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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Riesgo a un juicio muy crítico

Se le reconocerán a Zapatero la ampliación de los derechos sociales y el final de ETA

Luis R. Aizpeolea

Estaba cantado que José Luis Rodríguez Zapatero iba a convocar las elecciones en noviembre, pero lo que no constaba en el guion, con la excepción de su más íntimo círculo político —Alfredo Pérez Rubalcaba y José Blanco— es que lo anunciara en el último Consejo de Ministros de julio y con media España de vacaciones.

Su decisión está estrechamente vinculada a los dos factores que más le han condicionado en esta legislatura: los intereses de la economía y los de su partido. Visto desde esta perspectiva ni siquiera es una sorpresa este adelanto de cuatro meses.

“Soy un demócrata” y “yo le debo mucho a mi partido” son frases que utiliza frecuentemente Zapatero y que explican su comportamiento, sobre todo en estos últimos meses en que ha tomado decisiones políticas trascendentales: su renuncia a un tercer mandato a la presidencia, el 2 de abril, y ahora, casi cuatro meses después, el recorte en cuatro meses de la legislatura que, en principio, quiso agotar.

Su renuncia a un tercer mandato la tenía muy madurada desde hacía mucho tiempo. Siempre ha solido poner como ejemplo la decisión de José María Aznar de gobernar solo dos legislaturas. Su única duda estribaba en el cuándo. Si antes o después de las elecciones municipales.

En ese cuándo fue decisivo el deterioro de su imagen desde el otoño de 2009, sobre todo tras las medidas de ajuste de su Gobierno en mayo de ese año. “He roto con el cordón umbilical del electorado progresista”, decía aquellos días a sus próximos.

Pensó entonces que el deterioro de su imagen podía perjudicar a su partido. Y ahora ha adelantado las elecciones porque también había llegado a la conclusión de que la continuidad de su Gobierno perjudicaba al PSOE cuando, por otra parte, ya había cumplido sus principales objetivos reformistas.

Zapatero, desde que Rubalcaba fue proclamado candidato el 9 de mayo, ha pedido en público y en privado el apoyo decidido a quien ha sido su número dos estas dos legislaturas y se ha puesto totalmente a su servicio. La opinión de Rubalcaba ha sido evidentemente decisiva en este adelanto electoral.

La esperanza de Zapatero es que en 2012 España entre en una etapa de recuperación económica sin grandes turbulencias, y que las reformas en que se ha empeñado su Gobierno, algunas con un alto coste electoral, cuajen.

Al anunciar las elecciones generales dos meses después de la derrota estrepitosa del PSOE en las municipales de mayo y cuando aún la cifra de parados se acerca a las cinco millones, Zapatero arriesga un juicio muy crítico de su política. Él mismo ha admitido como un error el tardío reconocimiento de la profundidad de la crisis y se ha visto emparedado entre quienes opinan que no ha sabido acertar en las medidas y quienes consideran que tras el ajuste de mayo de 2010 ha traicionado los intereses del electorado progresista.

Pero se necesita perspectiva para hacer balance de lo que han supuesto estas dos legislaturas de Zapatero. En este tiempo ha realizado una ambiciosa política de ampliación de derechos sociales y civiles: la puesta en marcha del cuarto pilar del Estado de bienestar y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Zapatero suele situar como uno de los momentos más felices de su vida política la aprobación de esta ley, junto con sus dos victorias electorales.

También cabe reseñar el intento de culminar asignaturas pendientes de la transición democrática: el reconocimiento completo de las víctimas de la Guerra Civil y el final del terrorismo etarra. Pese al fracaso táctico de aquel proceso por el atentado de ETA en Barajas, cada vez está más reconocido su éxito estratégico. Cuando asistimos a la etapa terminal del terrorismo etarra, se puede decir que la clave está en el enfrentamiento entre la banda y su antiguo brazo político. Y ese enfrentamiento solo se explica por aquel proceso abierto por Zapatero en su primera legislatura.

El esfuerzo reformista de Zapatero —el presidente más a la izquierda de la democracia, para muchos— se encontró desde el comienzo con una oposición radical de la derecha política mediática que Felipe González no la tuvo hasta su última etapa. Desde acusaciones de implicación del PSOE en el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, a las de ruptura de la unidad de España por el debate del Estatuto catalán y el proceso de paz de 2006.

Pese a esas campañas, Zapatero nunca perdió las formas. A sus próximos siempre les ha dicho que los ataques de la derecha, por muy ultras que fueran, nunca le han preocupado. No le ha sucedido lo mismo con los ataques de medios progresistas.

Zapatero se siente muy identificado con Barack Obama, sobre todo por los ataques tan desaforados que sufre desde los sectores más ultras. En clave nacional, su final tiene algunas similitudes con el de Adolfo Suárez. Aunque no es tan dramático, coinciden en su alto nivel de impopularidad. Pero también, como ha sucedido con Suárez, con el tiempo se reconocerá el impulso de Zapatero en dos asuntos trascendentes: la ampliación de los derechos sociales y el final del terrorismo.

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