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Tribuna
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La igualdad y la crisis

El feminismo ni siquiera forma parte del núcleo duro de las reivindicaciones de los indignados

La historia de la humanidad ha sido la de una larga búsqueda de la libertad y la igualdad; también de la solidaridad. Esa búsqueda es más difícil y duradera para las mujeres y está, además, inconclusa. Se puede considerar que la libertad se ha conseguido en algunos países, pero en ninguno se ha logrado la igualdad. Las mujeres hemos tenido que subir empinadas cuestas, que concluyen en ese invisible techo de cristal que detiene la promoción personal que queremos compatible con la maternidad, lo que además de un instinto es algo necesario para la supervivencia de la especie humana y eje sobre el que gravita la vida familiar.

La civilización en la que vivimos va a la deriva. Los principios en los que se sustenta, también. Hoy hablamos poco de aquellos eslóganes de “libertad, igualdad, solidaridad”. La libertad la buscan los países que no la tienen, la solidaridad la reclaman los que sufren su ausencia y la igualdad de género se da por supuesta y ya no preocupa. Se habla de igualdad de oportunidades, pero se olvida que la primera de ellas es hacer real la de las mujeres.

La filósofa y feminista francesa Elisabeth Badinter escribe: “A principios de los años noventa la crisis económica devolvió a un gran número de mujeres al hogar y, particularmente, a las menos formadas y a las más débiles económicamente”... “Del mismo modo, la crisis económica tuvo consecuencias negativas sobre la esperada evolución de los hombres. Su resistencia al reparto de las tareas y a la igualdad se vio incrementada”. Si esto ocurrió en aquellos años de una crisis infinitamente menor, ¿qué está pasando ahora? Apenas tenemos estudios específicos que nos orienten. El desempleo afecta más a los hombres que a las mujeres porque es consecuencia de la crisis de la construcción y a ella se dedicaban básicamente ellos, pero ¿qué está pasando con el empleo de las mujeres?, ¿les cuesta más conseguirlo?, ¿se va reduciendo el número de puestos de trabajo ocupados por ellas?, ¿se agudiza la brecha salarial?

Sabemos que la representación política de las mujeres mejora, aunque apenas llega a un 20% a nivel global, pero ¿qué pasa con la presencia de las mujeres en el mundo económico y financiero? ¿Se aprovecha su enorme potencial? Su poder es casi simbólico. ¿Avanza la corresponsabilidad en las tareas del hogar? ¿Qué está pasando con la violencia de género? Tenemos noticias, pero la reacción social es insuficiente. Ni siquiera los indignados se han manifestado contra ella, como tampoco parece que la igualdad entre hombres y mujeres forme parte del núcleo duro de sus reflexiones.

Alguien tan inteligente y sensato como el sociólogo Fernando Vallespín ha escrito que caminamos “hacia un nuevo contrato social”. Cuando leí el artículo pensé que al fin alguien retomaba la propuesta de cambiar el contrato social que nos impusieron y que fijó unas relaciones sociales que nos excluían del mundo de lo público, pero no citaba ni una sola vez a la mitad de la humanidad que somos las mujeres, que debemos intervenir en las nuevas reglas sociales por construir. Todo ello, a pesar de que me consta que el autor es sensible a la igualdad de género.

El Contrato social que escribió Rousseau redujo nuestro mundo a lo privado, produciendo una escisión social cuyas consecuencias todavía nos afectan, en mayor o menor medida, según los países y las circunstancias de cada momento. De la época de la Ilustración viene el feminismo como movimiento social, plural y diverso, con el objetivo de que se reconocieran a las mujeres los mismos derechos que a los hombres, para hacer real la igualdad entre ambos. La igualdad legal se alcanzó, conquista que costó dos siglos, pero la real sigue siendo una asignatura pendiente y su defensa está desaparecida en la crisis; apenas existe en el discurso político y menos en el económico. La solución no está en olvidar la igualdad de género.

El desempleo, la falta de perspectiva de las personas, es tan brutal, que todo lo demás parece importar poco. En España, el presidente Zapatero, que tanto ha hecho por la igualdad, crea un ministerio como instrumento para hacerla efectiva y, al poco tiempo de constituirlo, lo suprime, con el apoyo de la oposición, que había conseguido previamente aprobar en el Congreso su desaparición. Todo ello se ha revestido con el argumento de su inutilidad y de la necesaria austeridad. Hoy, ni siquiera el movimiento del 15-J, que discute, con razón, esta imperfecta democracia, ha tenido en cuenta la existencia de este importante movimiento social, el feminista, tan plural y de tan dilatada trayectoria. El movimiento reivindica una democracia real, pero no dice que sin igualdad esta no puede existir. El discurso igualitario es una historia de viejas feministas, pero sigue siendo vital.

Termino citando, de nuevo, a Badinter, que escribe: “Como Rousseau en su época, hoy se las quiere convencer de que se reconcilien con la naturaleza y vuelvan a los fundamentos, cuyo pilar sería el instinto maternal. Pero a diferencia del siglo XVIII, ellas hoy tienen tres posibilidades: adherirse, negarse o negociar…”, pero no serán ya excluidas, añado.

Amparo Rubiales, doctora en Derecho, es abogada y consejera electiva de Estado.

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