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Columna
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La última alegría

En este clima de tan peligrosos abismos estaría bien que la política diera un golpe en la mesa y dejara de asustar con el alboroto del pesimismo

Juan Cruz

Nos van a dejar sin la última alegría. Y cuidado, un país sin alegría es un país peligroso, y naturalmente triste. ¿Que el horno pone el pan así, con esa cara? Obviamente, pero hace falta un chute, alguna cosa, una palabra, como dicen Silvio Rodríguez y Alejo Stivel, la palabra Ojalá, pongo por caso, un disparo de nieve, una luz cegadora… Que nos despierte de pronto. Un disparo de luz para que no se escape, al menos, la última alegría.

Pero no, la palabra es Peor, la palabra no es Ojalá. Que vamos a estar peor, que no nos hagamos ilusiones, que el funeral progresa, y que esto no lo calma ni Dios, lo asesinaron. Peor ya es un pleonasmo social, un verbo que maniata toda acción, el adjetivo que llevan en la solapa los que mandan y los que obedecen, los emigrantes y los que ya estaban aquí, los pobres y los muy pobres, los que perdieron el empleo y los que van a perderlo. La palabra es Peor. La gente es ya como la materia misma, ni se crea ni se destruye, se queda quieta para no ser destruida, pues todas las sombras que se le vienen encima son como los ciclones centrífugos. El hombre, en este caso el español, en medio, atrapado por el Peor, sacando la mano a ver si obtiene un poco de Ojalá. Y el viento se lleva ese vocablo como se lleva la basura en París (Tejas).

En este clima de tan peligrosos abismos estaría bien que la política diera un golpe en la mesa y dejara de asustar a las criaturas con el alboroto del pesimismo a ultranza. Contra el pesimismo, que es quizá la más natural de las tentaciones, rebeldía. Que un día se levantara el que manda, en este caso, Mariano Rajoy, y diera un grito de rebeldía, que matara a hachazos rebeldes la modorra que le va cayendo a España como cayó sobre Trotski el hacha de Ramón Mercader. Y no es que ahora esa metáfora sirva para mucho, pero me atraía dejar aquí escrito ese hermoso relato terrorífico e irónico que hace Cabrera Infante en Tres tristes tigres del asesinato del famoso político ruso según lo hubiera contado José Martí. Los hachacitos de rosa.

Pues eso, un hachacito rosa al menos contra el pesimismo (que no contra Trotski, válgame Dios) para recuperar la última alegría. Vi una rueda de prensa del Consejo de Ministros. La vicepresidenta, que tiene en la frente la palabra Ojalá pero en la boca insisten en ponerle la palabra Peor, escuchaba a su ministro de Educación, que tenía en la mano la palabra Peor y en la boca la palabra peor, pero en minúsculas. Y a la ministra de Sanidad, que llevaba en todos los instrumentos del cuerpo, incluida la mirada, la palabra Peor. Y me quedé pensando: por qué no les dará un golpe en la mano la vicepresidenta, como decía Onetti que había que hacer con los escritores sin tino, y les dirá: “Oye, un poquito de por favor, vamos a animar a la gente, ¿por qué no lo hacemos? Por lo menos, seamos más breves”.

Así que en este tiempo de palabras que luchan contra sí mismas, mientras se va alejando la posibilidad de la última alegría, no estaría nada mal que Rajoy se levantara un día con el hacha de Ojalá para darnos al menos el gusto de la última alegría. Mientras tanto, leamos en la calma de la espera la notable novela triste de Knut Hamsun La última alegría.

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