Reflexiones sobre España
El separatismo en Euskadi y en Cataluña no solo es imposible, sino también minoritario
Estamos ante unas elecciones generales a finales de la próxima semana y parece un buen momento para volver a pensar en nuestra querida España, sacudida desde siempre por patriotismos falsos y retóricos, lejos del auténtico patriotismo y por desprecios y calumnias de sus enemigos interiores. El respeto exterior es, por el contrario, cada vez más amplio y extendido.
El patriotismo es una virtud que debe adornar a los buenos ciudadanos, aunque conviene pensar de qué estamos hablando cuando lo reivindicamos como un rasgo indisolublemente unido a la ciudadanía. Se debe descartar el patriotismo rancio y sentimental característico del pensamiento conservador y reaccionario español y también el patriotismo selectivo de un fragmento de Estado, como el que defienden en Cataluña y en el País Vasco los nacionalistas radicales, que no aceptan la idea de una España fundidora e integradora.
La historia nos ha mostrado en esa materia otros horrores derivados de los fascismos y del nazismo, en forma de patriotismos de pureza de raza, de integrismo religioso o de raíz militarista. Muchos crímenes y muchas agresiones se han cometido en su nombre. Ese patriotismo de nación o de partido también ha aparecido en los regímenes comunistas como patriotismo del partido único “vanguardia del proletariado”.
El separatismo en Euskadi y en Cataluña no solo es imposible, sino también minoritario
Después de la Segunda Guerra Mundial y de los atroces daños producidos por los patriotismos de la unidad total, de la raza, de la nación y de la clase, se impulsó una nueva línea que podíamos identificar como patriotismo democrático imaginado por Elzenberger y consolidado por Habermas. Es un patriotismo que arraiga con la Constitución y con el Estado de derecho, deriva de la racionalidad de la libertad y de la igualdad y tiene como fin el progreso solidario y el desarrollo integral de las personas. Solo cabe hoy abrazar ese modelo de patriotismo, el único compatible con el sistema institucional en que vive España, y en general el mundo occidental. Desde esa atalaya se contempla cómodamente nuestro país y se alcanzan conclusiones positivas para “ese proyecto sugestivo de vida en común” que soñó Ortega y Gasset.
Hay un precedente de este modelo en el patriotismo de los socialistas y republicanos españoles en la Segunda República, vinculado a los ideales de justicia, de libertad y de igualdad que plasmaron en la Constitución de 1931. Cuando el exilio obligó a muchos a prescindir de su presencia en España, trasladaron su patriotismo intacto a los países que les acogieron.
Leer los escritos de recuerdo de España, todavía hoy, resulta emocionante en Azaña, en Prieto, en Largo Caballero, en Negrín y especialmente en el Salve España que Fernando de los Ríos lanzó en su conferencia en el Centro Pablo Iglesias en 1945. Nostalgia, razón y sentimiento se mezclaban con una grandeza llena de afecto y emoción.
Desde que en 1572 Jean Bodin escribió los Seis libros de la República y construyó el concepto de soberanía como “pouvoir absolu et perpetuel d’une Republique”, para justificar “el monopolio en el uso de la fuerza legítima” del naciente Estado absoluto y en concreto de la monarquía francesa, es decir, en España a partir de Felipe II, a finales del XVI, solo ha habido dos soberanos: el Rey y la Nación. El primero en la monarquía absoluta y el segundo desde los orígenes del Estado liberal. La soberanía nacional, expresa la soberanía de la nación española como unidad.
En la terminología más moderna se suele hablar de soberanía popular o simplemente de soberanía, aunque en la Constitución de 1978 en su artículo 1-2 se mantiene la terminología clásica: “La soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan los poderes del Estado”. La misma idea se repite antes en el art. 1-1 cuando se afirma que “España se constituye en un Estado Social y Democrático de Derecho”, lo que la sitúa en el poder constituyente y en la norma fundante básica, como poder supremo.
La crisis solo se soluciona desde la unidad del patriotismo constitucional
El mensaje nítido y tajante es que las demás naciones que se pueden encontrar en el territorio español son naciones culturales, porque tienen una lengua y una cultura además de la común y propia de todos los españoles. Es la lengua que hablan castellanos, leoneses, y aragoneses y todas las regiones como Andalucía o Extremadura que proceden de Castilla y León o de Aragón.
Las conclusiones que se obtienen de estas constataciones son evidentes. Ningún fragmento de Estado, como diría Jellinek, ha sido nunca soberano, y esa unidad no se puede romper, como ha ocurrido con Estados de Europa del Este, mucho más recientes que apenas tenían medio siglo. El caso más visible ha sido la división en varios Estados de la antigua Yugoslavia. En nuestro caso ni la Unión Europea lo consentiría, ni los partidos políticos españoles lo permitirían ni tampoco las instituciones. Sigue habiendo sueños separatistas en Euskadi y en Cataluña, pero no solo son imposibles, sino que también son minoritarios.
La crisis profunda que sufre Europa y España en empleo, en crecimiento sostenible y también en ilusión colectiva solo se soluciona desde la unidad del patriotismo constitucional y desde el acierto en la búsqueda de las soluciones. Hace falta constancia tesón, sudor y lágrimas, buenas ideas, mucha ilusión, mucho trabajo y que los ciudadanos comprendan que hay que ayudar sobre todo a los más pobres. Al final del túnel aparecerá la luz y saldremos del bache. España y los españoles recuperaremos la unidad y redoblaremos los esfuerzos para defender nuestra imagen y nuestra creatividad. Eso espero, eso deseo y por eso pienso que todo se superará, aunque dejaremos tristezas y sufrimientos por el camino.
Gregorio Peces-Barba Martínez es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid
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