Un policía clave en la lucha contra ETA, frente al banquillo
Pamies propició golpes decisivos para la debilidad terminal de la banda
Enrique Pamies ha visto y vivido muchas cosas en 31 años de servicio en Euskadi. Y puede contarlas, que no es poco. De esas ha salido vivo. Pero seguro que nunca pensó que le acechaba la incongruencia grotesca de verse procesado por colaboración con la banda armada a cuyo combate ha dedicado la totalidad de su vida profesional: en la base o en la cúspide, ha estado en las operaciones más decisivas contra ETA desde 1983.
Una de las que más a gala tiene lleva al jefe militar de ETA a finales de 2002. “Tranquilos, todo está en clave”, escribió Ibón Fernández Iradi, Susper, sobre los papeles que dejó atrás en su huida de un piso en Francia. No sabía que en ellos se quemaría las pestañas y se devanaría los sesos durante meses un inspector meticuloso, que iba a provocar a la banda un golpe decisivo para su debilidad terminal. Desencriptar aquellos papeles; conocer a fondo la cantera de ETA desde la base de la kale borroka en los pueblos y una “habilidad especial” para captar e infiltrar a algunos de sus elementos en la banda, se destacan como sus méritos más reconocidos. Cualquier mero espectador de series policíacas sabe que eso solo se hace arrimándose mucho al enemigo, pisando a veces bordes resbaladizos, incluso intercambiando aparentemente favores. Lo ilustra una frase significativa en su historial oficial: “Existen diversos servicios que no pueden figurar en el presente documento debido a que su consecución vino motivada por fuentes internas de la organización terrorista, conseguidas y dirigidas directamente por él”.
Como cualquier policía forjado en las brigadas de información que se precie, Pamies es un gran desconocido. El currículum y el testimonio de varias personas que aceptan hablar sin revelar su identidad, y le han acompañado en distintas etapas de sus 31 años de trabajo, permiten un mínimo retrato. Su balance en Euskadi —se fue a Lleida, su tierra natal, en 1995, pero volvió en cuatro meses porque “no se hallaba”— son 23 comandos etarras y 30 grupos de sabotaje desarticulados. También un procesamiento por torturas del que salió absuelto, 42 felicitaciones públicas, 11 cruces de todo tipo y la encomienda de la Orden de Isabel la Católica.
En lo personal, tiene “un vicio, fumar; y dos pasiones, el trabajo y su hija”, hoy adolescente. “No sabe hacer una sobremesa larga. Enseguida es tarde para volver al despacho”, coinciden dos allegados. Es hombre de pocos amigos y vida social casi nula. “Y un poco facha”, opina un buen conocedor del personaje. “Hombre... facha... no. De derechas”, matiza el otro. “Un nacionalista español” convienen, en el intento de atinar lo más posible. Ascendió a comisario en época del PP, con Jesús de la Morena como comisario general de Información y trabaron una gran relación. Aunque sus nombramientos de comisario de Vitoria (2004) y jefe superior (2005) se los debe a las cúpulas socialistas no hay que buscarle por ahí las simpatías políticas. Seguramente le dolerá que su calvario lo esté provocando el PP. Y la actitud del superior citado, hoy al frente de la seguridad de Iberia, con quien trabó gran relación. Pamies recibió la noticia de vacaciones con su familia en Cataluña y allí sigue, en contacto telefónico con unos pocos amigos y su abogada. Solo se compra un periódico deportivo. “Está mal”, cuentan quienes hablan con él estos días. Les dijo que era “la peor ofensa” que podía recibir. No concibe que alguien le quiera abocar a un retiro manchado de una condena por colaboración con ETA, pero prefiere batallar en plaza grande, en la Audiencia Nacional.
Entre el artificiero Adriano Sotil, al que vio saltar por los aires en 1983 a metros escasos, al entierro del inspector Eduardo Puelles, hace dos años, ha conocido a todos los ministros del Interior y secretarios de Estado y a sus respectivas cúpulas policiales. Dicen que cuando contó 25 funerales, en los que solo veía autoridades “y cuatro abuelos”, decidió no ir a ninguno más. Naturalmente no pudo ser. También ha detenido a miembros de dos generaciones en ETA. En sentido literal: en 1984 a un padre, colaborador del comando Donosti, y en 2002 a sus hijos.
En su currículum están los comandos más sanguinarios y escurridizos de ETA, Donosti, Madrid, Goierri-Costa o Nafarroa; el aparato de captación, infraestructuras, auténticos arsenales y todas las operaciones contra el entramado de Jarrai, Ekin, Haika, Segi, Herrikos, Gestoras, Egin o la misma Batasuna. Gran parte de ello se fraguó en su primer cometido, los cachorros que agitaban la calle, que otros compañeros consideraron menor. Él supo que entre ellos estaba la ETA del futuro. Conocerlos a todos y seguirles la pista durante años le sirvió para dar luego con los comandos que formaron o para desentrañar los 350 nombres de la documentación de Susper. Este celebrará verle en el banquillo. ¿Lo harán sin vergüenza quienes lo han empujado hacia él?, preguntan sus allegados.
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