Pedantes
Como dice el maestro Lledó hay que mirar dentro del Sí para ver un pequeño No
Existe el pedante literario, o periodístico; abunda, te abruma con su conocimiento, pero sobre todo te hunde debajo de la erudición en la que navega, ahíto de datos menudos que conoce “de primera mano”. Un día, en los ochenta a los que ahora regresamos, leí en un libro esta frase: “Tomándose su zumo de naranja, Eduardo Sotillos pensó…”. Me dije: ¿y cómo sabe este hombre qué pensó Sotillos tomándose su zumo de naranja? Nunca más rompí un libro, creo, pero aquel lo desgarré.
Así que la pedantería periodística o literaria abunda y atosiga, pero ahí está, a la indecisa luz del día, que decía Camilo José Cela, se la ve venir y se la puede neutralizar, echándola a un lado, pues para eso están el olvido y las papeleras… Pero, ¿y la pedantería política? La pedantería política tiene consecuencias, por ejemplo en el presupuesto, en las relaciones sociales, culturales, económicas o políticas… Puedes dejar de oírla, pero sigue haciendo su labor, su pequeña obra de albañilería inversa, carcomiendo las sillas razonables del poder, convirtiendo este en un trampolín de presumidos.
El atril es el primer peligro. Les das un atril (a los políticos, a los jueces, a los periodistas, a los escritores, a los que están siempre cerca de los atriles) y te lanzan el discurso en el que sobrevaloran su alma para presumir del peso que ellos creen que es el peso de su espíritu, cuando en realidad (como recuerda Andrés Ortega en su novela Sin alma) todas las almas pesan lo mismo, 21 gramos…
Ahora hemos escuchado a Artur Mas, el presidente de la Generalitat, hablando bien de Cataluña para hablar mal de los otros países mediterráneos. Por ahí derrochan, pero aquí… Enumeró las virtudes de la tierra en la que comanda, y añadió: y tampoco hay toros.
Hombre, menos lobos, y menos toros. Toda comparación tiende a desmejorar al otro, es la esencia misma de la pedantería. Soy mejor, tú no vales. Los políticos sacan a pasear sus valores en campaña electoral, y después. No tienen medida. El otro es peor. Siempre lo dicen. Incluso cuando ellos empeoran.
Sacar pecho tiene sus virtudes, pero en primer lugar tiene el valor de la presunción, de señalar el alma propia como un alma que pesa sobre la tierra mucho más que el alma ajena. Ángel González, el poeta, escribió que para que el cuerpo pese (y el cuerpo es el alma por otros procedimientos) ha de pasar una larga historia. Mas se cree que todo el monte es orégano, sobre todo si el monte es suyo. Y así saca a relucir los toros (o su ausencia) como un mérito de su tierra, cuando más lejos, y con el mismo peso en el alma, los canarios podemos sacar pecho por lo mismo. Y no lo sacamos, porque tampoco es para tanto.
Un brasileño muy culto le dijo una vez a Carmen Balcells que él solo creía en el amor y en la bioquímica. Mas (igual que el resto de la retahíla de pedantes a los que he venido haciendo alusión) recae en esa metáfora cervantina, el vuelo excede el ala. No se debe sacar a pasear, no debe incurrir en la pedantería, pues como dice el maestro Lledó hay que mirar dentro del Sí para ver un pequeño No. Todo, president, es amor y bioquímica. Y nada es para tanto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.