,8% se considera solo catalán, pero el 61,6% cree compatibles ambas identidades en distinto grado: tan español como catalán, más catalán que español o más español que catalán (La Vanguardia, 1-10-2012).

El director de esa encuesta sugería que más que un sí, el voto por la independencia es un por qué no, motivado sobre todo por la crisis económica. Seguramente esto vale especialmente para los jóvenes: en paro y sin expectativas, es lógico que estén abiertos a un cambio de escenario; a ver qué pasa. Si es así, tal vez la recuperación económica, cuando se produzca, cambie esa actitud. Pero puede que para entonces ya se haya traspasado algún límite con difícil vuelta atrás. Porque un problema de la autodeterminación es que cinco referendos con resultado negativo no son definitivos pero uno a favor de la independencia sí lo es. Y en Estados plurales con larga tradición de vida en común existen vínculos familiares y afectivos en general que se verían heridos por una ruptura tan drástica. Según un informe reciente, 3,5 millones de los 7,5 millones de catalanes actuales tienen sus raíces en otras comunidades españolas. Por graves que sean las divergencias sobre la balanza fiscal, es absurdo considerar que la identidad catalana se encuentra en tan grave riesgo que haga inevitable la ruptura.También hay muchos intereses compartidos. Artur Mas ha subrayado estos días que Cataluña ya vende más en otros países que en el resto de España. Así es, pero la suya es la comunidad que registra un mayor saldo favorable (+22.000 millones de euros) en su relación comercial con las demás comunidades. Mientras que el saldo entre exportaciones e importaciones a otros países es negativo (-15.000 millones).

Un sector del PSC sostiene que el suyo no debe ser un partido anti-independentista o antisoberanista. En su momento, Jordi Solé Tura votó contra la inclusión de la autodeterminación en la Constitución argumentando que apoyarla sería incoherente con la apuesta por la autonomía. Una estrategia pensada para que cuando baje la marea el PSC pueda convertirse en alternativa implica dejar claro ahora, antes de las elecciones, que esa sigue siendo su opción política por considerarla más integradora de la pluralidad de la Cataluña actual.

La línea divisoria principal no pasa entre autonomismo y federalismo, sino entre soberanismo, por un lado, y, por otro, autonomía o federalismo, que son dos formas de hacer compatibles las aspiraciones de las nacionalidades a su autogobierno con el mantenimiento de un marco estatal compartido. Pero es cierto que lo esencial del federalismo enlaza con la mejor tradición del catalanismo: descentralización, por un lado, y voluntad de participación en la política común, por otro. Una tradición rota por Mas al plantear este desafío en el peor momento para los intereses del conjunto de los españoles.

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