Dos, eran dos
Si Camps y Costa han pactado no hacer ostentación de amistad mientras comparten banquillo, solo cabe felicitarles
Si Camps y Costa han pactado no hacer ostentación de amistad mientras comparten banquillo, solo cabe felicitarles. Brillante coreografía. Pero desde que Camps le sostuvo de mentira en el cargo para 20 horas después defenestrarle de verdad, la sensación es que pintan bastos entre ellos. Les unen la fuerza coercitiva del banquillo, sonrisas de espejo y palabras telegráficas. Pero sus miradas rezuman soledad.
Debe de ser engorroso para Costa que su mitificado exjefe escuche codo con codo los manejos e irreverencias (“El curita”, le llamaban) que se traía con El Bigotes. ¿Pero quién no era “amiguito del alma” de Álvaro Pérez? Especialmente ellos dos. Porque antes, Camps y Costa eran dos. Ni ellos saben quién acumula más resquemor hacia el otro. Tienen motivos recíprocos. Aunque no hay miedo. Camps ya no es Francisco Camps. Lejos quedan las luces de aquel 20 de mayo de 2009, cuando un sonriente presidente (la procesión iría por dentro) declaró ante el juez Flors abrigado por la plana mayor del PP de Valencia.
De aquel cuadro se conservan sombras. La difuminada de Juan Cotino, bien colocado en la presidencia de las Cortes. Y la de algún que otro cargo de segundo nivel. Pero ni rastro, por ejemplo, del bolso rojo de Louis Vuitton que Rita Barberá exhibió mientras posaba exprofeso con él ante las televisiones.
Para Camps es tiempo de recogimiento y familia. Ni un día ha dejado de asistir al juicio su esposa, Isabel Bas. Viste ropas oscuras que realzan su pelo rubio y a veces departe con su suegra entre las penumbras del Palacio de Justicia. Ahora son luces de luto.
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