Cortafuegos de realidad
En cuanto llegue Rajoy a La Moncloa (si llega) se notará enseguida una aceleración del tiempo histórico que situará a los españoles en las delicias del siglo XXIV, tirando por lo bajo
Las ciencias adelantan que es una barbaridad y más con el PP. En cuanto llegue Rajoy a La Moncloa (si llega) se notará enseguida una aceleración del tiempo histórico que situará a los españoles en las delicias del siglo XXIV, tirando por lo bajo.
Mientras llega la parusía, con empleo para todos y felicidad subprime, sepamos que hay cigarrillos que se apagan solos, de forma que ahorran incendios y muertes, y que serán obligatorios desde hoy.
El tabaco es culpable de enfisemas, cánceres y toses quejumbrosas, dedos amarillentos e incendios pavorosos. Algo tan sencillo como fabricar el papel de fumar con bandas cortafuegos permite que cuando el humo deja de inhalarse (con fruición) el fuego llega hasta la banda de papel reforzado y allí se apaga.
Bien, ya nos hemos ahorrado los terribles incendios causados por los fumadores descuidados y por las cuñadas de Homer Simpson. Pero si somos tan listos, ¿por qué no fabricar cigarrillos que se fuman a sí mismos, pagan el precio del paquete en el estanco y depositan el impuesto debido en Hacienda? La de enfermedades y costes que se evitarían.
Más aún, como la realidad debe ser tan sencilla como el avance del papel que se autoapaga, pongamos cortafuegos políticos, literarios o deportivos. Por ejemplo, en cuanto un candidato a la presidencia repita por tercera vez “haremos lo que hay que hacer”, un resorte lo desactiva y lo envía al baúl de los recuerdos (con Aznar y Acebes); cuando un escritor insista en que ha inventado un nuevo género “a caballo entre la realidad y la ficción”, el cortacircuito apaga el discurso y sume al autor en silencio durante un año; y en el caso de que un director descubra que se puede hacer otra película sobre la guerra civil vista por los ojos de un niño, el artilugio inteligente (o listillo) desconecta al cineasta de cualquier financiación durante un lustro.
Quedan dos casos difíciles, en los que la ciencia, por mucho que avance, nada puede hacer. En el de Mourinho, pues nada, que siga callado como hasta ahora, que a ese humo tóxico no hay papel que lo cortocircuite. En el de los tertulianos de Intereconomía, el consenso psiquiátrico es que el mal solo puede ser tratado en un Congreso Mundial de Exorcistas o por una intervención directa de Goldman Sachs.
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