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Tribuna
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El consenso y las tinieblas

El estreno de dos ministros en Europa permite deducir que Rajoy solo quiere puntuar bien ante Washington

El nuevo secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, en su discurso de clausura del 38º Congreso Federal ha establecido su propósito de llevar a cabo una oposición útil que será modulada de manera gradual sobre la base del consenso, la discrepancia y la confrontación, según convenga a los intereses de España y de los españoles y según dictan los principios que inspiran al partido socialista, que quiere ser desde ahora mismo útil como alternativa de gobierno. Veamos. El consenso debería circunscribirse a determinadas áreas fundamentales relacionadas con la política exterior y la cohesión política y social. Para la discrepancia crítica quedan muy amplios espacios que corresponden a las tareas de fiscalización que el principal partido de la oposición ha de ejercer sin desmayo respecto de quienes se encuentran en el ejercicio del poder. La confrontación parece reservada a las cuestiones que rebasen las líneas rojas que el PSOE haya establecido en asuntos de grave trascendencia. Veremos si llega a ser verdad tanta belleza o si nos quedamos con la lástima grande de que no lo sea.

En todo caso, acabamos de anotar el ofrecimiento de consenso que Rubalcaba ha hecho respecto a la lucha final contra la banda terrorista ETA. El nuevo secretario general del PSOE renuncia a montar los espectáculos que a partir de 1993, por iniciativa de José María Aznar, de Jaime Mayor Oreja y de tutti quanti, nos ha brindado el Partido Popular cuando ha liderado la oposición, basados en la utilización del terrorismo como arma de desgaste contra los Gobiernos de Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero. En este territorio queda instaurada por el partido socialista la lealtad hacia el Gobierno, a quien se reconoce la función de dirigir esta lucha, así como la renuncia a cualquier utilización que pretendiera derivar en ventajismo propio. Otras áreas de consenso deberían por lo menos ensayarse en cuestiones como las referentes al Estado de bienestar, las prestaciones sociales, la reforma laboral o la educación pública.

El ámbito de la política exterior se invoca siempre como aquel en el que debe privilegiarse el consenso porque la defensa de los intereses nacionales debe anteponerse a las visiones de partido y su definición sobrepasa la óptica estricta de los sesgos ideológicos. Así sucede en las democracias consolidadas donde las alternativas de gobierno que se suceden marcan énfasis y oscilaciones de pequeña graduación que respetan los intereses permanentes del país. En esa línea se inscribe el texto que al parecer habrían suscrito los ministros de Asuntos Exteriores que se han sucedido desde la entrada en vigor de la Constitución de 1978. Está probado que cada vez que el Gobierno, el que haya sido según los casos, se ha apartado de este proceder consensuado para ensayar el unilateralismo hemos terminado por pagar un precio como nación al ofrecer una trayectoria en zig-zag que ha restado credibilidad a nuestra política internacional.

Pero el consenso que tanto prestigio acumuló cuando se elaboraba la Constitución pasó después a ser abominado porque se acabó identificando consenso con oscuridad y desentendimiento de las aspiraciones populares. Cundió entonces la idea de que solo el conflicto, la luz del antagonismo, permitía al público de a pie enterarse de la realidad que, de otra forma, se le ocultaba por la infame coyunda de los partidos. Era el consenso concebido como oficio de tinieblas. Algunos casos recientes se dieron en medio de la más aguda confrontación entre el Gobierno de Zapatero y el Partido Popular de Mariano Rajoy. Por ejemplo, la entrega de la base de Rota al proyecto del escudo antimisiles norteamericano o la reforma de la Constitución para introducir un límite en el déficit público. Imaginemos que ambas iniciativas fueran justas, equitativas, saludables o imprescindibles, pero el hecho es que se llevaron a cabo sin debate ni explicación suficiente a la ciudadanía. Bastó el acuerdo de las cúpulas partidarias para imponerlas.

El estreno del ministro de Defensa, Pedro Morenés, en Bruselas ante Leon Panetta, secretario de Defensa, y el del ministro de Exteriores, José Manuel García- Margallo en Múnich ante Hillary Clinton, secretaria de Estado, permiten deducir que el Gobierno de Rajoy solo quiere puntuar bien ante Washington. Pero antes de viajar con ofrendas hay que definir bien nuestros intereses y defenderlos con inteligencia y tenacidad, si queremos merecer respeto. ¿Por qué Rota, si en las 90 páginas de la “Estrategia Española de Seguridad” del pasado abril no figura el escudo antimisiles? ¿Por qué Afganistán cuando holandeses o canadienses se han marchado sin perjuicio alguno? Se impone el fin de los consensos en tinieblas.

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