El primer debate profesional
Al formato español le falta la fuerza del periodista preguntador, que formula preguntas incisivas
José María Aznar, el aspirante del PP a la presidencia del Gobierno, ganó por KO al imbatible Felipe González, que ostentaba el título del gran comunicador desde el año 82, en el famoso debate de Antena 3 del año 93. Fue una victoria que acababa con el tópico del encanto y del carisma en televisión que se había acuñado desde el debate Kennedy-Nixon. Ahora no se imponían ni la belleza ni los gestos, sino la cruda realidad de los datos esgrimidos con destreza por un Aznar muy preparado, que se tomó en serio, es decir con profesionalidad, el debate ante las cámaras con un adversario político. González cayó en la trampa de creer, según cuenta Maravall, que un debate preparado no era natural; era “política enlatada”, algo forzado. Gravísimo error en un político que debería haber sabido lo que decía Winston Churchill de que “la mejor improvisación es la cuidadosamente preparada”. González, como persona inteligente, según declaraciones del propio José María Maravall, reconoció el error y se recuperó mucho ya en el segundo debate, que se celebró a los pocos días en Telecinco, preparándose a conciencia con profesionales de la comunicación.
Enseñanzas de aquella experiencia han sido muy provechosas para los candidatos en posteriores debates, aunque todavía queda pendiente un asunto que no es baladí, como es el formato. Al debate televisivo español le falta la fuerza del periodista preguntador, que formula preguntas incisivas, interesantes sobre las propuestas de los candidatos y que no se limita tan solo a controlar tiempos y a plantear temas genéricos de acuerdo con lo que los partidos han acordado previamente, como se hace hasta ahora. Eso no es un debate, sino una sucesión de monólogos.
Al debate televisivo español le falta la fuerza del periodista preguntantador
¿Qué aprendimos de aquella experiencia? En primer lugar, que el contenido debe estar centrado en datos concretos. González apuntaba generalidades, mientras que Aznar atacaba con cifras concretas sobre la carestía de la vida en términos de vivienda, paro, coste de la vida, listas de espera en la sanidad. Segundo, entereza de ánimo a la hora de exponer los mensajes: mientras González se revolvía en la silla cuando escuchaba a Aznar y trataba de ningunearle con la mirada y las descalificaciones tales como “esas cifras se las ha inventado”, Aznar se crecía con la calma y la sonrisa en los labios de insistir y devolver las descalificaciones con datos del propio Gobierno, mirándole fijamente a los ojos. Era sorprendente ver cómo el aspirante se encaraba con el presidente diciéndole a la cara que “los españoles han dejado de confiar en usted” y agotaba su turno de intervención con nuevos datos sobre otros aspectos de la vida española que el presidente era incapaz de rebatir. En definitiva, en el debate hay que saber llevar la iniciativa
Ya en el segundo debate encontramos a un Felipe en plena forma, que se había entrenado y había ensayado ya sus mensajes. Se dirigía con firmeza a su contrincante y no se enfadaba. Su indumentaria estaba más ajustada y la combinación de colores ya le hacía más fresco y cercano. El debate fue equilibrado. Las urnas dieron la victoria nuevamente a González.
Jesús Monroy, experto en debates políticos, colaboró con el equipo asesor de José María Aznar en sus discursos en televisión.
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