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ESPAÑA Y EL FUTURO DE LA UE

Zapatero pide una “posición equilibrada” para el BCE en su despedida de la UE

El presidente no consigue poder de veto en el futuro fondo de rescate como pidió Rajoy

Miguel González

Cuarenta y cuatro cumbres europeas y la mayor crisis económica de los últimos 70 años han templado el proverbial optimismo de Zapatero. El todavía presidente en funciones no quiso pronosticar ayer si los acuerdos del Consejo Europeo serán suficientes para devolver la confianza a los inversores y frenar los ataques contra la deuda española, su objetivo prioritario. “La experiencia enseña que hay que esperar 24 o 48 horas”, dijo. No solo a la reapertura de los mercados el lunes, sino también a la opinión de EE UU, las potencias emergentes o los organismos internacionales. Así que, más prudente de lo habitual, prefirió reservarse el juicio.

Y eso que reconoció que el estímulo más urgente que necesita la economía española es que se rebajen los altos costes que paga por financiar su deuda y que vuelva a fluir el crédito a familias y empresas. Para lograrlo, sería fundamental el respaldo del Banco Central Europeo (BCE) y, aunque Zapatero no ha querido apartarse de la ortodoxa declaración de fe en su independencia, ha pedido que tenga una “posición equilibrada”. Es decir, que como la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, no solo se ocupe de vigilar la inflación, sino que actúe como prestamista de último recurso. “No tengo ninguna duda de que [el BCE] sabe que tiene que contribuir a la estabilidad de la zona euro, aunque se guíe por sus propias evaluaciones y análisis”.

Pero la intervención del BCE y la creación de los eurobonos, una fórmula para mutualizar la deuda que según Zapatero se seguirá debatiendo en el futuro, ya no son cosa suya, sino de su sucesor, Mariano Rajoy. Zapatero ha jugado en Bruselas el doble papel de presidente saliente y comisionado del entrante, con el que se ha mantenido en permanente contacto. Le llamó el jueves por la noche nada más aterrizar y volvió a hacerlo el viernes. Las noticias no eran buenas: no había podido cumplir el encargo de Rajoy de garantizar para España el derecho de veto en el futuro fondo de rescate permanente, como tienen Alemania, Francia o Italia. Para ello habría sido necesario que la minoría de bloqueo se redujera del 15% al 10% de los votos, ya que la participación española es del 11,9%. Pero Zapatero ha tropezado con el argumento de que, si se ha abolido la unanimidad, es para evitar la parálisis del fondo y de que el 85% de mayoría es el mismo porcentaje vigente en el Fondo Monetario Internacional (FMI). “Se lo he explicado [a Rajoy] y lo ha entendido perfectamente”, ha dicho.

España era partidaria de un acuerdo a 27 para incorporar a la UE el compromiso de equilibrio fiscal y la imposición de sanciones automáticas, incluso mediante la reforma del tratado. Pero no ha sido posible, aunque estaban de acuerdo “casi todos menos uno”, en alusión al Reino Unido, por lo que habrá que negociar un tratado intergubernamental al margen del acervo comunitario. Es “una alternativa razonable y sólida”, según Zapatero, porque uno no puede parar a todos los demás.

La despedida de Zapatero de la Unión Europea ha tenido un sabor agridulce. Ha reconocido que todavía “queda la mitad del camino por recorrer” para salir de la crisis y que se han cometido “aciertos y errores”. Entre los segundos, admitir el impago parcial de la deuda griega, lo que disparó la desconfianza de los inversores y ahora ha habido que corregir. También ha admitido, como si preparase el terreno a Rajoy, que en España “hay algunas reformas que quedan pendientes, aunque se hayan hecho muchas de ellas”.

Zapatero ha sido un político discreto y como tal ha salido de la escena internacional. Sin aspavientos. En Bruselas ha recibido palabras cariñosas de algunos de sus homólogos, pero la mayoría estaba más pendiente del debate a cara de perro entre el francés Sarkozy y el británico Cameron. El viernes por la mañana se reunió con el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy. Por la tarde, impuso la Gran Cruz de Carlos III al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Pese a los sinsabores, asegura marcharse con una vocación europeísta “aún más firme” que cuando llegó y con la convicción de que “la luz, aunque sea lejos, ya se ve al final”. Seguramente “falta aún perspectiva”, según sus palabras, para saber si es realmente la salida del túnel.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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