Desafío incierto
Rubalcaba busca levantar la moral de su partido con medidas que defienden el Estado de bienestar
El candidato socialista a las próximas elecciones generales, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha intentado durante la conferencia política celebrada este fin de semana levantar la moral de su partido. Lo haya conseguido o no, es difícil que esta cita pueda corregir las debilidades que ensombrecen el futuro de los socialistas. La elaboración de las listas electorales está haciendo aflorar divisiones internas, además de contradicciones con principios que, como el de la paridad en los órganos directivos, se pretenden convertir en obligatorios no solo en el ámbito público sino también en el privado. Por otra parte, el avance del programa socialista llega después de un rosario de iniciativas desgranado desde la proclamación del candidato, lo que puede evocar la improvisación que se achacó al Gobierno del que forma parte.
El modelo de sucesión por el que optó Zapatero dejaba poco margen de maniobra para que un candidato, Rubalcaba o cualquier otro, pudiera llegar en buenas condiciones a las elecciones de noviembre. Como simple aspirante a La Moncloa, sin responsabilidad institucional hasta el inicio oficial de la campaña, Rubalcaba estaba obligado a acentuar la espectacularidad de sus movimientos para asegurarse una presencia pública suficiente. El reverso de esta estrategia es que la novedad se agota pronto, y que prolongar artificialmente sus efectos produce saturación. La conferencia política ha sido, así, más un cónclave dirigido a animar a los militantes socialistas que un acontecimiento con proyección exterior.
El programa con el que Rubalcaba concurrirá a las elecciones ofrece novedades como el desbloqueo de las listas o la paridad, que no tienen que ver con la salida de la crisis. Algunas de las medidas para combatirla, respaldadas por la conferencia, son inciertas —como el pacto por el empleo— o de difícil aplicación. Es el caso del aumento de las tasas del tabaco y el alcohol para mantener los presupuestos de sanidad o el de la supresión de las Diputaciones, anunciada tiempo atrás por Rubalcaba, para mantener el gasto en educación. Iniciativas como estas muestran la voluntad del candidato socialista de preservar las prestaciones esenciales del Estado de bienestar, y eso es lo más positivo. Lo negativo, su aroma arbitrista.
Ocurra lo que ocurra en las elecciones, la influencia de esta conferencia política socialista será seguramente limitada. La situación del Partido Socialista es resultado de errores políticos cometidos desde el Gobierno y también de decisiones como no haber asumido responsabilidades por la severa derrota de las municipales y autonómicas de mayo, preferir un remedo de primarias a un congreso o prolongar la legislatura de manera innecesaria. Dar la vuelta a esta situación es una tarea titánica, con independencia de quién sea el dirigente que deba liderarla. La última esperanza para los socialistas reside en la campaña, sobre todo si hay debates entre los dos principales candidatos.
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