Una bocanada de vida para el oxígeno medicinal
En los países de ingresos bajos y medios, la pandemia puso de manifiesto un problema que ya contribuía a innumerables muertes evitables cada año. Ahora, la movilización mundial para aumentar el suministro de oxígeno médico debe perdurar en la era poscovid
La covid-19 se llevó por lo menos 18 millones de vidas y nadie sabe a ciencia cierta cuántas de esas muertes se debieron a la falta de oxígeno medicinal. Los gobiernos no quieren hablar del problema, porque implicaría admitir que miles –o incluso cientos de miles– de sus ciudadanos murieron innecesariamente. Pero a menos que los sistemas de salud se ocupen de garantizar una provisión suficiente de oxígeno para el futuro, se arriesgan a repetir lo sucedido en los últimos dos años.
Mientras los países con altos ingresos ya trabajan para garantizar la disponibilidad de oxígeno medicinal, muchos con ingresos bajos y medios (PIByM) seguirán requiriendo asistencia internacional. Las muertes por la falta de este recurso en aquellos países existían ya antes de la pandemia, porque las agencias mundiales de salud y desarrollo no se habían esforzado seriamente para ayudar a los gobiernos a cerrar la brecha entre las necesidades y la oferta.
Esta brecha es uno de los factores que subyacen a una mortalidad neonatal e infantil obstinadamente elevada, las muertes de adultos por enfermedades infecciosas y crónicas, y por heridas que requieren cirugía en los países de menos ingresos. En investigaciones publicadas antes de la pandemia se descubrió que cuatro de cada cinco niños hospitalizados en Nigeria con neumonía no recibieron el oxígeno que necesitaban, y que el mero hecho de disponer de él en las guardias pediátricas podría reducir un 50% las muertes infantiles.
Como dice Mike Ryan, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la covid-19 arrancó el vendaje de una antigua herida y, en algunos países, multiplicó por 10 la necesidad de oxígeno en unas pocas semanas. Los PIByM necesitan actualmente 500.000 botellas grandes por día para tratar a los pacientes con coronavirus, y esto es únicamente la punta del iceberg. Por cada uno de estos enfermos que necesita oxígeno, hay al menos otros cinco de también lo requieren, entre ellos los 7,2 millones de menores de edad con neumonía que ingresan a los hospitales en estas naciones de menos ingresos cada año.
El principal mecanismo para la respuesta internacional es el Grupo de Trabajo para la Emergencia de Oxígeno del Acelerador del Acceso a las Herramientas contra la COVID-19 (ACT-A), que cuenta con la dirección experta de Unitaid y creó un sistema para ayudar a los PIByM a evitar la escasez de este recurso. Hasta la fecha, el Grupo de Trabajo entregó casi mil millones de dólares (945 millones de euros) –incluidos 530 millones que fueron fruto exclusivo del Fondo Mundial– a los gobiernos de países de renta media y baja, y sus socios en las Naciones Unidas y ONG. Este dinero se destinó a oxígeno líquido, plantas de generación de oxígeno mediante la adsorción por oscilación de presión, concentradores móviles, terapias y al personal necesario para instalar, operar y mantener esos equipos.
Esta financiación ayudó a más de 100 países, principalmente en África y Asia, pero aún quedan países con dificultades para proporcionar oxígeno, por lo que el grupo de trabajo solicitó mil millones de dólares más en 2022. La Segunda Cumbre Mundial sobre la covid-19 del presidente estadounidense Joe Biden, celebrada en abril, también enfatizó la cuestión e hizo un llamamiento a los gobiernos, las empresas y las organizaciones filantrópicas para lograr más.
El oxígeno no solo es un tratamiento esencial para casi todas las enfermedades consideradas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, también constituye uno de los pilares para la eficaz preparación y respuesta contra pandemias
Los argumentos para los donantes son claros. Tenemos la obligación moral de tratar a los pacientes con covid-19 y aplanar definitivamente la curva de muertes debidas a la pandemia. Invertir en oxígeno servirá para eso y además salvará vidas en el futuro. No solo es un tratamiento esencial para casi todas las enfermedades consideradas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, también constituye uno de los pilares para la eficaz preparación y respuesta contra pandemias.
