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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Acierto

El PSOE ha tenido el acierto de aprender de la propia experiencia rectificando decisiones previas que se demostraron erróneas.

Enrique Gil Calvo

Las personas aprendemos de nuestros errores. Pero también las instituciones pueden hacerlo. Es lo que acaba de demostrar el PSOE, quizá la más importante en tanto que perdurable de nuestras instituciones políticas. Este pasado fin de semana, al elegir su nuevo secretario general, ha tenido el acierto de aprender de la propia experiencia rectificando decisiones previas que se demostraron erróneas. ¿A qué error anterior me refiero? Al de elegir a Zapatero en julio de 2000.

También entonces el partido se hallaba arrasado tras perder las elecciones con una aplastante derrota por mayoría absoluta. Y al enfrentarse a la decisión de elegir un nuevo líder destinado a dirigir la travesía del desierto, hubo de elegir entre dos alternativas contrapuestas, una caracterizada por la sólida continuidad que representaba Bono y la otra por la seductora renovación que prometía un inédito Zapatero. Entonces, quizás angustiados por la magnitud de la derrota, los compromisarios decidieron hacer tabla rasa optando por la aventurada refundación. Y aquella elección pareció revelarse como acertada en un primer momento, cuando Zapatero ganó por sorpresa las elecciones de 2004 sin advertir que su victoria no era tal. Pero luego llegaron las imprudencias del Tripartito catalán y demás improvisaciones de Zapatero, que terminaron por conducir al partido a las derrotas de 2011.

Pues bien, ahora el dilema al que se enfrentaba el 38 Congreso era bastante análogo al que se produjo en el año 2000. Para salir del colapso político marcado por las derrotas electorales se ofrecían dos opciones alternativas. Una la de Rubalcaba, un candidato carente de atractivo mediático (dada su imagen de hombre pequeño, mayor y feo) que sólo representaba la continuidad de la vieja guardia oligárquica. Y frente a él la figura fresca (cool) de Chacón, que además de aunar todos los factores políticamente correctos (en tanto que joven, feminista y periférica) ofrecía una imagen de renovación radical y gozaba también de fuerte apoyo mediático tanto a diestra (El Mundo) como a siniestra (Público). Digamos que era una candidata tan atractiva como pudo serlo Esperanza Aguirre en su desafío de 2008 contra Mariano Rajoy, en unas circunstancias estrictamente simétricas para la derecha. Tanto era así que muchos nos temíamos que Chacón terminase por vencer, dada la tentación que sentirían bastantes congresistas de apostar por la refundación del partido para volver a revivir el espíritu (o la ilusión) del año 2000.

Pero afortunadamente no fue así, sino que se ha tenido el acierto de apostar por el principio de realidad evitando caer de nuevo en el espejismo del error Zapatero. Pues un partido socialista liderado por Chacón amenazaba con derivar hacia una ingobernabilidad semejante a la que supuso el Tripartito catalán. Por eso digo que el PSOE ha sabido aprender la lección del pasado optando por rectificar. Y en lugar de elegir el aventurerismo ha optado por el realismo político. Pues, como es evidente, si descontamos los factores de imagen mediática, donde Rubalcaba lo tenía todo pedido frente a la ilusión que despertaba su rival, en términos de consistencia y solidez de los candidatos no había ninguna duda posible. El nuevo líder socialista no sólo es un animal político de primera, claramente superior a Chacón en términos de inteligencia, preparación y oratoria, sino que además ha demostrado tener el valor necesario para la hercúlea tarea que le espera.

En efecto, cuando Zapatero se suicidó políticamente (al someterse al directorio europeo en mayo de 2010) y luego dio la espantada para rehuir responsabilizarse ante sus electores, quien se comió el marrón fue Rubalcaba, salvándole la honra al dar la cara por él. Y quien ha cargado con la cruz de la justa derrota electoral también ha sido él, pagando con su propia cabeza el precio de la común responsabilidad política al hacer de víctima propiciatoria como única forma de redimir al partido. Por tanto, el que ahora vaya a ser él quien lo conduzca en su travesía del desierto es una forma de justicia poética: quien fue crucificado como Mesías vicario bien merece ahora hacer de Moisés. Y digo bien Moisés porque parece obvio que Rubalcaba no puede volver a presentarse a unas elecciones generales, debiendo delegar su liderazgo en otro candidato de refresco (o candidata, como Valenciano).

Así ha demostrado tener el PSOE la suficiente sensatez como para rechazar las aventuras mediáticas y elegir con realismo al único líder capaz de reorganizarlo hasta que merezca recuperar de nuevo la confianza de los ciudadanos. Justo como pasó también con el PP, que supo renunciar al dudoso encanto de Esperanza Aguirre para confiar su liderazgo al nada mediático sentido común de Rajoy. Tal para cual.

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