"¿Si nadie me da la primera oportunidad cómo y cuándo voy a tener experiencia?"
"Sólo me queda pensar que estamos siendo fruto de un experimento social en el que se pretende investigar cómo esta nueva generación se las ingenia para vivir de las ilusiones”
Me gustaría decir que soy periodista en vez de que estudié periodismo, pero el mercado no me deja.
Cumplir 18 años con un proyecto de futuro en ciernes, es una de las etapas más bonitas de la vida, aprobar selectividad y recibir la codiciada carta de la universidad en la que te anuncian que tu solicitud ha sido admitida, supone el mejor regalo de cuantos te pueden hacer, más si cabe cuando se trata del compendio de tu esfuerzo y trabajo granjeado durante años. Una carta que escribe la primera página de mi libro profesional, del cual aún no se ha escrito más que el prólogo y el epílogo, el contenido aún esta por escribir.
Mi nombre es Mileide Patricia Vaz y tras cinco años de carrera colmados de ilusiones y un máster, además de aprender lo impartido por el plan de estudios y la importancia del periodismo como uno de los pilares base de una sociedad democrática, descubres la crudeza de un mercado laboral caracterizado por unos valores sobre los que nadie advierte, ni se pueden enseñar, sino que los aprendes e interiorizas una vez embarcado en el viaje hacia “sálvese quien pueda”. Un viaje en el que puedes elegir entre contrato de formación, en caso de tener la posibilidad de firmar convenio con un centro formativo, programas de prácticas empresariales, en los que en la mayoría de los casos adquieres conocimientos prácticos muy valiosos que sólo el ámbito laboral te puede ofrecer, pero sólo eso. Éstos son puestos en los que los becarios vienen y van, pero en los que no cabe la oportunidad de pasar a formar parte de la plantilla.
Las becas, las prácticas y los programas formativos son imprescindibles porque curten de cara a la posterior inmersión al mercado laboral, pero hay profesiones como la del periodismo en las que esta fase preliminar se torna indefinida, devaluando y embargando sigilosamente tu futuro. Tras cuatro años deambulando de práctica en beca y de beca en práctica, en medios de comunicación, empresas e instituciones, he cargando la maleta de experiencia, consciente de que de no ser por estas pequeñas oportunidades mi experiencia laboral, simplemente, no existiría. Pero aún está por descubrir la fórmula para pasar de becario a profesional, ya que en el periodismo, gravemente aquejado por la precariedad laboral, parece que los límites no están definidos.
El ritual de chequear las ofertas de empleo registradas en las innumerables páginas y buscadores en los que estoy inscrita, se repite cada día con la esperanza de ver ofertas que encajen con tu perfil. Pero la realidad es que al final del día sólo te has podido inscribir a unas pocas. Eso sí, si tienes la suerte de que no te exijan: más de dos años de experiencia demostrable, inglés nivel bilingüe y un sin fin de exigencias propias del puesto. Entonces es cuando piensas: “¿Si nadie me da la primera oportunidad cómo y cuándo voy a tener experiencia?”
En el mejor de los casos están las ofertas en las que a medida que vas leyendo los requisitos, aviva la esperanza adormecida en el subconsciente. La oferta deseada en la que no te exigen años de experiencia, las tareas encajan a la perfección, por su puesto el inglés que no falte, de pronto al final de la oferta lees lo que no te gustaría, pero que a la vez no te sorprende, contrato formativo, es decir sin cobrar o en el caso más afortunado remuneración: 400 euros. Entonces surge la duda; “¿Quién puede desplazarse a otra ciudad y vivir con estas remuneraciones como si los jóvenes tuviésemos la mágica habilidad de vivir o sobrevivir del aire? ” Sólo me queda pensar que estamos siendo fruto de un experimento social en el que se pretende investigar cómo esta nueva generación se las ingenia para vivir de “las ilusiones”.
El inglés es una de las canciones más escuchadas en la lista de éxitos del mercado laboral, que suena una y otra vez para que “bailemos” a su ritmo. Si el sistema educativo no ha cumplido las expectativas, ni siquiera en la universidad, en la que en mi caso el inglés no formaba parte del plan de estudios de la licenciatura. ¿Por qué ahora tenemos que pagar sus errores, se nos exige un nivel poco menos que bilingüe y cargamos con la culpa de no ponernos literalmente por nuestra cuenta y riesgo al día con los idiomas ?
A todo esto, para los que juzgan a los jóvenes de padecer “titulitis” por querer trabajar solamente de lo que se han formado y de falta de “sacrificio”, decirles que muy equivocados tenemos que estar, para que tras años de esfuerzo tengamos que aceptar como única recompensa la rendición y el conformismo, y no seguir buscando nuestra oportunidad sea donde sea. Esto no significa que nos dediquemos a buscar exclusivamente “trabajo de lo mío”. El hecho de ser titulado tampoco te hace ningún favor a la hora de buscar trabajo en otros sectores, más bien lo contrario. Enfrentarse en las entrevistas a preguntas del tipo: “¿Si te saliese trabajo de lo tuyo qué harías?” Ante la cual decir la verdad o mentir deliberadamente te convierte en el candidato menos adecuado, supone la confirmación de la teoría de que no es rentable contratar personas cualificadas. Entonces, ¿qué se supone que tenemos que hacer, si no tenemos ni un mísero hueco en el mercado laboral? Lo que debemos tener claro es que con lo que nos ha costado, en todos los sentidos, la titulación no puede ser ni víctima, ni presa del mercado.
Tras años de experiencia como “buscadora de empleo”, un trabajo más, aunque no remunerado y con la peculiaridad de minar tu moral, confirmas que hay profesiones “de segunda” en las que el estatus de becario es todo un privilegio. Pasarán los años y nadie te va a preguntar si no has trabajado porque no has querido o porque no has podido, pero lo que sí se atreverán es a juzgarte por lo que tu currículo dice por ti, no por lo que realmente vales o les puedes aportar. Al margen de la profesión elegida, a los jóvenes nos gustaría independizarnos en todos los sentidos de la palabra, no sólo económicamente. Nos gustaría soltarnos de la mano de nuestros padres y agarrarnos de la mano de la profesión, que un día elegimos para empezar a caminar por la vida y disfrutar de las cosas que se nos están negando.
En este viaje en el que yo, como miles de jóvenes, decidí embarcar un día, me gustaría cambiar el billete de “estudié periodismo” por el de “soy periodista”, aunque esté muy caro, ya que a pesar de las turbulencias que caracterizan la cruda la realidad en la que estamos inmersos, lo que no nos arrebatarán es lo más importante, nuestra ilusión de ejercer en la sociedad el rol que un día elegimos, en mi caso el de ofrecer una ventana a la que asomarse al mundo que nos rodea de la mano de la información, el de periodista.
Este sábado, cumpliré 27 años y no sé cual será mi destino, lo que sí sé con certeza es que será en un país donde los méritos tengan la importancia que se merecen y en cuya idiosincrasia, entre otros valores esté la consciencia de que los jóvenes somos el futuro y por ello me ofrezcan la oportunidad de crecer profesionalmente. Un billete de estas características con destino a un lugar cuya ubicación todavía estoy investigando, sería mi mejor regalo.
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