Cuando el mundo pase a la gestión a largo plazo de la covid-19, habrá que incorporar los sistemas de producción y distribución de oxígeno a la infraestructura de salud mundial. A todas las organizaciones internacionales con el mandato de mejorar la supervivencia neonatal e infantil, la gestión de enfermedades crónicas e infecciosas, y a la preparación y respuesta contra pandemias, les incumbe el acceso al oxígeno.
Esas agencias debieran formalizar su naciente asociación para conseguir el gas con el ACT-A transformándola en una Alianza Mundial para el Oxígeno con un mandato que se extienda hasta 2030 (para alinearlo con los ODS), y ampliar la membresía para incluir a las agencias internacionales dedicadas a las enfermedades crónicas.
Una alianza exitosa para eliminar la brecha de acceso al oxígeno debe incluir cinco componentes. Primero, los gobiernos de los países de renta baja y media, y las instituciones nacionales responsables de la provisión del oxígeno medicinal deben tomar la iniciativa. Lo ideal es que se guíen por planes nacionales de acceso con apoyo político y que los gobiernos financien el esfuerzo como parte de sus presupuestos de salud.
En segundo lugar, los gobiernos que necesitan apoyo externo para financiar sus planes nacionales deberían poder obtener créditos y subsidios de diversas fuentes multilaterales, bilaterales y filantrópicas. El Fondo Mundial debiera continuar financiando subsidios como parte de su nuevo objetivo para la respuesta a pandemias, y los bancos multilaterales de desarrollo también deben ofrecer créditos con este fin.
A continuación, hay que ofrecer más incentivos y oportunidades a los productores de oxígeno para que trabajen mancomunadamente con los gobiernos de los páises menos adelantados y las agencias mundiales de salud y desarrollo. Se deben poner a disposición acuerdos de entendimiento y de no divulgación, y licitaciones para la obtención, la instalación y el mantenimiento de los equipos, aprovechando el programa existente para asociación con empresas del Grupo de Trabajo para la Emergencia de Oxígeno del ACT-A contra la covid-19. Además, los organismos de financiación para el desarrollo deben ofrecer créditos, capital accionario y garantías a los productores de oxígeno, y apoyar a los países que busquen reducir su dependencia de la importación de este recurso y las frágiles cadenas mundiales de aprovisionamiento.
En cuarto lugar, las agencias de la ONU y las ONG con fuerte presencia en estos países deben seguir apoyando a sus gobiernos en el desarrollo de planes nacionales para la provisión de oxígeno. También han de impulsar la recolección de datos, la adquisición de suministros, la capacitación de trabajadores para la atención de la salud e ingenieros biomédicos, y el monitoreo y la evaluación de los avances. Para ello necesitarán financiación continua de agencias bilaterales para el desarrollo (como USAID y la Comisión Europea, entre otras) y organizaciones filantrópicas (como la fundación Bill & Melinda Gates y la Fundación Skoll, entre otras).
Finalmente, se debe proporcionar acceso a los gobiernos la información oportuna y de alta calidad sobre la demanda nacional de oxígeno –como la cantidad de pacientes con hipoxemia al año y el oxígeno que necesitan– y la capacidad de producción del mismo del sistema sanitario, para que puedan solucionar rápidamente esos déficits.
Los donantes deben invertir más en las instituciones estadísticas y de vigilancia nacional de salud, al tiempo que aprovechan los datos disponibles para generar estimaciones de la carga de hipoxemia como parte de la carga mundial de morbilidad. Y hay que financiar a las agencias independientes, como la Fundación Access to Medicine, para que estén en condiciones de hacer rendir cuentas a la industria del oxígeno.
Los próximos meses serán críticos, mientras nos alejamos de la fase aguda de la pandemia. Lo ideal es que, para septiembre, el Grupo de Trabajo para la Emergencia de Oxígeno del ACT-A contra la covid-19 se haya convertido ya en la Alianza Mundial para el Oxígeno, con la dirección de Unitaid, y que siga reuniéndose regularmente para coordinar inversiones, movilizar recursos y monitorear el impacto de los esfuerzos para garantizar el acceso equitativo a una medicina fundamental.
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